(687) Inca Garcilaso, a su manera,
coincide en todo lo que cuenta Santa Clara. Después de decirnos que Hernán
Mejía le confesó a Pedro de la Gasca que estaba decidido a abandonar a Gonzalo
Pizarro para ponerse al servicio del Rey, comenta que la sintonía entre los dos
fue perfecta: "Mejía le dio cuenta de la situación de aquellas tierras, de
la armada que había en Panamá, de los capitanes y soldados que en ella estaban,
y de que Pedro de Hinojosa era el general de todos ellos. El presidente La
Gasca le dio las gracias, y así quedó consolidada la paz y la amistad entre
ellos. Se hablaban cada noche, con mucho secreto, dándole aviso Hernán Mejía de
todo lo que le escribían desde Panamá. El Presidente, de día en día, se iba
ganando la amistad, tanto de los soldados como de los vecinos. Algunos iban a
comer y a conversar con él, quien se mostraba tan llano y afable, que se hacía
querer de todos". La Gasca, como hábil diplomático, prometía demasiado:
"En su conversación solo hablaba de que iba a reducirlos al servicio de Su
Majestad con paz, amor y beneficios que el Rey les haría, y con un perdón
general de todo lo pasado, de manera que, si no quisiesen reducirse a buenas,
él se volvería a España y los dejaría en paz, pues su profesión de sacerdote no
le permitía odiar a nadie, ni él lo quería".
Melchor Verdugo, que había zarpado de
Santa Marta tras recibir la carta que le envió Pedro de la Gasca, dejando
tranquilos a los vecinos, llegó de repente a la costa de Nombre de Dios. Y se
repitió la historia: nueva carta de La Gasca, y retirada del fiel vasallo de Su
Majestad, pero hombre cruel y temible allá por donde pasaba. Lo que le da pie a
Inca Garcilaso para hablar de un encuentro que tuvo con él en España
(diecisiete años después de estos acontecimientos): "Melchor Verdugo se
vino entonces a España porque le pareció que no estaba seguro en aquellas
tierras, y Su Majestad le hizo merced del Hábito de Santiago. Yo le vi en la
antecámara del muy Católico Rey Don Felipe Segundo, el año mil quinientos sesenta
y tres, bien fatigado de que sus enemigos resucitaran los agravios que hizo en
el Perú, Nicaragua y Nombre de Dios, de los cuales le acusaban, por lo que
temió que le quitaran el Hábito de Santiago. Tal era el sentimiento que
mostraba, que daba lástima verle el rostro, pero el Rey le hizo merced de
absolverle de todo, y, así, se volvió en paz al Perú". Como ya vimos, Inca
Garcilaso había llegado a España tres años antes (en 1560), pero lo que no dice
es que Verdugo murió en Perú en 1567, solo cuatro años después de este mal
trago del traqueteado y traqueteador capitán.
Habiendo decidido ya Hernán Mexía ponerse
al servicio de Pedro de la Gasca, empezó de inmediato a reforzarse reclutando
nuevos soldados, y tuvo la precaución de evitar a los de la ciudad, escogiendo
solo a los que habían llegado con Pedro de la Gasca. Al saberlo el Adelantado
Pascual de Andagoya (del que hemos hablado varias veces), se alarmó, pensando
que, siendo Mejía un capitán de Pizarro, le estuviera arrebatando gente a La
Gasca, a quien se lo contó alarmado y criticando a los pizarristas. Santa Clara
comenta: "Se lo dijo en secreto, porque, de lo contrario, si lo hubiesen
oído en público, sin duda le habría costado la vida por más Adelantado que
fuese, pues en aquel tiempo nadie se atrevía a decir las cosas
claramente". Pedro de la Gasca lo calmó ocultando la verdad y argumentando
que Mejía se preparaba por si llegaba de nuevo Melchor Verdugo.
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