(717) Después de haber hecho la inhumana
ejecución de Francisco Rodríguez Matamoros, partió Francisco de Carvajal hacia
el Cuzco. El viaje fue muy penoso, aunque la llegada a la ciudad resultó un
éxito: "Entró con sus banderas tendidas y al son de los tambores, yendo
los soldados en formación (muchos eran de las tropas derrotadas). Llevaba,
como triunfador, las banderas de Diego Centeno y Lope de Mendoza arrastrando
por el suelo, y las suyas tremolando por los aires. Salieron a recibirle los
del cabildo de la ciudad, los vecinos y Alonso Álvarez de Hinojosa (teniente del
lugar, nombrado por Gonzalo Pizarro) con muchos hombres principales, y le
dieron el parabién por su venida. Fue aposentado en las casas de Hernando
Bachicao, que era su compadre dos veces. Traía muchas armas, abundante pólvora
en botijas, y gran cantidad de plata para Gonzalo Pizarro y para él".
El
recorrido que habían hecho era de unos 600 km. Tras descansar unos días, se
pusieron de nuevo en marcha y llegaron a Jaquijaguana, donde los indios los
recibieron bien "porque le tenían gran miedo a Carvajal, y le dieron
carneros y alimentos, dejándole muchos indios para llevar la ropa y el
fardaje". Poco se imaginaba Carvajal que en ese valle de Jaquijaguana
resultaría pronto derrotado y muerto. Solo pensaba en seguir avanzando, y el
infatigable viejo tuvo un percance: "Llegó a un poblado de los indios
locumaes, y aquella noche le dio un bravísimo olor de estómago, del que estuvo
muy fatigado durante dos días. De allí, fue llevado en andas hasta el pueblo de
Andahuaylas, donde estaba la encomienda de Diego de Maldonado el Rico. En este
pueblo se le avivó el dolor y se le pasó al costado, estando a punto de muerte,
por lo cual sus capitanes, sus amigos y su médico, el licenciado Cristóbal
Sánchez, le dijeron muchas veces que se confesase e hiciera testamento".
Carvajal se mostró conforme, y llamó
primeramente a su capellán, el padre Márquez. Cuando llegó, le dijo que le
recitara un romance y unas coplas que a él le gustaban. El clérigo le contestó
que ya las aprendería, pero que lo que tenía que hacer era confesarse de
inmediato. Insistió en ello, y le respondió con su estilo mordaz y tajante:
"Mire, padre. Si queréis estar a buenas conmigo, no me habléis más de eso,
porque os juro que mandaré daros garrote y echar a los perros vuestro cuerpo
para que lo coman". Después de estar juntos un rato, que todos creerían
que fue el tiempo de su confesión, Carvajal le dio un encargo a su capellán:
"Le dijo que se fuese y que dijera a sus capitanes y al médico que se
había confesado, amenazándole con castigarle si otra cosa dijese".
Lo que sí hizo de inmediato fue su
testamento ante el escribano público, y, en él, el cuasiblasfemo Carvajal sí
quiso ganarse el perdón divino por su atroz existencia. Dejaba generosas
aportaciones de dinero para las iglesias de Lima, el Cuzco y Las Charcas, así
como para las doncellas huérfanas y las mujeres pobres. A un sobrino suyo (del
que se decía que era su hijo), llamado Francisco Gascón Díez, y el cual siempre
iba a su lado, le destinaba "diez mil pesos de oro, con la condición de
que, por ser mestizo, fuese a España y se casase allá". Reservó también
dinero para sus criados y para el asustado capellán. Del resto de sus bienes,
que eran muchos, hizo heredera universal a su mujer, doña Catalina de Leyton.
Pero añade el cronista: "No hubo ninguna cláusula en la que mandase
restituir lo que había tomado y robado a diversas gentes".
(Imagen) DAMIÁN DE LA BANDERA fue un personaje
notable, valiente, leal y culto, a quien acabamos de ver en riesgo por la ira
de Carvajal. Llegó muy joven a las Indias. En las guerras civiles siguió,
forzosamente, un proceso tortuoso. Estuvo en el bando del virrey, a las órdenes
del capitán Pablo Meneses (a quien ya conocemos), pero su toma de posiciones
fueron distintas. Cuando Gonzalo Pizarro llegó a Lima, Meneses se puso a su
servicio, mientras que Damián de la Bandera huyó para poder mantenerse leal a
la Corona. En el Cuzco, lo atrapó el terrible Francisco de Carvajal, y, a la
fuerza ahorcan (nunca mejor dicho), no le quedó más remedio, para salvar la
vida, que alistarse en sus tropas. Intentó matar a Carvajal, fracasó en el
empeño, y tuvo que seguir en su bando, aunque siempre temeroso de que Carvajal
algún día lo matara, como le ocurrió a su compañero Francisco Matamoros. En
cuanto surgió la ocasión de escapar de sus garras, se unió a Diego Centeno,
pero tuvo que huir de nuevo porque Carvajal los derrotó. Sin embargo, le llegó
el momento de la revancha, luchando contra él en Jaquijaguana incorporado a las
tropas de Pedro de la Gasca, donde murieron Gonzalo Pizarro y Carvajal.
Participó después en los últimos conflictos civiles, siempre en el bando real;
perdió batallas, pero ganó guerras, y fue muy estimado por tres virreyes sucesivos:
por encargo del Marqués de Cañete (quien lo premió por sus servicios), escribió
una estupenda 'Relación general de la provincia de Huamanga'; el Conde de
Nieva lo defendió de unas acusaciones que le habían hecho; y el excepcional don
Francisco de Toledo, que lo apreciaba en extremo, le encargó que hiciera un
informe sobre la zona de Potosí porque era un experto en temas indígenas. En la
imagen le vemos pleiteando contra Antonio Vasca de Castro, hijo de Cristóbal
Vaca de Castro (el que acabó con Diego de Almagro el Mozo), porque le habían
concedido una encomienda de indios que era suya. También ganó esa 'batalla'
(que duró de 1560 a 1574). La parte final de su vida transcurrió en el Cuzco,
donde consta que DAMIÁN DE LA BANDERA aún vivía el año 1590.
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