(733) Como ahora vemos a Diego Álvarez del
Almendral protagonizando la 'machada' de iniciar lo que va a ser un nuevo
resurgir del escondido Diego Centeno, para organizar una tropa y volver a
enfrentarse a la de Francisco Carvajal, vendrá bien recordar un hecho que dejó
clara la valentía de su carácter. Formó parte de la expedición que dirigía
Diego de Robles por tierras de Tucumán. Muerto Robles de un flechazo envenenado,
se hizo con el mando, injustamente, Francisco de Mendoza, un capitán joven,
valiente y despótico. Almendral era incapaz de soportar a un tirano, y lo mató,
arriesgándose a que fuese condenado a muerte. Pero no le castigaron, porque se
consideró justificada su reacción (le veremos morir en la batalla de Huarina).
Muy escondido debía de estar Diego de
Centeno en la cueva con su maestre de campo, Luis de Ribera (también morirá en
Huarina), porque apenas tenían noticias de los grandes acontecimientos
ocurridos desde la llegada de Pedro de la Gasca. Probablemente se debería a un
propósito firme de que Francisco de Carvajal no pudiera encontrarlos, pues
supondría una muerte segura, y, sin duda, eran muy pocos y muy fieles los que
estaban al tanto del secreto lugar en que se escondían. Quien velaba por ellos
era un cacique de la encomienda de indios que tenía, cerca de Arequipa, el
capitán Miguel Cornejo (a quien ya le dediqué una imagen). El mensajero enviado
por Diego Álvarez de Almendral puso al corriente a Diego Centeno y a Luis de
Ribera de la petición de Almendral y su grupo de amigos, así como de todas las
positivas novedades que estaban dejando a Gonzalo Pizarro en situación de
inferioridad contra las hábiles maniobras de Pedro de la Gasca.
Digamos de paso que, a medida que
avanzamos en esta historia, aumenta la admiración por Pedro de la Gasca. Era un
hombre con gran experiencia en situaciones políticas muy complicadas. Pero no
nunca tuvo un puesto militar. Su vida había estado centrada en el ambiente
religioso, jurídico y político, sin haber empuñado jamás una espada, y sin que su
contrahecho cuerpo valiera para los enfrentamientos físicos, algo que, por
prestarse a las burlas, da más mérito aún a su capacidad de liderazgo. Pero
todo lo superaba con su inteligencia, sentido común y valentía. Se necesitaba un
carácter heroico para hacerse cargo de la envenenada misión que le había
confiado Carlos V. Fue a las Indias sabiendo que el virrey Blasco Núñez Vela
estaba fracasando. Se enteró durante el viaje de que había sido asesinado, y,
sin dar un paso atrás, se centró en su misión. Cuando llegó a su destino,
Gonzalo Pizarro era de hecho, y en virtud de la fuerza, un ilegítimo pero
triunfante gobernador de Perú, con un poderoso ejército, experimentado y
vencedor. Pedro de la Gasca tenía que empezar de cero. Y ahora vemos que, poco
a poco y de acierto en acierto, va desmoronando todo lo conseguido por su
enemigo, mientas que él, venciendo, pero sobre todo convenciendo, se fortalece
más cada día. La gran jugada inicial, el primer golpe decisivo que le dejó
claro a Gonzalo Pizarro que se le venía el mundo encima, fue la habilísima
maniobra de quitarle su poderosa flota, entregada en bandeja por sus propios
capitanes, hipnotizados por sus ofrecimientos y sus perdones. La rebeldía era
siempre un suicidio. El brutal pero lúcido Francisco de Carvajal se lo dijo a Gonzalo
Pizarro: "Si matamos a este, luego vendrá otro".
(Imagen) Nadie se acuerda ya de PEDRO DE
FRUTOS, natural de Roa (Burgos). Fue protagonista de una muy triste historia,
de esas en las que el principal culpable queda libre de castigo. Casi lo único
que se conoce de Pedro es su tragedia, pero, sin duda, tuvo importancia como militar.
Figuró como uno de los fundadores de Quito (Ecuador), y se asentó
permanentemente en la ciudad, ejerciendo el notable cargo de alguacil mayor.
Tuvo la suerte, y la desgracia, de casarse con una mujer muy guapa. Un par de
años después participó con sus armas en la derrota del virrey Blasco Núñez
Vela. Sin duda viviría el hecho con euforia, pero dio pie a su tragedia. Gonzalo
Pizarro y sus tropas, después de entrar vencedores en Quito, celebraron el
acontecimiento de manera desenfrenada. Dicen las crónicas: "Al verse Gonzalo
Pizarro señor de aquellas provincias de Quito, comenzó a presumir más que hasta
entonces, dando, como rey, a besar la mano a todos, entre regocijos generales, y
viviendo él y los suyos en total desorden. Gonzalo tenía conversación con una
mujer que era hija de un vecino de Quito, con el cual había ido a la dura campaña
del Amazonas. Estaba casada con Pedro de Frutos, al cual envió Gonzalo a las
minas de oro para tener él mayor facilidad. La dejó preñada, y, temiendo que el
marido la mataría si así la hallase, mandó Gonzalo Pizarro a un griego criado
suyo que lo matase. Y así lo hizo. Gonzalo Pizarro le dio mil pesos al griego
para que fuese a su tierra. Pedro de la Gasca lo supo cuando vino a Perú, y,
tras haberlo comunicado, apresaron al griego, y, por sentencia del Consejo de
Indias. fue ahorcado en Valladolid". Hay diferentes versiones del hecho,
pero, sin duda, la historia tiene un fondo cierto. Hasta es posible que, aunque
nadie lo dice, la protagonista fuera María de Ulloa, por coincidir en el tiempo y
lugar, y por haber quedado embarazada (el jolgorio en Quito fue a principios de
1546, y nueve meses después María dio a luz a su malograda niña). Por si fuera
pequeño el castigo, Pedro de la Gasca incluyó a Pedro de Frutos en la lista de
los calificados en sentencia, después de muertos, como traidores, con la pena
añadida de la confiscación de todos sus bienes.
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