(691) La pregunta que le hizo Hinojosa le
incomodó a Pedro de la Gasca: "No sabía qué responder, porque, si le decía
que el Rey había nombrado gobernador a Gonzalo Pizarro, era ir contra la
verdad, y, si no le daba el documento, podían matarle, mas él supo decirle
cosas que satisficieron a Hinojosa y a sus capitanes".
No acababa de ver claras las cosas Pedro
de Hinojosa, y lo que hizo de inmediato fue enviarle una carta a Gonzalo
Pizarro en un barco, encargando que la llevase a Diego Velázquez Dávila, quien
se ocupaba en Perú de los asuntos del Hernando Pizarro (preso en España) como
mayordomo suyo. En el escrito le mostraba a Gonzalo sus dudas respecto a las
intenciones de La Gasca, pues no acabó de confirmarle si el Rey le había
concedido la gobernación. También ocurría que Hinojosa se encontraba ya
titubeando en sus lealtades: "No estaba entonces muy firme en su amistad
con Gonzalo Pizarro, por culpa de algunos calumniadores que lo habían puesto
contra él. Por recuperar su confianza, le añadía en la carta a Gonzalo Pizarro
que, por muy sabio que fuese La Gasca, le sacaría del pecho todo lo que pensaba
hacer, y que, si no pudiese, lo haría matar secretamente".
Pedro de la Gasca siempre estaba alerta
para aprovechar todas las ocasiones de tejer su red. Supo que Hinojosa enviaba
a Perú a Diego Velázquez Dávila, y quiso aprovecharse del mensajero, pues sabía
que, curiosamente, a pesar de ser un criado de Hernando Pizarro, "era muy
aficionado al servicio del Rey". Le habló muy extensamente, y le descubrió
parte de las órdenes que traía de España. Hasta le rogó algo que era pecar de
optimismo, y muy comprometido para el mensajero: "Le dijo que, de su
parte, le hablase para persuadirle de que, si quería que las cosas fuesen de
bien en mejor, se apartase del mal en el que había caído, y se pusiese al
servicio de Su Majestad".
Por si fuera poco, se buscó otro voluntario:
"Llamó al dominico fray Francisco de San Miguel, que era muy buen letrado
y gran predicador, y le rogó encarecidamente que se metiese en el barco que iba
a partir hacia Perú, con el fin de que llevase ciertas cartas que eran muy
importantes para lo que él pretendía. Aunque era una tarea muy peligrosa para
el fraile, la aceptó de buena voluntad, por servir con ello a Su Majestad. Luego
el fraile comenzó a decir a todos que tenía que ir a Perú para cumplir lo que
los de su orden le mandaban; le rogó mucho después a Diego Velázquez Dávila que
le llevara, y él lo aceptó. También Pedro de Hinojosa le dio licencia para
salir, y así, con este disimulo, nadie adivinó su intención".
La comprometedora documentación que le dio
Pedro de la Gasca era muy abundante: "Pasadas estas cosas, el presidente
Pedro de la Gasca le dio a Fray Martín de San Miguel muchas cartas para todos
los prelados que estaban en el Perú, y para todos los cabildos, ciudades y
lugares".
Santa Clara transcribe literalmente los
textos. En realidad, se trataba solamente de dos cartas, pero con muchísimas
copias. Uno de los modelos era para los eclesiásticos, y, el otro, para las
autoridades políticas y militares.
(Imagen) Muerto Íñigo de Rentería, solo le
quedaba a Pedro de la Gasca un oidor: ANDRÉS DE CIANCA, todo un personaje.
Nació en Peñafiel el año 1500 (también se dice, equivocadamente, que hacia 1513).
Como otros bravos funcionarios de aquel complicado mundo, fue asimismo militar,
y estuvo al frente de la caballería en la decisiva batalla de Jaquijaguana. Nos
sirve de ejemplo para mostrar el enorme poder que tenían los juristas de la
Audiencia cuando no había un gobernador o un virrey. De hecho, ya hemos visto
que los oidores de Lima se atrevieron a apresar al virrey Blasco Núñez. A pesar
de sus virtudes, Andrés de Cianca pecaba de duro. Recordemos que, por un
conflicto entre una viuda y la mujer de Alonso de Alvarado, este gran capitán
no perdió la cabeza gracias a que el sensato Pedro de la Gasca anuló una pena
de muerte dictada por Cianca, a pesar de que los dos (Cianca y Alvarado) habían
formado parte del tribunal que ordenó ejecutar a Gonzalo Pizarro. En la imagen
anterior, he hecho referencia a tres guerras civiles. Cuando Pedro de la Gasca
acabó con la vida de Gonzalo Pizarro, pasado poco más de un año, volvió a
España, y quien asumió todo el poder fue Andrés de Cianca. Le tocó lidiar con
otras dos revueltas militares, también originadas por protestas de los
encomenderos. Sustituyó a Pedro de la Gasca entre 1550 y 1551. En ese período, ya
empezó Francisco Hernández Girón a crear complicaciones, y el oidor Cianca pudo
reducirlo. Llegó luego el prestigioso virrey Antonio de Mendoza, de
impresionante historial en México, pero quien, ya caduco por la edad, murió un
año después. Recuperó Cianca el mando, y lo ejerció de nuevo durante más de un
año, hasta morir en 1553. Tuvo que enfrentarse a otra rebelión (precursora de
la última guerra civil, que fue liderada por Francisco Hernández Girón), la de
Don Sebastián de Castilla y de Vasco de Godínez (quien asesinó a Castilla), y,
para zanjar ese grave problema, tuvo que intervenir, curiosamente, el gran
capitán Alonso de Alvarado. Muerto ANDRÉS DE CIANCA, continuó el poder en manos
de la Audiencia de Lima, hasta que, en 1556, llegó el virrey Andrés Hurtado de
Mendoza, Marqués de Cañete.
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