(699) Pero luego Pedro de la Gasca va a
tratar de acorralar a Gonzalo Pizarro basándose en sus mismas palabras, las que
utilizó, también con hipocresía, en la carta de apelación que le envió al Rey:
"Vuestra merced le escribió a Su Majestad diciendo que había aceptado el
cargo de gobernador por habérselo pedido la Audiencia en nombre de Su Majestad, habiéndole dicho los
oidores que, de no aceptarlo, le habría
desobedecido al Rey, y que por esto lo había aceptado hasta que Su Majestad
otra cosa mandase, lo cual vuestra merced, como bueno y leal vasallo,
obedecería". Luego le insiste en que viene con plenos poderes del Rey, y
le da una serie de razones para demostrar los beneficios de que obedezca, entre
los cuales estaba el de que, habiendo paz, podrían los conquistadores seguir
descubriendo nuevas tierras y fundando poblaciones, "que es el verdadero
remedio con el que, los que no tuvieren para comer en lo ya descubierto, lo
tengan en lo que se descubriese, y ganen honra y riqueza, como lo hicieron los
conquistadores de lo descubierto y conquistado".
Lo que sigue a continuación es una serie
de argumentos dirigidos a que Gonzalo Pizarro se dé cuenta de los terribles
males que le esperan si decide seguir el camino de la rebeldía. Le pide que se
comporte como un caballero cristiano, de forma que "obedezca todo lo que
el Rey le manda, para cumplir la fidelidad que como vasallo le debe, lo cual
también se lo debe a Dios, porque, por naturaleza, también lo manda, como lo
entendieron los de su linaje, y sería cosa grave que vuestra merced lo
degenerara manchándolo, porque el que, a Dios en la fe o al Rey en la
fidelidad, no corresponde como es justo, no solo pierde su fama, sino que
también oscurece y deshace la de su linaje y familiares".
Tras los argumentos morales, llega la
evidente gran amenaza: "Considere asimismo con prudencia vuestra merced la
poca posibilidad suya de poder mantenerse contra la voluntad de su Rey. Ya que,
por no haber andado en su Corte ni en sus ejércitos, ni visto el poder y la
determinación que suele mostrar contra los que le enojan, recuerde lo que de él
ha oído, considere quién es el Gran Turco, y cómo vino en persona con más de
trescientos mil hombres de guerra, y que, cuando se halló en Viena cerca de Su
Majestad, entendió que no era capaz de dar la batalla, y que la perdería si la
diese, por lo que se vio forzado a retirarse, y, para poderlo hacer, tuvo que
perder miles de hombres de a caballo que echó por delante, para que, ocupado en
ellos, Su Majestad no supiese que se retraía él con la otra parte del
ejército". La verdad es que asombra la ceguera suicida de todos los
rebeldes de cada una de las guerras civiles que se produjeron en Perú. Podían,
y pudieron ganar batallas, pero, al final, más pronto o más tarde, les esperaba
la derrota definitiva. Incluso el implacable Francisco de Carvajal, que se tomó
la resistencia como un paso sin vuelta atrás, le dijo claramente a Gonzalo
Pizarro que "si logramos matar a este (Pedro de la Gasca), luego
vendrá otro". Quien llevó esa locura al extremo fue Íñigo Lope de Aguirre.
Era un salvaje, pero inteligente y veterano. Tenía que saber que acabaría
ejecutado, pero llega uno a pensar que no le importaba, y que vivió su aventura
disfrutando del riesgo. Cuando lo apresaron y mataron (año 1561) tras bajar el
Amazonas, se dirigía desde la costa venezolana, con los trastornados que le
quedaban, a tratar de apoderarse de la ¡gobernación de Perú!
(Imagen) Entre los sesenta y tres notables
de Lima que, por complacer a Gonzalo Pizarro, le escribieron una muy dura carta
a Pedro de la Gasca exigiéndole que lo reconociera como Gobernador de Perú,
estaba Sebastián Garcilaso de la Vega, algo que su hijo, el cronista Inca
Garcilaso, pasa de largo, evitando que se note que, el hecho de que Gonzalo le
perdonara la vida, lo tenía más comprometido de lo que nos ha contado. A muchos
de ellos ya los conocemos, pero hablaremos de algunos de los otros, y empezaré
con el jerezano ALONSO DE RIQUELME, aunque lo he mencionado varias veces. Era
Tesorero Real, y también hombre de armas. Gran negociador y hombre muy
respetado, aunque ansioso de riquezas y muy corrupto. El prestigioso
historiador peruano Raúl Porras dijo de él que fue "uno de los verdaderos
buitres de la conquista". Tuvo sus líos con los Pizarro, quienes le
impidieron ir a España para denunciarlos. Recordemos que, tras ser asesinado
Francisco Pizarro, Riquelme descubrió dónde estaba escondido su secretario,
Antonio Picado, y lo mataron también. Agustín de Zárate llegó con la misión de
fiscalizar su contabilidad, y se encontró, en agosto de 1545, con que era ya
"un hombre muy viejo y enfermo, apenas tiene vista y todo lo hace por
sustituto, y fomenta con agrado las revueltas civiles para impedir que se pueda
llevar a cabo la revisión de sus cuentas". según Santa Clara, "era un
hombre muy gordo, viejo y gotoso, al que siempre llevaban en una silla".
Se dudaba de la fecha de su muerte, pero veo que, en el archivo de documentos
del eficaz Pedro de la Gasca, consta que ALONSO DE RIQUELME (al que tenía
entonces bajo inspección contable) murió, de enfermedad, un mes después de la
batalla de Jaquijaguana, en mayo de 1548. Dejó como heredera de sus numerosos
bienes (casas, joyas, haciendas agrícolas y ganaderas, más una gran fortuna
monetaria) a su única hija, Catalina de Riquelme, quien estaba casada con el
capitán sevillano Juan Tello de Sotomayor, del que ya vimos su constante
fidelidad a la Corona y su participación en el apresamiento y muerte de
Francisco Hernández Girón, el último rebelde.
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