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Sigue contando Inca Garcilaso las malas consecuencias que tuvo para él lo que
se dijo de su padre: "Pudieron tanto los desprecios pasados, que no me
atreví a resucitar las pretensiones y esperanzas pasadas. También influyó que
yo salí tan desvalijado y endeudado de la guerra (parece que se refiere a su actuación como capitán en España), que
no me fue posible volver a la Corte. Tuve que acogerme a los rincones de la
soledad y pobreza, donde paso una vida quieta y pacífica, como hombre
desengañado de este mundo, y, para lo que me queda de vida, Dios proveerá, como
lo ha hecho hasta ahora. Perdóneseme que me queje de lo que mi mala fortuna me
ha hecho en este caso particular, pues no es mucho que, quien ha escrito de la vida
de tantos, diga algo de la suya".
Termina el asunto con una sorprendente muestra de admiración por su
padre, dejando claro que estaría orgulloso de él aunque fuera cierto lo que
contaban (al fin y al cabo, en las guerras civiles las decisiones eran
sumamente arriesgadas): "Con especto a lo que se escribió sobre mi padre,
digo que no es razonable que yo contradiga a testigos tan serios, pues a mí no
me creerán, ni es justo que nadie lo haga, por ser yo parte. Yo estoy
satisfecho de haber dicho la verdad. Si no me creyeren, paso por ello, dando
por verdadero lo que dijeron de mi padre. Porque me honraría diciendo que soy
hijo de un hombre tan esforzado y valiente, que, como cuentan esos
historiadores, en una batalla tan rigurosa y cruel como fue aquella, se apease
de su caballo, lo diese a su amigo, le ayudase a subir en él y que, con ello,
le diese una victoria tan importante como aquella, que pocas hazañas semejantes
ha habido en el mundo. No faltará quien diga que fue contra el servicio del
Rey. A lo cual responderé que, en cualquier parte que se haga, un hecho
semejante y sin ayuda ajena merece honra y fama".
Tras
desahogarse defendiendo a su padre, Inca Garcilaso nos habla de los que huyeron
derrotados de Huarina. Teniendo entonces unos ocho años, se encontraba el
cronista en el Cuzco, y allí fueron algunos: "Uno de ellos fue el obispo
de la ciudad (fray Juan Solano), que
se alejó de Diego Centeno sin aguardarse el uno al otro. En su compañía venían
Alonso de Hinojosa, Juan Julio de Ojea y otras cuarenta personas, cuyos nombres
no recuerdo, aunque los vi llegar. El obispo se aposentó con unos quince en
casa de mi padre, y a la mañana siguiente, se fueron con toda diligencia camino
de la ciudad de Lima, porque los perseguían. Más tarde llegó buscando a huidos
el capitán Juan de la Torre (del que ya
conocemos su mala entraña) e hizo justicia de Juan Vázquez Tapia, que había
sido alcalde de la ciudad, y también ahorcó a un asesor suyo, el licenciado
Martel".
Según
el cronista, estos dos cometieron el error de no huir con el obispo, confiando
en ser perdonados por los gonzalistas y admitidos en su bando, pero tenían
demasiadas deudas pendientes con ellos. En cuanto al resto de los vecinos del
Cuzco, Juan de la Torre dio un perdón general para quienes se alistaran en el
ejército de Gonzalo Pizarro. Era cosa habitual en aquellas guerras civiles, y
así ocurría que los dos bandos enemigos se nutrían de numerosos soldados del
ejército contrario, casi todos poco fiables, y dispuestos a dar el cambiazo según
soplara el viento.
(Imagen) Es curioso que, durante estas últimas luchas, no aparezca por
ningún lado el nombre del cronista y capitán PEDRO PIZARRO. Pero allí estaba el
hombre, al pie del cañón. De esta batalla de Huarina cuenta muy poco. Él estaba
al servicio de Pedro de la Gasca, y, así como nos dijo antes que la derrota de
Huarina se debió a que Diego Centeno, por encontrarse muy enfermo, no pudo
estar al frente de la batalla, y a que Francisco de Carvajal tuvo
inteligentemente un gran éxito con su arcabucería, ahora nos revela que
Carvajal repitió su estrategia de esperar a que atacaran los enemigos, pero no
picaron en el anzuelo: "El Presidente La Gasca mandó que estuviésemos
todos quedos, hasta que ellos nos viniesen a acometer. Visto, pues, por
Carvajal que habíamos entendido su ardid, desmayaron él y toda su gente, y
empezaron a pasarse algunos al campo de Su Majestad, y otros a huir, de manera
que prendimos a Gonzalo Pizarro, a Carvajal y a todos sus capitanes". En
general, como ya dije, Pedro Pizarro siempre fue fiel a la Corona, pero hay una
carta que él le escribió a Gonzalo el 18 de diciembre de 1546 en la que su
actitud resulta sospechosa. De hecho, fue motivo para que Pedro de la Gasca no
le premiara como él quería tras participar a su lado en la batalla de
Jaquijaguana, derrota final de Gonzalo Pizarro. En la carta, Pedro le pide
claramente perdón a Gonzalo por no haberse puesto a su disposición. Y le dice:
"Pequé por ignorancia, más por miedo que por malicia. Solo le diré que me
enmendaré, recordando a vuestra señoría que hace dieciséis años que soy Pizarro
con el alma y la vida, y solamente un mes de temor me hizo olvidarlo un poco,
pero, aunque fuera más, creo que, pensando vuestra señoría en esto, usará
conmigo lo que con todos, que es la clemencia. Pequé, y pido misericordia por
mi enmienda, y la tendré de hoy en adelante, pues quedaré predestinado a
vuestro servicio". En la imagen se muestra el inicio del expediente de
méritos y servicios que PEDRO PIZARRO presentó en 1578, pocos años después de
haber publicado, de forma muy tardía, su crónica. Murió longevo, en Arequipa,
hacia 1602.
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