(688) Ya calmado Hinojosa, les mandó a
Hernán Mejía y a su suegro, Pedro Luis de Cabrera, que fueran a Nombre de Dios
para que se enterasen bien de cuáles eran las verdaderas intenciones de Pedro
de la Gasca, y, asimismo, para que defendiesen el puerto de aquella ciudad,
pues tenía noticias de que los franceses iban robando y destruyendo por
aquellas costas. Cuando el presidente La Gasca los vio llegar, les recibió muy
bien, y habló enseguida con Pedro Luis de Cabrera, y lo atrajo al servicio de
Su Majestad, pues hacía días que él también lo deseaba, y, por lo que su yerno
le vino diciendo en el camino, no fueron necesarias muchas razones, de manera
que, sin más, hizo lo que el presidente le rogó".
Cuando Pedro de la Gasca se dispuso a
partir hacia Panamá, le dijeron Mejía y su suegro (cumplidas ya en Nombre de
Dios las órdenes recibidas) que deseaban presentarse antes que él, para saber
de qué talante estaba Hinojosa. Así lo hicieron, con su visto bueno, y,
llegados a Panamá, le contaron maravillas sobre la buena disposición de La
Gasca, y le dijeron "que no era hombre del que se pudiera recelar, pues
era pacífico, nada soberbio, ni guerrero, sino un clérigo muy humilde, pero que
no habían podido saber de él si traía el nombramiento de gobernador para
Gonzalo Pizarro, por ser hombre muy callado en todas sus cosas; el general
Hinojosa, creyéndolo así, se despreocupó".
Por fin, partió hacia Panamá Pedro de la
Gasca. Le acompañaban los oidores Andrés de Cianca y Juan de Rentería, el
Adelantado Pascual de Andagoya y el mariscal y maestre de campo Alonso de
Alvarado, entre otros notables (pasado un tiempo, habrá un duro encontronazo
entre Cianca y Alvarado). Comenta Santa Clara que tuvieron que atravesar el río
que une Nombre de Dios con la ciudad de Panamá "más de 95 veces, porque es
muy tortuoso". El recibimiento que se les hizo fue algo extraño:
"Cuando llegaban a la ciudad, toparon con el general Pedro de Hinojosa y
los capitanes Don Pedro Luis de Cabrera, Don Baltasar de Castilla (protagonista
de otra futura rebelión), Pablo de Meneses y Hernán Mejía de Guzmán, con otros
capitanes y muchos soldados. Los arcabuceros hicieron una calle por donde Pedro
de la Gasca había de pasar, y, al llegar junto a ellos, dispararon todos a una
los arcabuces, diciendo en alta voz muchas veces: '¡Viva el Rey y el Gobernador
Gonzalo Pizarro, por mar y por tierra!". Aunque a Pedro de la Gasca le
agradó el solemne recibimiento, no cabe duda de que era descortés, porque
contenía una clara amenaza. Ese 'viva el Rey' era un querer y no poder, puesto
que salía de bocas rebeldes, y lo era igualmente llamar gobernador a Gonzalo, ya
que no lo era legalmente. Según Santa Clara, a Pedro de la Gasca no le pasó
desapercibido que le habían hecho una exhibición "de las fuerzas tan
pujantes que tenían para rechazar a cualquiera que no fuese amigo de Gonzalo
Pizarro".
Luego se presentaron para recibirle los
vecinos y (algo inevitable en zona de tanto tráfico comercial) los mercaderes.
Y después, "estando cerca de la iglesia mayor, llegó el obispo (el
recién nombrado como tal, Pablo de Torres) con toda la clerecía, y
Pedro de la Gasca les habló a todos graciosamente. Después de rezar en la
iglesia, él y los oidores fueron aposentados en las casas del catalán Juan
Vendrell". Así que La Gasca, el dulce cordero, se metió en la boca del
peligroso lobo (Hinojosa), pero sabrá cómo vencerlo.
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