(694) Fue un verdadero 'exitazo' que el
habilísimo Pedro de la Gasca consiguiera que la gran armada naval de Gonzalo
Pizarro, con toda la tropa, quedara bajo su mando, algo que, probablemente, ni de
lejos sospechara el traicionado. Inca Garcilaso da por bueno el argumento que
utiliza el cronista López de Gómara para explicar por qué se pudo conseguir:
"Lo más importante fue la revocación de las ordenanzas y el perdón
prometido de todo lo pasado, pues, con ello, se veían asegurados en la
conservación de sus indios, y libres de ser ejecutados por las alteraciones y
muertes pasadas. No quisieron perder la ocasión, aunque fuese con la
destrucción de quien les había nombrado capitanes para que tuvieran méritos en
el futuro, pues, aunque eran personas de calidad, no habían sido conquistadores
(aunque sí habían luchado en las guerras civiles), salvo Juan Alonso
Palomino". Parece, cosa extraña, que López de Gómara subraye la traición a
Gonzalo Pizarro, empañando el acierto de volver a la legalidad, recuperando con
ello la lealtad al Rey.
Gómara añade: "Guardaron el secreto
pocos días, porque Pedro de la Gasca quiso no demorarse, dado que había
conseguido tan gran éxito en tan breve tiempo. Los capitanes se sometieron en
público al presidente La Gasca, y él les dio las capitanías en nombre del
Emperador. Por aquí comenzó la destrucción de Gonzalo Pizarro. La Gasca hizo
capitán general de la flota al mismo Pedro de Hinojosa, y entregó las naves y
banderas a los capitanes, que la habían tenido por Gonzalo Pizarro, que fue
convertir en fieles a los traidores (se supone que al Rey). No cabía de
gozo al verse dueño de la armada, y, en verdad, sin ella, nunca o tarde,
saldría victorioso, pues, yendo por tierra al Perú, como al principio pensaba,
pasaría muchos trabajos, hambre, frío y otros peligros antes de llegar
allá".
Toma el relevo Inca Garcilaso y nos dice:
"Pedro de la Gasca mandó preparar cuatro navíos, en los que fuesen por
capitanes, Lorenzo de Aldana, Juan Alonso Palomino, Hernán Mejía y Juan de
Illánez, todos bajo el mando de Aldana, llevando trescientos hombres, con
muchas copias de la revocación de las ordenanzas de su Majestad y del perdón general
que a todos daba, para que las fuesen sembrando por todos los sitios. Escribió
también a Don Antonio de Mendoza, que era entonces el virrey de México, dándole
cuenta de lo que hasta entonces había sucedido, y pidiéndole socorro de gente y
armas. Envió a Don Sebastián de Castilla (futuro rebelde) a Guatemala y
Nicaragua, y otras personas fueron a Santo Domingo, a Popayán y a otras
partes".
A la hora de contar aquella situación,
Santa Clara, como siempre, es más extenso y abunda en detalles. Incluso acentúa
la intensidad del drama, aunque queda la duda de si lo exagera. Confirma que
los pizarristas decidieron enviar mensajeros a España, pero, según él, también
acordaron que Gonzalo Pizarro le mandara un escrito a Hinojosa con una orden
especial: "Que detuviese a Pedro de la Gasca en Panamá, y que le hiciese
matar con ponzoña, sin que nadie lo descubriera". Por otra parte,
"como siempre habían hablado estos vanilocos de coronar a Gonzalo Pizarro
como rey del Perú, se pensó (pero no se hizo) en que, si Su Majestad no
lo concedía, fuesen algunas personas de calidad a Roma para pedírselo al Sumo
Pontífice".
(Imagen) Vimos en la imagen anterior que
la sevillana Luisa de Vivar, viuda del adinerado Gómez de Solís (el matrimonio
duró solo seis años), se casó después con FERNANDO ORTIZ DE ZÁRATE Y RECALDE.
Solís murió en 1561, el mismo año en el que le regaló al virrey un barco. Tras
siete años de viudez, Luisa, mucho más joven que Solís, se casó con Fernando
(eran de parecida edad), quien, aunque sevillano, tenía sus raíces en Orduña
(Vizcaya), de donde surgió la ilustre saga indiana de los Ortiz de Zárate
(incluido el gran Juan de Garay, fundador de Buenos Aires), nutrida de
conquistadores, oidores (como el honrado Pedro Ortiz de Zárate, al que hemos
visto morir, probablemente asesinado), gobernadores e, incluso, cronistas, como
Agustín de Zárate. Fernando era primo de uno de los más ilustres, el gobernador
Juan Ortiz de Zárate (entre otras cosas, Gobernador de Río de la Plata). También
FERNANDO ORTIZ DE ZÁRATE estuvo a la altura de esas eminencias. Haciendo
perfecto equipo, él y su mujer incrementaron ampliamente, con una gran
producción de azúcar, la gran fortuna que ella heredó de Gómez de Solís. Además
de pertenecer a una familia ilustre y figurar como Caballero de la Orden de
Santiago, Fernando tuvo que ser un hombre hiperactivo y de extraordinarias
cualidades, ya que contó con la confianza absoluta del virrey Marqués de Cañete,
hasta el punto de que lo nombró simultáneamente Gobernador de Tucumán, de Paraguay
y de Río de la Plata, zonas por las que los Zárate parecían tener una obsesión
familiar. Ese triple mandato le permitió transportar refuerzos de armas,
soldados e indios de una demarcación a otra, y así logró construir la fortaleza
de Buenos Aires (la de la imagen), ciudad que carecía de medios para defenderse
de los temibles ataques de los piratas europeos. FERNANDO ORTIZ DE ZÁRATE
falleció en La Plata (actual Sucre, capital de Bolivia) el año 1595, dejando un
entrañable recuerdo a cuantos le conocieron. Algunas referencias indican que
LUISA DE VIVAR le sobrevivió, pero, en cualquier caso, no dejaron descendencia.
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