miércoles, 6 de mayo de 2020

(Día 1101) Pedro de Hinojosa seguía fiel a Gonzalo Pizarro, pero estaba resentido con él. Aun así, le prometió matar a La Gasca si tenía malas intenciones.


     (691) La pregunta que le hizo Hinojosa le incomodó a Pedro de la Gasca: "No sabía qué responder, porque, si le decía que el Rey había nombrado gobernador a Gonzalo Pizarro, era ir contra la verdad, y, si no le daba el documento, podían matarle, mas él supo decirle cosas que satisficieron a Hinojosa y a sus capitanes".
     No acababa de ver claras las cosas Pedro de Hinojosa, y lo que hizo de inmediato fue enviarle una carta a Gonzalo Pizarro en un barco, encargando que la llevase a Diego Velázquez Dávila, quien se ocupaba en Perú de los asuntos del Hernando Pizarro (preso en España) como mayordomo suyo. En el escrito le mostraba a Gonzalo sus dudas respecto a las intenciones de La Gasca, pues no acabó de confirmarle si el Rey le había concedido la gobernación. También ocurría que Hinojosa se encontraba ya titubeando en sus lealtades: "No estaba entonces muy firme en su amistad con Gonzalo Pizarro, por culpa de algunos calumniadores que lo habían puesto contra él. Por recuperar su confianza, le añadía en la carta a Gonzalo Pizarro que, por muy sabio que fuese La Gasca, le sacaría del pecho todo lo que pensaba hacer, y que, si no pudiese, lo haría matar secretamente".
     Pedro de la Gasca siempre estaba alerta para aprovechar todas las ocasiones de tejer su red. Supo que Hinojosa enviaba a Perú a Diego Velázquez Dávila, y quiso aprovecharse del mensajero, pues sabía que, curiosamente, a pesar de ser un criado de Hernando Pizarro, "era muy aficionado al servicio del Rey". Le habló muy extensamente, y le descubrió parte de las órdenes que traía de España. Hasta le rogó algo que era pecar de optimismo, y muy comprometido para el mensajero: "Le dijo que, de su parte, le hablase para persuadirle de que, si quería que las cosas fuesen de bien en mejor, se apartase del mal en el que había caído, y se pusiese al servicio de Su Majestad".
     Por si fuera poco, se buscó otro voluntario: "Llamó al dominico fray Francisco de San Miguel, que era muy buen letrado y gran predicador, y le rogó encarecidamente que se metiese en el barco que iba a partir hacia Perú, con el fin de que llevase ciertas cartas que eran muy importantes para lo que él pretendía. Aunque era una tarea muy peligrosa para el fraile, la aceptó de buena voluntad, por servir con ello a Su Majestad. Luego el fraile comenzó a decir a todos que tenía que ir a Perú para cumplir lo que los de su orden le mandaban; le rogó mucho después a Diego Velázquez Dávila que le llevara, y él lo aceptó. También Pedro de Hinojosa le dio licencia para salir, y así, con este disimulo, nadie adivinó su intención".
     La comprometedora documentación que le dio Pedro de la Gasca era muy abundante: "Pasadas estas cosas, el presidente Pedro de la Gasca le dio a Fray Martín de San Miguel muchas cartas para todos los prelados que estaban en el Perú, y para todos los cabildos, ciudades y lugares".
     Santa Clara transcribe literalmente los textos. En realidad, se trataba solamente de dos cartas, pero con muchísimas copias. Uno de los modelos era para los eclesiásticos, y, el otro, para las autoridades políticas y militares.

     (Imagen) Muerto Íñigo de Rentería, solo le quedaba a Pedro de la Gasca un oidor: ANDRÉS DE CIANCA, todo un personaje. Nació en Peñafiel el año 1500 (también se dice, equivocadamente, que hacia 1513). Como otros bravos funcionarios de aquel complicado mundo, fue asimismo militar, y estuvo al frente de la caballería en la decisiva batalla de Jaquijaguana. Nos sirve de ejemplo para mostrar el enorme poder que tenían los juristas de la Audiencia cuando no había un gobernador o un virrey. De hecho, ya hemos visto que los oidores de Lima se atrevieron a apresar al virrey Blasco Núñez. A pesar de sus virtudes, Andrés de Cianca pecaba de duro. Recordemos que, por un conflicto entre una viuda y la mujer de Alonso de Alvarado, este gran capitán no perdió la cabeza gracias a que el sensato Pedro de la Gasca anuló una pena de muerte dictada por Cianca, a pesar de que los dos (Cianca y Alvarado) habían formado parte del tribunal que ordenó ejecutar a Gonzalo Pizarro. En la imagen anterior, he hecho referencia a tres guerras civiles. Cuando Pedro de la Gasca acabó con la vida de Gonzalo Pizarro, pasado poco más de un año, volvió a España, y quien asumió todo el poder fue Andrés de Cianca. Le tocó lidiar con otras dos revueltas militares, también originadas por protestas de los encomenderos. Sustituyó a Pedro de la Gasca entre 1550 y 1551. En ese período, ya empezó Francisco Hernández Girón a crear complicaciones, y el oidor Cianca pudo reducirlo. Llegó luego el prestigioso virrey Antonio de Mendoza, de impresionante historial en México, pero quien, ya caduco por la edad, murió un año después. Recuperó Cianca el mando, y lo ejerció de nuevo durante más de un año, hasta morir en 1553. Tuvo que enfrentarse a otra rebelión (precursora de la última guerra civil, que fue liderada por Francisco Hernández Girón), la de Don Sebastián de Castilla y de Vasco de Godínez (quien asesinó a Castilla), y, para zanjar ese grave problema, tuvo que intervenir, curiosamente, el gran capitán Alonso de Alvarado. Muerto ANDRÉS DE CIANCA, continuó el poder en manos de la Audiencia de Lima, hasta que, en 1556, llegó el virrey Andrés Hurtado de Mendoza, Marqués de Cañete.



No hay comentarios:

Publicar un comentario