viernes, 5 de junio de 2020

(Día 1127) Carvajal fue recibido en el Cuzco como gran triunfador, pero pronto enfermó gravemente. Fingió ante todos que se había confesado, aunque, siempre contradictorio, dejó en su testamento muchos bienes para la Iglesia. Luego se recuperó.


     (717) Después de haber hecho la inhumana ejecución de Francisco Rodríguez Matamoros, partió Francisco de Carvajal hacia el Cuzco. El viaje fue muy penoso, aunque la llegada a la ciudad resultó un éxito: "Entró con sus banderas tendidas y al son de los tambores, yendo los soldados en formación (muchos eran de las tropas derrotadas). Llevaba, como triunfador, las banderas de Diego Centeno y Lope de Mendoza arrastrando por el suelo, y las suyas tremolando por los aires. Salieron a recibirle los del cabildo de la ciudad, los vecinos y Alonso Álvarez de Hinojosa (teniente del lugar, nombrado por Gonzalo Pizarro) con muchos hombres principales, y le dieron el parabién por su venida. Fue aposentado en las casas de Hernando Bachicao, que era su compadre dos veces. Traía muchas armas, abundante pólvora en botijas, y gran cantidad de plata para Gonzalo Pizarro y para él".
      El recorrido que habían hecho era de unos 600 km. Tras descansar unos días, se pusieron de nuevo en marcha y llegaron a Jaquijaguana, donde los indios los recibieron bien "porque le tenían gran miedo a Carvajal, y le dieron carneros y alimentos, dejándole muchos indios para llevar la ropa y el fardaje". Poco se imaginaba Carvajal que en ese valle de Jaquijaguana resultaría pronto derrotado y muerto. Solo pensaba en seguir avanzando, y el infatigable viejo tuvo un percance: "Llegó a un poblado de los indios locumaes, y aquella noche le dio un bravísimo olor de estómago, del que estuvo muy fatigado durante dos días. De allí, fue llevado en andas hasta el pueblo de Andahuaylas, donde estaba la encomienda de Diego de Maldonado el Rico. En este pueblo se le avivó el dolor y se le pasó al costado, estando a punto de muerte, por lo cual sus capitanes, sus amigos y su médico, el licenciado Cristóbal Sánchez, le dijeron muchas veces que se confesase e hiciera testamento".
     Carvajal se mostró conforme, y llamó primeramente a su capellán, el padre Márquez. Cuando llegó, le dijo que le recitara un romance y unas coplas que a él le gustaban. El clérigo le contestó que ya las aprendería, pero que lo que tenía que hacer era confesarse de inmediato. Insistió en ello, y le respondió con su estilo mordaz y tajante: "Mire, padre. Si queréis estar a buenas conmigo, no me habléis más de eso, porque os juro que mandaré daros garrote y echar a los perros vuestro cuerpo para que lo coman". Después de estar juntos un rato, que todos creerían que fue el tiempo de su confesión, Carvajal le dio un encargo a su capellán: "Le dijo que se fuese y que dijera a sus capitanes y al médico que se había confesado, amenazándole con castigarle si otra cosa dijese".
     Lo que sí hizo de inmediato fue su testamento ante el escribano público, y, en él, el cuasiblasfemo Carvajal sí quiso ganarse el perdón divino por su atroz existencia. Dejaba generosas aportaciones de dinero para las iglesias de Lima, el Cuzco y Las Charcas, así como para las doncellas huérfanas y las mujeres pobres. A un sobrino suyo (del que se decía que era su hijo), llamado Francisco Gascón Díez, y el cual siempre iba a su lado, le destinaba "diez mil pesos de oro, con la condición de que, por ser mestizo, fuese a España y se casase allá". Reservó también dinero para sus criados y para el asustado capellán. Del resto de sus bienes, que eran muchos, hizo heredera universal a su mujer, doña Catalina de Leyton. Pero añade el cronista: "No hubo ninguna cláusula en la que mandase restituir lo que había tomado y robado a diversas gentes".

     (Imagen) DAMIÁN DE LA BANDERA fue un personaje notable, valiente, leal y culto, a quien acabamos de ver en riesgo por la ira de Carvajal. Llegó muy joven a las Indias. En las guerras civiles siguió, forzosamente, un proceso tortuoso. Estuvo en el bando del virrey, a las órdenes del capitán Pablo Meneses (a quien ya conocemos), pero su toma de posiciones fueron distintas. Cuando Gonzalo Pizarro llegó a Lima, Meneses se puso a su servicio, mientras que Damián de la Bandera huyó para poder mantenerse leal a la Corona. En el Cuzco, lo atrapó el terrible Francisco de Carvajal, y, a la fuerza ahorcan (nunca mejor dicho), no le quedó más remedio, para salvar la vida, que alistarse en sus tropas. Intentó matar a Carvajal, fracasó en el empeño, y tuvo que seguir en su bando, aunque siempre temeroso de que Carvajal algún día lo matara, como le ocurrió a su compañero Francisco Matamoros. En cuanto surgió la ocasión de escapar de sus garras, se unió a Diego Centeno, pero tuvo que huir de nuevo porque Carvajal los derrotó. Sin embargo, le llegó el momento de la revancha, luchando contra él en Jaquijaguana incorporado a las tropas de Pedro de la Gasca, donde murieron Gonzalo Pizarro y Carvajal. Participó después en los últimos conflictos civiles, siempre en el bando real; perdió batallas, pero ganó guerras, y fue muy estimado por tres virreyes sucesivos: por encargo del Marqués de Cañete (quien lo premió por sus servicios), escribió una estupenda 'Relación general de la provincia de Huamanga'; el Conde de Nieva lo defendió de unas acusaciones que le habían hecho; y el excepcional don Francisco de Toledo, que lo apreciaba en extremo, le encargó que hiciera un informe sobre la zona de Potosí porque era un experto en temas indígenas. En la imagen le vemos pleiteando contra Antonio Vasca de Castro, hijo de Cristóbal Vaca de Castro (el que acabó con Diego de Almagro el Mozo), porque le habían concedido una encomienda de indios que era suya. También ganó esa 'batalla' (que duró de 1560 a 1574). La parte final de su vida transcurrió en el Cuzco, donde consta que DAMIÁN DE LA BANDERA aún vivía el año 1590.



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