miércoles, 24 de junio de 2020

(Día 1143) Los éxitos de Pedro de la Gasca hicieron que los amigos de Centeno le convencieran de que saliese de la cueva en la que estaba escondido y volviera a liderar una tropa contra Gonzalo Pizarro.


     (733) Como ahora vemos a Diego Álvarez del Almendral protagonizando la 'machada' de iniciar lo que va a ser un nuevo resurgir del escondido Diego Centeno, para organizar una tropa y volver a enfrentarse a la de Francisco Carvajal, vendrá bien recordar un hecho que dejó clara la valentía de su carácter. Formó parte de la expedición que dirigía Diego de Robles por tierras de Tucumán. Muerto Robles de un flechazo envenenado, se hizo con el mando, injustamente, Francisco de Mendoza, un capitán joven, valiente y despótico. Almendral era incapaz de soportar a un tirano, y lo mató, arriesgándose a que fuese condenado a muerte. Pero no le castigaron, porque se consideró justificada su reacción (le veremos morir en la batalla de Huarina).
     Muy escondido debía de estar Diego de Centeno en la cueva con su maestre de campo, Luis de Ribera (también morirá en Huarina), porque apenas tenían noticias de los grandes acontecimientos ocurridos desde la llegada de Pedro de la Gasca. Probablemente se debería a un propósito firme de que Francisco de Carvajal no pudiera encontrarlos, pues supondría una muerte segura, y, sin duda, eran muy pocos y muy fieles los que estaban al tanto del secreto lugar en que se escondían. Quien velaba por ellos era un cacique de la encomienda de indios que tenía, cerca de Arequipa, el capitán Miguel Cornejo (a quien ya le dediqué una imagen). El mensajero enviado por Diego Álvarez de Almendral puso al corriente a Diego Centeno y a Luis de Ribera de la petición de Almendral y su grupo de amigos, así como de todas las positivas novedades que estaban dejando a Gonzalo Pizarro en situación de inferioridad contra las hábiles maniobras de Pedro de la Gasca.
      Digamos de paso que, a medida que avanzamos en esta historia, aumenta la admiración por Pedro de la Gasca. Era un hombre con gran experiencia en situaciones políticas muy complicadas. Pero no nunca tuvo un puesto militar. Su vida había estado centrada en el ambiente religioso, jurídico y político, sin haber empuñado jamás una espada, y sin que su contrahecho cuerpo valiera para los enfrentamientos físicos, algo que, por prestarse a las burlas, da más mérito aún a su capacidad de liderazgo. Pero todo lo superaba con su inteligencia, sentido común y valentía. Se necesitaba un carácter heroico para hacerse cargo de la envenenada misión que le había confiado Carlos V. Fue a las Indias sabiendo que el virrey Blasco Núñez Vela estaba fracasando. Se enteró durante el viaje de que había sido asesinado, y, sin dar un paso atrás, se centró en su misión. Cuando llegó a su destino, Gonzalo Pizarro era de hecho, y en virtud de la fuerza, un ilegítimo pero triunfante gobernador de Perú, con un poderoso ejército, experimentado y vencedor. Pedro de la Gasca tenía que empezar de cero. Y ahora vemos que, poco a poco y de acierto en acierto, va desmoronando todo lo conseguido por su enemigo, mientas que él, venciendo, pero sobre todo convenciendo, se fortalece más cada día. La gran jugada inicial, el primer golpe decisivo que le dejó claro a Gonzalo Pizarro que se le venía el mundo encima, fue la habilísima maniobra de quitarle su poderosa flota, entregada en bandeja por sus propios capitanes, hipnotizados por sus ofrecimientos y sus perdones. La rebeldía era siempre un suicidio. El brutal pero lúcido Francisco de Carvajal se lo dijo a Gonzalo Pizarro: "Si matamos a este, luego vendrá otro".

     (Imagen) Nadie se acuerda ya de PEDRO DE FRUTOS, natural de Roa (Burgos). Fue protagonista de una muy triste historia, de esas en las que el principal culpable queda libre de castigo. Casi lo único que se conoce de Pedro es su tragedia, pero, sin duda, tuvo importancia como militar. Figuró como uno de los fundadores de Quito (Ecuador), y se asentó permanentemente en la ciudad, ejerciendo el notable cargo de alguacil mayor. Tuvo la suerte, y la desgracia, de casarse con una mujer muy guapa. Un par de años después participó con sus armas en la derrota del virrey Blasco Núñez Vela. Sin duda viviría el hecho con euforia, pero dio pie a su tragedia. Gonzalo Pizarro y sus tropas, después de entrar vencedores en Quito, celebraron el acontecimiento de manera desenfrenada. Dicen las crónicas: "Al verse Gonzalo Pizarro señor de aquellas provincias de Quito, comenzó a presumir más que hasta entonces, dando, como rey, a besar la mano a todos, entre regocijos generales, y viviendo él y los suyos en total desorden. Gonzalo tenía conversación con una mujer que era hija de un vecino de Quito, con el cual había ido a la dura campaña del Amazonas. Estaba casada con Pedro de Frutos, al cual envió Gonzalo a las minas de oro para tener él mayor facilidad. La dejó preñada, y, temiendo que el marido la mataría si así la hallase, mandó Gonzalo Pizarro a un griego criado suyo que lo matase. Y así lo hizo. Gonzalo Pizarro le dio mil pesos al griego para que fuese a su tierra. Pedro de la Gasca lo supo cuando vino a Perú, y, tras haberlo comunicado, apresaron al griego, y, por sentencia del Consejo de Indias. fue ahorcado en Valladolid". Hay diferentes versiones del hecho, pero, sin duda, la historia tiene un fondo cierto. Hasta es posible que, aunque nadie lo dice, la protagonista fuera María de Ulloa, por coincidir en el tiempo y lugar, y por haber quedado embarazada (el jolgorio en Quito fue a principios de 1546, y nueve meses después María dio a luz a su malograda niña). Por si fuera pequeño el castigo, Pedro de la Gasca incluyó a Pedro de Frutos en la lista de los calificados en sentencia, después de muertos, como traidores, con la pena añadida de la confiscación de todos sus bienes.



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