(724) Después de recoger a los que habían
abrazado la causa del Rey, Lorenzo de Aldana permitió que los marineros se
fueran con el barco hasta Panamá, con el fin de que allá le contaran a Pedro de
la Gasca lo que había sucedido. La llegada a Lima de fray Miguel de Lorena,
fue, como era de suponer, mucho más problemática que lo esperado por Aldana y
sus capitanes. Le dio a Gonzalo Pizarro la información que le habían encargado,
pero hasta el más ingenuo habría sospechado que muchas cosas no encajaban. Desconfió
de todo, empezando por la lealtad del mismo Lorena, el cual no tuvo ni la más
mínima posibilidad de ponerse en contacto con posibles partidarios del Rey. Por
otra parte, Gonzalo Pizarro vio clara la traición de Lorenzo de Aldana, y le
desbordaba la rabia: "Le mandó a fray Miguel que se recogiese en su
monasterio y no hablase con nadie sobre lo que había visto en los navíos.
Algunos dicen que lo metió en un sótano que tenía en su casa, hediondo y
húmedo. Se embraveció mucho más cuando le habló de Pedro de la Gasca y de los
cuatro capitanes de los navíos. Llamó luego a los que eran de su consejo, y se
quejó ante ellos de que Lorenzo de Aldana, como ingrato, no mirando lo mucho
que le debía, había engañado a Pedro de Hinojosa para que entregase la armada a
La Gasca. Y dijo otras cosas, llamándole a cada palabra traidor y perjuro, y diciéndolo
con ira tan grande, que parecía reventar ".
Los que le escuchaban estaban
desconcertados por todas las complicaciones que iban surgiendo. Gonzalo
Pizarro, como el ciego que no quiere ver su ilegal situación, les mandó a sus
letrados que preparasen una retahíla de reclamaciones judiciales contra Pedro
de la Gasca, acusándole de hacer cosas que, en realidad, eran previsibles y
absolutamente normales en el conflicto que estaban viviendo ambas partes. Lo
que no podía soportar era que el contrahecho clérigo le fuese ganando terreno
de forma acelerada.
Los letrados, viéndose entre la espada y
la pared, le siguieron la corriente: "No osaron contradecirle en nada, y
le dijeron que eran justas sus quejas, pues ellos estaban seguros de que La
Gasca había cometido un atroz delito en las cosas que había hecho, y de que,
asimismo, sus capitanes habían cometido traición contra él, que era gobernador
en nombre de Su Majestad, al haber entregado sin su licencia la flota a La
Gasca, por lo cual merecían ser castigados ejemplarmente. Se tomaron testigos
muy amigos suyos, sin ser oída la otra parte, y luego se dictó una terrible
sentencia, a instancia del licenciado Cepeda, en la que se condenaba al
licenciado Pedro de la Gasca a que le fuese dada la muerte cortándole la
cabeza, y a Lorenzo de Aldana, Pedro Alonso de Hinojosa, don Pedro Luis de
Cabrera y Hernán Mejía de Guzmán, a que fuesen arrastrados, cortadas sus
cabezas y hechos cuartos; a Gómez de
Solís, a cárcel perpetua, y a Juan Alonso Palomino y otros capitanes, a
destierro en las galeras españolas durante diez años".
Como todo era una pataleta sin sentido, a
la hora de firmar la sentencia solo estaba dispuesto a hacerlo el licenciado
Cepeda. Los demás letrados se negaron, especialmente el licenciado Juan Polo de
Ondegardo. Puso como argumento que condenar a Pedro de la Gasca sería incurrir
en excomunión mayor, porque no tenía poder para condenar a muerte a un clérigo.
Eso confirma que, en general los clérigos, como vamos viendo, se libraran de
las condenas a muerte, especialmente frecuentes en las guerras civiles. Añadió
que con tal condena se les negaba a los capitanes la oportunidad de renunciar a
su traición. Luego intervino con su sarcasmo habitual Francisco de Carvajal
diciendo que se reía de sentencias, y que, si los atrapaba, "los pondría a
secar en dos árboles". Finalmente, el único que firmó la sentencia fue el
licenciado Diego Vázquez de Cepeda.
(Imagen) Nos acaba de mencionar Santa
Clara a un personaje muy notable: JUAN POLO DE ONDEGARDO, cuya biografía habrá
que condensar. Nació en Valladolid en 1520, se licenció como letrado, y fue
también un hombre de armas. Era sobrino del cronista Agustín de Zárate, y llegó
con él a las Indias el año 1544, en el mismo viaje que hizo el virrey Blasco
Núñez Vela, pero hubo algo que los distanció. Juan Polo iba encargado de los
negocios de Hernando Pizarro, al que le quedaba largo tiempo de presidio en España.
Eso motivó que luchara junto a Gonzalo Pizarro contra el virrey. Juan Polo tuvo
un incidente, que parecía pasajero, con el sarcástico Francisco de Carvajal,
pero, de hecho, poco después, el irascible anciano lo apresó. Juan Polo logró
escapar, se pasó al bando de Pedro de la Gasca y participó en la batalla en la
que fueron definitivamente derrotados Gonzalo Pizarro y Carvajal. El resto de
su vida, JUAN POLO se mantuvo firme en el servicio al Rey, y sus
extraordinarias cualidades resultaron muy fructíferas. Tuvo cargos muy
relevantes. Fue regidor en el Cuzco tras haberlo sido Sebastián Garcilaso de la
Vega. Sintió gran interés y curiosidad por los indios, y se convirtió en el
cronista más fiable sobre su cultura y su historia, aconsejando siempre que se
respetara lo mucho bueno de sus costumbres tradicionales (la imagen muestra uno
de sus libros). Escribió también un "Tratado sobre los errores y
supersticiones de los indios", tras entrevistar a más de 400 hechiceros y
hechiceras nativos, y fue autor de una amplísima obra, poco aprovechada, y a
veces mal editada. Se enriqueció con las concesiones (entre otras, una mina de
plata) que le hicieron por sus grandes servicios. Estuvo casado con Jerónima de
Peñalosa, hija de Rodrigo de Contreras y de la más que triste María de
Peñalosa, de quien ya vimos que su padre, el brutal Pedrarias Dávila, mató a su
prometido, el gran Vasco Núñez de Balboa. JUAN POLO DE ONDEGARDO solía
acompañar al trotacaminos virrey Francisco de Toledo, hombre que iba allá donde
fuera necesario inspeccionar el enorme virreinato, y murió viajando con él el
año 1575. ¿Quién da más?
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