viernes, 15 de mayo de 2020

(Día 1109) La carta que le envió Pedro de la Gasca a Gonzalo Pizarro era una clarividente exposición de sus trampas, y de que jamás podría vencerle al Emperador Carlos V.


     (699) Pero luego Pedro de la Gasca va a tratar de acorralar a Gonzalo Pizarro basándose en sus mismas palabras, las que utilizó, también con hipocresía, en la carta de apelación que le envió al Rey: "Vuestra merced le escribió a Su Majestad diciendo que había aceptado el cargo de gobernador por habérselo pedido la Audiencia en  nombre de Su Majestad, habiéndole dicho los oidores que, de  no aceptarlo, le habría desobedecido al Rey, y que por esto lo había aceptado hasta que Su Majestad otra cosa mandase, lo cual vuestra merced, como bueno y leal vasallo, obedecería". Luego le insiste en que viene con plenos poderes del Rey, y le da una serie de razones para demostrar los beneficios de que obedezca, entre los cuales estaba el de que, habiendo paz, podrían los conquistadores seguir descubriendo nuevas tierras y fundando poblaciones, "que es el verdadero remedio con el que, los que no tuvieren para comer en lo ya descubierto, lo tengan en lo que se descubriese, y ganen honra y riqueza, como lo hicieron los conquistadores de lo descubierto y conquistado".
     Lo que sigue a continuación es una serie de argumentos dirigidos a que Gonzalo Pizarro se dé cuenta de los terribles males que le esperan si decide seguir el camino de la rebeldía. Le pide que se comporte como un caballero cristiano, de forma que "obedezca todo lo que el Rey le manda, para cumplir la fidelidad que como vasallo le debe, lo cual también se lo debe a Dios, porque, por naturaleza, también lo manda, como lo entendieron los de su linaje, y sería cosa grave que vuestra merced lo degenerara manchándolo, porque el que, a Dios en la fe o al Rey en la fidelidad, no corresponde como es justo, no solo pierde su fama, sino que también oscurece y deshace la de su linaje y familiares".
     Tras los argumentos morales, llega la evidente gran amenaza: "Considere asimismo con prudencia vuestra merced la poca posibilidad suya de poder mantenerse contra la voluntad de su Rey. Ya que, por no haber andado en su Corte ni en sus ejércitos, ni visto el poder y la determinación que suele mostrar contra los que le enojan, recuerde lo que de él ha oído, considere quién es el Gran Turco, y cómo vino en persona con más de trescientos mil hombres de guerra, y que, cuando se halló en Viena cerca de Su Majestad, entendió que no era capaz de dar la batalla, y que la perdería si la diese, por lo que se vio forzado a retirarse, y, para poderlo hacer, tuvo que perder miles de hombres de a caballo que echó por delante, para que, ocupado en ellos, Su Majestad no supiese que se retraía él con la otra parte del ejército". La verdad es que asombra la ceguera suicida de todos los rebeldes de cada una de las guerras civiles que se produjeron en Perú. Podían, y pudieron ganar batallas, pero, al final, más pronto o más tarde, les esperaba la derrota definitiva. Incluso el implacable Francisco de Carvajal, que se tomó la resistencia como un paso sin vuelta atrás, le dijo claramente a Gonzalo Pizarro que "si logramos matar a este (Pedro de la Gasca), luego vendrá otro". Quien llevó esa locura al extremo fue Íñigo Lope de Aguirre. Era un salvaje, pero inteligente y veterano. Tenía que saber que acabaría ejecutado, pero llega uno a pensar que no le importaba, y que vivió su aventura disfrutando del riesgo. Cuando lo apresaron y mataron (año 1561) tras bajar el Amazonas, se dirigía desde la costa venezolana, con los trastornados que le quedaban, a tratar de apoderarse de la ¡gobernación de Perú!

     (Imagen) Entre los sesenta y tres notables de Lima que, por complacer a Gonzalo Pizarro, le escribieron una muy dura carta a Pedro de la Gasca exigiéndole que lo reconociera como Gobernador de Perú, estaba Sebastián Garcilaso de la Vega, algo que su hijo, el cronista Inca Garcilaso, pasa de largo, evitando que se note que, el hecho de que Gonzalo le perdonara la vida, lo tenía más comprometido de lo que nos ha contado. A muchos de ellos ya los conocemos, pero hablaremos de algunos de los otros, y empezaré con el jerezano ALONSO DE RIQUELME, aunque lo he mencionado varias veces. Era Tesorero Real, y también hombre de armas. Gran negociador y hombre muy respetado, aunque ansioso de riquezas y muy corrupto. El prestigioso historiador peruano Raúl Porras dijo de él que fue "uno de los verdaderos buitres de la conquista". Tuvo sus líos con los Pizarro, quienes le impidieron ir a España para denunciarlos. Recordemos que, tras ser asesinado Francisco Pizarro, Riquelme descubrió dónde estaba escondido su secretario, Antonio Picado, y lo mataron también. Agustín de Zárate llegó con la misión de fiscalizar su contabilidad, y se encontró, en agosto de 1545, con que era ya "un hombre muy viejo y enfermo, apenas tiene vista y todo lo hace por sustituto, y fomenta con agrado las revueltas civiles para impedir que se pueda llevar a cabo la revisión de sus cuentas". según Santa Clara, "era un hombre muy gordo, viejo y gotoso, al que siempre llevaban en una silla". Se dudaba de la fecha de su muerte, pero veo que, en el archivo de documentos del eficaz Pedro de la Gasca, consta que ALONSO DE RIQUELME (al que tenía entonces bajo inspección contable) murió, de enfermedad, un mes después de la batalla de Jaquijaguana, en mayo de 1548. Dejó como heredera de sus numerosos bienes (casas, joyas, haciendas agrícolas y ganaderas, más una gran fortuna monetaria) a su única hija, Catalina de Riquelme, quien estaba casada con el capitán sevillano Juan Tello de Sotomayor, del que ya vimos su constante fidelidad a la Corona y su participación en el apresamiento y muerte de Francisco Hernández Girón, el último rebelde.



No hay comentarios:

Publicar un comentario