(716) Veamos la actuación del tragicómico
Demonio de los Andes: "Le dijo: 'Señor Francisco Matamoros, me parece que
vuestra merced, como buen caballero hidalgo, no quiere ir adonde yo le mando,
pues siempre ha sido porfiado en sus cosas. Ya que no quiere ir, hagamos lo
siguiente. Vuestra merced no se quede ni se vaya, sino que se le alcen los pies
del suelo, y vaya a poblar la horca, porque hace muchos días que está
despoblada. Porque vuestra merced es muy desobediente, y para que tenga memoria
del arcabuzazo que me dio en las nalgas durante la noche, estando en Pocona, es
menester, señor, que nos hagamos amigos y me deje como heredero de sus bienes,
pues, sin duda, ha de morir'. Y, después de esto, le mandó que se confesara. Al
oírlo, Francisco Rodríguez Matamoros se puso de rodillas ante él, y, con
abundancia de lágrimas, le pidió perdón por todos sus desacatos, diciéndole que
iría adonde le mandase aunque perdiese la plata. Francisco de Carvajal no quiso
admitir sus ruegos, y mandó a Francisco Miguel, su alguacil, que lo ahorcase
del lugar más alto, para honrarle".
El triste Matamoros, viendo que estaba
perdido, se confesó con el sacerdote Ortún Sánchez, y fue ahorcado en la
ventana más alta de una casa. Después Carvajal quiso justificarse ante sus
soldados por lo que había hecho, haciendo alusión, como motivo añadido, a algo
que había pasado anteriormente, y que ya nos es conocido. Recordemos que,
tiempo atrás, cuando los de Carvajal perseguían a Lope de Mendoza, decidieron Matamoros
y Damián de la Bandera (al que habrá que dedicar una próxima imagen), apoyados
por otros soldados, matar a su capitán, Carvajal, y ellos dos le dispararon con
sus arcabuces por la espalda, siendo
herido, de poca gravedad, en una nalga. Luego huyeron, pero decidieron volver y
pedir perdón a Carvajal, quien, para variar en sus costumbres, los perdonó. De
ahí que ahora se queje con estas palabras: "Este caballero (Matamoros)
habrá quedado escarmentado de dar arcabuzazos, pues no ha tenido en cuenta que
yo se lo perdoné, y ha reiterado su bellaquería desobedeciendo mis
órdenes". Santa Clara añade que también dijo que "si Damián de la
Bandera, que se había quedado en la villa de La Plata, estuviera presente,
también le habría ahorcado de haberle respondido de la misma forma que
Matamoros".
De manera que sus perdones no eran
completos, porque se volvía más riguroso con los perdonados. Además, como diría
él con su sarcasmo, 'heredó' toda la plata de Matamoros, pues se quedó con
ella. No es desechable pensar que Carvajal, con mañas de estratega viperino,
metió a Matamoros en el grupo de los que tenían que ir tras los de Chile
esperando que el problemático soldado se opusiera. Con ello, tuvo una excusa
para matarlo y quedarse con sus bienes. Por eso tiene sentido que Santa Clara
escribiera: "Hizo una lista, no sin malicia".
Nos dice también el cronista que muchos de
los que partieron hacia Chile con Jerónimo Ruiz de Baeza le abandonaron,
"porque les faltó la comida, hacía muy grandes fríos y caía tanta nieve,
que temieron perecer". Era el territorio en el que se helaron años antes tres
jinetes de Diego de Almagro, y, al volver, días después, "los hallaron
enteros sobre sus caballos, como si acabaran de morir".
(Imagen). Ya aclaramos varias dudas sobre la
biografía de ANTONIO DE ULLOA, pero nos va a servir ahora para ver hasta qué
punto Gonzalo Pizarro se equivocaba a veces confiando en sus capitanes. No se
puede decir que fuese ceguera suya, sino resultado del podrido ambiente social
que supuraban las guerras civiles, en las que todo valía. Es posible que Jerónimo
Ruiz de Baeza, aunque se le huyeron muchos soldados, pudiera llevarle alguno a
Antonio de Ulloa con destino a Chile, pero de nada le sirvió, porque, como
vimos anteriormente, le fue arrebatado el barco a Ulloa, y lo dejaron en tierra
con sus hombres. Fue por entonces cuando su fidelidad a Gonzalo Pizarro comenzó
a resquebrajarse. Pero leamos las alabanzas que Gonzalo solía hacerle. Precisamente,
en la carta que le escribió desde Quito a Carvajal pidiéndole que reclutara
gente para Ulloa (12 de febrero de 1546), le decía: "Antonio de Ulloa va
con ayuda (a Chile) para Pedro de Valdivia. Se la di por ser caballero y
de mi tierra, y pariente de Lorenzo de Aldana y Gómez de Solís, y porque ha
luchado en esta batalla haciéndolo como quien es. Le daré un socorro tan copioso
como sea posible, porque tengo a Pedro de Valdivia (quien también luchará
contra él sirviendo a Pedro de la Gasca) por amigo mío, y sé que, siempre
que sea necesario, vendrá a ayudarnos como amigo". Después comenta que
tras haber sido derrotado y haber muerto Blasco Núñez Vela (nunca lo llama
virrey), se condenó a muerte a cuatro vecinos de la ciudad de Quito, Diego de
Torres, Sancho de la Carrera, Sarmiento y Martín de la Calle. Y dice:
"Estos han huido, pero pienso que los detendremos poco a poco". Termina
añadiendo: "Ayude a a Antonio de Ulloa en todo lo que pudiere. Él tiene
permiso para llevar a la gente en dos o tres navíos por el mar". Está
registrado (ver imagen) que partió de España en 1535 hacia Guatemala. Era hijo
de Gonzalo de Ulloa y Teresa de Ulloa, y vecino de Cáceres. Dos testigos
juraron que lo conocían y que no era de los prohibidos (ni judío ni musulmán).
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