(737) Como la victoria era un imán para
muchos indecisos, Diego Centeno se encontró de repente con una respetable
tropa: "Enseguida fueron a servirle muchos soldados que en otro tiempo
habían estado bajo su bandera y seguían simpatizando con él, y, no tardando mucho,
se le acercó Alonso Álvarez de Hinojosa con otros partidarios suyos, y él los
recibió con gran amor y buena voluntad. De manera que, antes de que amaneciese,
tenía más de doscientos ochenta hombres de a caballo y de a pie. Como le
fatigaba la herida que traía en el brazo, se fue a la casa de Hernando Bachicao
(ya ejecutado por Carvajal) para curarse. Dejó la guardia de la ciudad
en manos del teniente Alonso Álvarez de Hinojosa (entonces ya no pintaba
nada Antonio de Robles) y de Luis de Ribera, Diego Álvarez del Almendral,
Domingo Ruiz (está claro que el reverendo participó en el enfrentamiento)
y Francisco Negral".
Aquella noche, la mente de Diego Centeno
estaría más despierta que nunca, saboreando el triunfo y calculando las
decisiones que había de tomar: "Al otro día, bien de mañana, se hizo
nombrar, con el consentimiento de todo el cabildo y de los vecinos (aunque
algunos desearan otra cosa), capitán general al servicio de Su Majestad,
sin quitar la preeminencia que Alonso Álvarez de Hinojosa tenía (en la
ciudad del Cuzco). También mandó traer los cuerpos de Alonso Pérez de
Esquivel y de Martín Ruiz de Argote, que murieron en la batalla, a los cuales
mandó enterrar con mucha honra en el monasterio de Nuestra Señora de la Merced".
Luego reunió a todos los vecinos, incluso "a los que habían andado
amedrentados de él porque habían sido sus mortales enemigos, y a todos les
habló con buen semblante".
Los tranquilizó diciéndoles que él no
había llegado para saquear la ciudad, como acostumbraba a hacer Francisco de
Carvajal. Empleó la diplomacia de Pedro de la Gasca, ofreciendo perdones a
todos los que quisieran seguir el camino recto del servicio a Su Majestad, pero
también, como hacía el hábil clérigo, amenazando con dureza a quienes siguieran
actuando con rebeldía: "Pidió que todos permanecieran quietos en sus
casas, pues, si alguno se atreviese a hacer algún intento de violencia, no
tendría de él ninguna piedad, sino que mandaría que le cortaran la cabeza por
traidor, y confiscaría sus bienes para la Hacienda de Su Majestad".
Recordemos que era el día del Corpus, y la
misa fue otro escenario de victoria, pues, como vimos, Diego Centeno había
iniciado el ataque dispuesto a participar en ella o morir en el intento:
"El reverendísimo obispo don fray Juan Solano (¿con qué cara le miraría
Domingo Ruiz, el irritado cura vasco?) y sus clérigos, dicha la misa,
anduvieron en la procesión con mucha solemnidad por tan alta fiesta, y los
regidores y mayordomos del Santísimo Sacramento les dieron las varas del palio
a Diego Centeno y a sus buenos compañeros, cumpliéndose así lo que él había
prometido un día antes, y también porque Alonso Álvarez de Hinojosa así lo
había mandado. Después de haber acabado la solemnidad de la fiesta, llevó
Hinojosa a Diego Centeno y a sus leales compañeros a su casa, en donde comieron
con mucho placer, hasta que, ya tarde, Centeno fue a su posada, donde le
pusieron buena guarda de soldados".
(Imagen) Estamos viendo a Alonso Álvarez
de Hinojosa abandonar a Gonzalo Pizarro y pasarse al bando de Diego Centeno y
Pedro de la Gasca, leales al Rey. Alonso tuvo que ser un capitán importante,
pero apenas encuentro datos suyos. Me centraré en otro conquistador, ESTEBAN
PRETEL, que conoció bien a Hinojosa y lo despreciaba en una carta que le escribió
en abril de 1547 a Alonso de Villacorta, diciéndole que no gobernaba bien en el
Cuzco, "pues se da a la fornicación, y, si se pudiera decir por carta, le
hablaría a vuestra merced de otras cosas graves y feas". Pretel aún no
imaginaba que Hinojosa fuese a traicionar a Gonzalo Pizarro, pero es probable
que él mismo estuviera pensando ya en hacerlo. Veamos su historial. Llegó a
Perú en 1542. Sirvió a Gonzalo Pizarro, luego lo abandonó, y, tras salir
derrotado en la batalla de Huarina (junto a Centeno), pudo tomarse la revancha
contra él en la de Jaquijaguana. Se mantuvo fiel a la Corona luchando también
contra el rebelde Hernández Girón. Poco antes, en 1550, se había casado en el
Cuzco con Doña Isabel Atahualpa, hija del emperador y nacida en 1533, el mismo
año en que murió su padre. Al matrimonio se le concedió una importante pensión,
como se hizo con otros hijos de Atahualpa. Se trasladaron el año 1557 a Quito,
porque en el Cuzco, centro del imperio inca, los indios sentían un fuerte rechazo
hacia los descendientes de Atahualpa. ESTEBAN PRETEL murió en 1564, y, el año
1570, su único hijo, quedando Isabel con dificultades por habérsele anulado la
pensión que tenía adjudicada. Se casó de nuevo, poco después, con Diego
Gutiérrez de Medina, y, en 1573, Isabel presentó un expediente (el de la
imagen) pidiéndole al Rey que se le restaurara la merced que se hacía a los
descendientes de Atahualpa. En esta historia, hubo un hombre que pagó un alto
precio por su constante fidelidad a Gonzalo Pizarro, el arriba mencionado
Alonso de Villacorta: fue desterrado de Perú y le confiscaron todos sus bienes,
los que allí tenía y los que conservaba en España.
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