viernes, 21 de agosto de 2020

(Día 1193) Ensoberbecido Gonzalo Pizarro por su magnífica victoria en Huarina, no quiso saber nada de un posible pacto con Pedro de la Gasca. Francisco de Carvajal dio garrote vil a Hernando Bachicao por su cobarde amago de traición en Huarina.

 

     (783) Conociendo a Pedro de la Gasca, se puede dar por seguro que habría aceptado una paz con Gonzalo Pizarro, si estuviera dispuesto a obedecer lo que dispusiera el Rey sobre el nombramiento de un gobernador de Perú, y también, por supuesto, las normas definitivas sobre las encomiendas y el tratamiento a los indios. Ya había dado anteriormente su conformidad a la idea Gonzalo Pizarro, pero ahora, tras su victoria en Huarina, consideraba que tenía mejores cartas frente a Pedro de la Gasca. Sacó el asunto a relucir de nuevo el licenciado Cepeda, gran partidario de esa solución, y muchos eran de su parecer, con gran disgusto de Gonzalo: "Pizarro, siguiendo el parecer de otros y su propia opinión, dijo que no era conveniente, porque se lo tomarían como una flaqueza, y le abandonarían muchos de los suyos. Garcilaso de la Vega, con algunos otros, fueron del parecer de Cepeda". Esta alusión a su padre no hace sospechoso a Inca Garcilaso de inventársela, queriendo darle mérito, ya que el párrafo lo copia del cronista López de Gómara.

     Añade el cronista: "Gonzalo Pizarro desechó el parecer de Cepeda (que le habría resultado saludable), y tomó el que después le dieron sus capitanes Juan de Acosta (su gran amigo), Diego Guillén, Hernando Bachicao (al que le acechaba la muerte, y, probablemente, lo sabría) y Juan de la Torre, que eran mozos y valientes. Con la victoria tan hazañosa de la batalla de Huarina, se tenían por invencibles, y no querían tratar de paces, ya que no se contentaban con menos que con todo el imperio del Perú. Dos días después de la consulta, llegó el maestre de campo Francisco de Carvajal del viaje que hizo a Arequipa, y, otros dos días después, dio garrote al capitán Hernando Bachicao por haberse pasado en la batalla de Huarina al bando de Diego Centeno. Aunque Carvajal lo supo entonces, aplazó el castigo por no enturbiar una victoria tan hazañosa matando a un capitán suyo, tan antiguo y tan de su bando como lo había sido Hernando Bachicao. Con estos sucesos y el trabajo que daban los heridos, llegaron al Cuzco Gonzalo Pizarro y los suyos". Ya vimos el historial de Bachicao, con su enorme valía y eficacia, aunque empapadas de una crueldad extrema, como pudimos comprobar en las numerosas cartas que le escribió a Gonzalo Pizarro, llenas de comentarios irónicos y sádicos, al estilo de quien le quitó la vida, Francisco de Carvajal. Por lo que acaba de mencionar Inca Garcilaso ('era mozo y valiente'), sabemos también que estaba aún en plena juventud.

     En el Cuzco, Juan de la Torre había preparado un recibimiento triunfal y ostentoso para la llegada de Gonzalo Pizarro y su tropa. Tenía que ser una pesadilla vivir en aquellas ciudades, sujetos a los deseos del vencedor de turno, unas veces con sincero entusiasmo porque el que llegaba era el amigo, y, otras, fingiéndolo con angustia porque se trataba del odiado enemigo. El ambiente social sería irrespirable, y saturado de dramas, envidias, odios y venganzas. Hasta a los indios se les obligaba a participar vitoreando durante aquellas farsas. No faltó la solemnidad religiosa: "Entró Gonzalo Pizarro en la iglesia de Nuestra Señora de la Merced, para adorar el Santísimo Sacramento y la imagen de la Virgen, su Madre, Nuestra Señora. Y de ahí fue a pie hasta su posada, en las casas que fueron de su maestre de campo, Alonso de Toro (uno más de los que habían muerto trágicamente)".

    

     (Imagen) Como estoy leyendo la estupenda biografía que escribió el historiador MANUEL FERNÁNDEZ ÁLVAREZ sobre el gran EMPERADOR CARLOS V, no quiero dejar pasar la ocasión de tocar la sempiterna crítica que se ha hecho acerca de la supuesta crueldad de los españoles en las Indias. De que la hubo, no hay duda, porque los tiempos eran otros. Pero, para entender lo bueno y lo malo que se hizo, hay que conocer cuál era el talante personal del jefe supremo, Carlos V. Aunque una serie de carambolas dinásticas lo convirtió en el hombre más poderoso de la tierra, era, no obstante, cristiano y caballeroso, hasta el punto de que sus grandes éxitos los interpretaba como un premio de Dios. Sentía como una gran responsabilidad defender la fe católica (así ocurrió con sus abuelos, los Reyes Católicos, y con su hijo, Felipe II), y, en consecuencia, era sensible a la culpa, lo cual le inclinaba a no cometer abusos, y le hacía entender lo que era la caridad cristiana. ¿Alguien puede imaginar que, en otra monarquía de aquellos tiempos, su soberano se dejara afectar por las críticas humanitarias (y muchas veces exageradas) de Bartolomé de las Casas? Por ese espíritu religioso, e incluso por las ideas humanistas de Erasmo de Rotterdam, prefería, como político, que sus súbditos le amasen a que le temiesen. Maquiavelo aconsejaba todo lo contrario, llevando al extremo el lema de que el fin justifica los medios. Imaginemos qué habría pasado si las Indias estuvieran bajo el poder de Francia cuando su rey era Francisco I, prototipo del monarca sin escrúpulos, dispuesto a cualquier cosa con tal de saciar su ambición. Le complicó la vida durante largos años a Carlos V, quien, pacientemente, hizo cuanto pudo para evitar la guerra, siendo una y otra vez desairado por sus incumplimientos frente a los compromisos adquiridos. Pero no se salió con la suya, porque Carlos V era absolutamente firme cuando hacía falta. ¿Y qué habría ocurrido con Enrique VIII o con su hija Isabel I de Inglaterra? Habrá opiniones para todos los gustos, pero es una saludable actitud juzgar los hechos históricos con una visión de conjunto, para ver con claridad si el balance es positivo o negativo, y en qué grado.



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