(719) A los seis días de la partida de
Dionisio de Bobadilla, tuvo fuerzas Francisco de Carvajal para enviarle un
mensaje a Vilcas: "En él le decía que continuase con la tropa hasta la
ciudad de San Juan de la Frontera, que está en Huamanga, que allí le aguardasen
y que, si él muriese, fueran todos juntos a Lima. El maestre de campo (Bobadilla),
los capitanes y los soldados fueron a la ciudad de Huamanga, y los del cabildo,
con los vecinos, les salieron a recibir, pero no dispararon tiros de arcabuz ni
ondearon banderas, sino que entraron mostrando mucha tristeza y con gran
silencio, por causa de que el general estaba enfermo. Fueron bien recibidos, y
mejor hospedados, en casa de los vecinos. A los pocos días comenzó Francisco de
Carvajal a mejorar, y lo llevaron lentamente en una litera hacia Huamanga,
yendo muy flaco, desmejorado y con feo aspecto".
Lograron llegar con él hasta la ciudad, y
entraron en ella como si fuera un cortejo fúnebre, mostrando su pesadumbre:
"Salieron todos a recibirle con las banderas medio tendidas, los alféreces
las bajaron haciéndole su debido acatamiento, y él se humilló a las banderas
bajando la cabeza. Todos entraron en la ciudad callados y con demostración de
su tristeza. A los tres días, Carvajal empezó a recaer, creyéndose que sus días
estaban cumplidos, pero poco después se recuperó de su enfermedad. Y lo quiso Dios, que es padre misericordioso,
para que este hombre se enmendase (tiempos brutales, pero profundamente
religiosos)".
Aún tuvo que permanecer Francisco de
Carvajal un mes en Huamanga para poder recuperarse: "Determinó entonces
partir para Lima, porque tenía gran deseo de ver a Gonzalo Pizarro, y también a
quienes tanto le odiaban. En el camino recibió cartas de Gonzalo Pizarro en las
que le decía que Pedro de Hinojosa había entregado toda la flota a Pedro de la
Gasca, y que todos sus capitanes dejaron de ser verdaderos amigos para tornarse
en enemigos. Con estas noticias se alteró tanto Francisco de Carvajal, que no
quiso parar ni una hora, y siguió su camino sentado dentro de la litera. Iba en
ella bufando como un toro, con ansia de castigar aquello que los capitanes
habían hecho. Rabiaba, gruñía, blasfemaba y amenazaba a todos los que fuesen
enemigos de Gonzalo Pizarro. Principalmente amenazaba muy terriblemente al
general Pedro Alonso de Hinojosa porque había entregado al licenciado La Gasca
aquella tan importantísima fuerza que tenían (está claro que fue un golpe
maestro de La Gasca)".
Sobre la marcha, resolvió a su estilo otro
incidente inesperado. Recibió otra carta (sorprendente) de Gonzalo Pizarro en
la que le decía que era conveniente que le entregase todos los hombres de su
compañía, porque eran muy valiosos, y lo mismo le pedían los capitanes Juan
Vélez de Guevara y Juan de Acosta, así como y el licenciado Cepeda, quizá
porque hubiera un rumor de desprestigio hacia Carvajal, o porque era ya un
anciano. Pero tenía tanta seguridad en sí sí mismo, que casi se lo tomó a risa.
Le respondió a Gonzalo Pizarro que él y sus hombres estaban muy compenetrados,
y que no quería que le dieran otros soldados desconocidos. Gonzalo aceptó sus
razones "y le mandó que fuese pronto a Lima porque le aguardaba
impacientemente".
(Imagen) Hubo capitanes muy importantes
que abandonaron a Gonzalo Pizarro. Unos, pronto, y, otros, en el último momento,
cuando se dieron cuenta de que estaba al borde del jaque mate. No faltaron los
que mantuvieron siempre, hasta en las más difíciles situaciones, la fidelidad
al Rey. Un caso paradigmático fue el del gran Alonso de Alvarado. Hagamos un
repaso con algunos de los que titubearon. Diego Centeno abandonó la causa de
Gonzalo Pizarro cuando Francisco de Almendras, representante de Gonzalo, mató,
contra toda justicia, a un compañero suyo. Acabamos de ver que Pedro de
Hinojosa y Hernando Mejía fueron convencidos por la habilidad diplomática de
Pedro de la Gasca para ponerse a su servicio, entregándole, además, todos los
barcos de Gonzalo. En un informe que envió La Gasca al Consejo de Indias el 27
de diciembre de 1547, dice que ALONSO DE MENDOZA se había unido a Diego Centeno
para servir al Rey (los dos fallecieron, de muerte natural, tras la derrota de
Gonzalo Pizarro). Lo ocurrido se lo explicó a La Gasca alguien que también
acababa de abandonar a Gonzalo Pizarro: Alonso Márquez, el clérigo protagonista
de la imagen anterior. Gonzalo le envió recado a Alonso de Mendoza para que le
llevara toda la gente que tenía en las Charcas. Mendoza se dispuso a cumplir lo
que le mandaba, pero recibió una carta de Centeno en la que le pedía que se
uniera a él, haciéndole saber que Pedro de la Gasca tenía un poderoso ejército.
Mendoza no se lo pensó más, y fue el momento de su cambio de bando, a solo tres
meses de la decisiva batalla de Jaquijaguana, en la cual no solo participó él,
sino también, espada en ristre cual clérigo medieval, el obispo del Cuzco, Juan
de Solano, quien, perdido ya todo miedo a Gonzalo Pizarro, se había unido a las
tropas leales al Rey. Un comentario de Pedro de la Gasca echa por tierra la
versión del cronista Inca Garcilaso sobre la lealtad de su padre: "Creo
que, en estos momentos, Sebastián Garcilaso de la Vega está del lado de Gonzalo
Pizarro a más no poder". Le salvó que, como otros muchos, se pasó durante
la batalla de Jaquijaguana, en el último momento, al bando de Pedro de la
Gasca.
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