(738) Quedaba otro asunto con el que Centeno
no se precipitó: "Desde que entró Diego Centeno en el Cuzco, supo dónde
estaba Antonio de Robles, y, por reverencia de la fiesta, no mandó sacarlo del
monasterio, pero le puso vigilancia para que no se marchase a Lima. Al otro
día, envió al padre Domingo Ruiz para decirle que se presentara, dándole
garantías de que no se le haría ningún daño. Como no quiso hacerlo, mandó a
Luis de Ribera y a Francisco Negral para que se lo trajesen a la fuerza, porque
a los traidores no les valía el amparo de la Iglesia. Lo trajeron muy cercado
de arcabuceros, y Centeno lo recibió con buen semblante, y, sin decirle nada,
lo envió prisionero a casa del teniente Hinojosa. Se dio por hecho que pronto
mandaría cortarle la cabeza. El reverendísimo obispo Juan Solano fue a casa de
Diego Centeno y le rogó que le concediera la vida al capitán Antonio de Robles,
pues todo lo que había hecho era por mandato de Gonzalo Pizarro. El general
Diego Centeno, por complacer al obispo, dijo que le perdonaba, pero con la
condición de que abandonase a Gonzalo Pizarro y se pusiese al servicio de Su
Majestad. Cuando fueron a comunicárselo, respondió diciendo que prefería que
Centeno le quitase la vida a negar a Pizarro, a quien tenía como un padre que
le había hecho muchas mercedes. Por esto y por otras cosas que dijo con gran
soberbia y contra el honor de Diego Centeno, mandó cortarle la cabeza, y
también porque creyó que, si le dejaba con vida, había de revolver la ciudad y
amotinar a los soldados, ya que era hombre inquieto y mal asentado". En un
informe (11 de agosto de 1547), le contaba Pedro de la Gasca a Francisco de los
Cobos, el poderoso secretario de Carlos V, lo ocurrido: "Llegó Diego
Centeno al Cuzco, y Antonio de Robles quiso resistírsele, pero él entró en la
ciudad, le prendió, arrastró e hizo cuartos de él, pues había sido muy secuaz
de Gonzalo Pizarro".
A Diego Centeno no le faltarán días
amargos hasta llegar al triunfo final, pero este primer éxito después de su
larga huida de las garras de Carvajal, le había dado una gran satisfacción,
porque lo consiguió con astucia, siendo
la tropa de Robles seis veces mayor que la suya: "Viéndose, pues, Diego
Centeno hecho señor de esta gran ciudad y de tan buen ejército, y todos puestos
al servicio de Su Majestad (no fallaba: tropa derrotada, tropa asimilada),
se alegró en gran manera, dando gracias a Dios por ello. Luego comenzó a pensar
en cosas más altas. Platicó un día con sus capitanes y con el teniente Alonso
Álvarez de Hinojosa sobre si sería bueno ir a la ciudad de Lima contra Gonzalo
Pizarro, pero opinaron que era mejor esperar, porque entonces había mucho que
hacer en el Cuzco. Lo que sí se hizo fue nombrar capitanes, los cuales fueron:
Pedro de los Ríos, vecino del Cuzco, Juan de Vargas, hermano de Garcilaso de la
Vega, estando este entonces en la ciudad de Lima con Gonzalo Pizarro, y Luis de
Ribera; a Luis García San Mamés lo nombró sargento mayor, y, a Diego Álvarez
del Almendral, sargento mayor". Al decir Santa Clara que Sebastián
Garcilaso estaba en Lima con Gonzalo Pizarro, hace menos creíble la versión que
daba su hijo, el cronista Inca Garcilaso, con respecto a su actitud cuando le
perdonó la vida. Insistía en que su padre vivía con Gonzalo Pizarro, pero sin
participar en las batallas. No resulta verosímil, porque, de ser cierto, se
trataría de un caso único en medio de las turbulentas guerras civiles: para que
no los mataran, los vencidos habían de militar en la tropa del vencedor. Santa
Clara nos saca después del Cuzco, para trasladarnos a Arequipa, y contar lo que
le ocurrió allí a Lucas Martínez Vegaso. Ya le dediqué una imagen a Vegaso,
pero lo que narra el cronista aporta mucho para conocer mejor al personaje.
(Imagen) ¿Era posible la lealtad
inquebrantable en aquel infierno de traiciones? Hubo casos tan excepcionales
como los mirlos blancos. ANTONIO DE ROBLES, el hermano del Martín de Robles, fue
absolutamente fiel, pero a una causa nefasta. Estuvo al servicio de Vaca de
Castro derrotando a Diego de Almagro el Mozo en la batalla de Chupas. Al llegar
el virrey Blasco Núñez Vela, optó, equivocadamente, por secundar a los oidores
cuando lo apresaron (aunque luego huyó), y le otorgaron, por su valía, el cargo
de maestre de campo de las tropas. Después entró Gonzalo Pizarro a Lima,
suplantó en el mando a los oidores, haciéndose reconocer por la ciudad como gobernador,
y entonces surgió el 'flechazo' de ANTONIO DE ROBLES. Se entusiasmó con Pizarro,
participaron juntos en la derrota definitiva del virrey, y, más tarde, llegó al
extremo de morir por no renegar de él, como los mártires de Cristo. Francisco
de Carvajal, quien, a pesar de su crueldad, era muy amigo de sus amigos, lo
estimaba en gran medida. Le escribe desde Lima en octubre de 1545 a Gonzalo Pizarro,
siempre con vena de literato: "Antonio de Robles hace muy rectamente su
oficio de servir a vuestra señoría con su persona y hacienda, como buen criado.
Ciertamente, vuestra señoría debe hacerle mercedes, porque siempre se ha
expuesto mucho en vanguardia a vuestro servicio, con muy buenos resultados.
Ahora se ha ofrecido al sacrificio de tan duro camino, para ir con estos
despachos adonde vuestra señoría. Solo le mueve a ello la afición que tiene a
servirle y verle la cara, y bien creo que está de suerte, porque debe de haber
pensado lo que suelen decir: 'Hombre que tu gesto vea, jamás puede ser perdido'
(quizá en el sentido de que siempre le sería fiel si le trataba bien).
Por eso, vuestra señoría debe mirar estas cosas: la primera, que es vuestro
servidor; la segunda, que es hermano del capitán Martín de Robles; la tercera,
que es hidalgo; la cuarta, que está casado; la quinta, que, si vuestra señoría
podría vivir sin él, él no puede vivir sin vuestra señoría ni vuestras
mercedes; la sexta y más principal, que, aunque hubiese alguna falta en
nosotros, las ha de suplir vuestra señoría como buen señor".
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