viernes, 8 de mayo de 2020

(Día 1103) Vieron que era una barbaridad atentar contra Pedro de la Gasca y decidieron enviar embajadores a España: Lorenzo de Aldana, Gómez de Solís y tres clérigos. Pronto Hinojosa y Mejía se sinceraron con Aldana, y le entregaron la armada de Gonzalo Pizarro.


     (693) Aunque a algunos pizarristas les pareció que lo mejor era matar a Pedro de la Gasca, otros, por considerarlo una monstruosidad, o por miedo a unos terribles castigos del Rey, propusieron algo menos traumático, aunque igualmente en rebeldía contra la Corona: "Otros decían que era mejor que lo volviesen a España, con buena provisión de dineros para el camino, y así se viese que le habían tratado como a un ministro de Su Majestad. Gastaron muchos días en esta confusión de pareceres, y, finalmente, determinaron enviar procuradores a Su Majestad para negociar los asuntos, para dar cuenta de los casos nuevamente sucedidos, y, especialmente, para justificar el comienzo de la batalla de Quito y la muerte del virrey, cargándole siempre la culpa por haberles forzado a que se la diesen, pues hubo que matarle para defenderse de él".
     Tanto en esta guerra como en las anteriores, los rebeldes se aferraban estúpidamente a la esperanza de que el Rey les diera la razón y les concediera lo que deseaban. Por esa terca ceguera, también ahora, entre las peticiones al Rey, iban a incluir la de reconocerle a Gonzalo Pizarro como Gobernador del Perú: "Determinado todo esto, decidieron elegir a los embajadores que habían de venir a España, y, para darle más autoridad a su embajada, pidieron muy encarecidamente a fray Jerónimo de Loaysa, arzobispo de Lima, que aceptase ir en la embajada, para que en España fuese mejor oída. Pidieron lo mismo al obispo de Santa Marta y a fray Tomás de San Martín, provincial de los dominicos, mandando asimismo que los acompañasen Lorenzo de Aldana y Gómez de Solís. Les dieron dineros para el camino, y, a Gómez Solís, que era maestresala de Gonzalo Pizarro, treinta mil pesos para que se los entregara a Pedro de Hinojosa. A Lorenzo de Aldana le pidió muy encarecidamente, pues le obligaba la amistad y el común origen que tenían (Lorenzo, de Cáceres, y, Gonzalo, de Trujillo), que le comunicase con brevedad y fidelidad datos de su viaje y de lo que en Panamá supiese de los poderes que traía Pedro de la Gasca. Se embarcaron por el mes de octubre del año 1546".
     Pero Aldana era un hombre demasiado sensato (otros dirían que oportunista) para cumplir lo que Gonzalo le había encargado. Además, se encontró en Panamá un ambiente muy propicio para sus intenciones. Pedro de Hinojosa (en cuya casa se alojó) y Hernán Mejía, ya de entrada, le sugerían que quizá fuera conveniente ponerse al servicio de La Gasca. Reaccionó con cierta ambigüedad, pero, pasados unos días, los tres destaparon su convencimiento de que había que hacerlo: "Viéndose todos con la misma voluntad, hablaron descubiertamente, y no solamente ellos, sino también los demás capitanes fueron adonde Pedro de la Gasca (se diría que el contrahecho clérigo hacía milagros), todos a una le dieron la obediencia y le entregaron la armada de Gonzalo Pizarro. Decidieron guardar el secreto entre todos hasta saber cómo tomaba Gonzalo Pizarro el comunicado que Pedro de la Gasca le había enviado con Pedro Hernández Paniagua". Inca Garcilaso da por bueno que lo hicieran con sincero deseo de servir a su Majestad, pero dice que también pesó el hecho de que La Gasca les prometió respetar su paga, y añade que, incluso, se la dio luego aumentada.

     (Imagen) GÓMEZ DE SOLÍS practicó un revoltijo de fidelidades.  En 1544 se incorporó con Pedro de Puelles a las tropas de Gonzalo Pizarro. Estuvo en la batalla de Iñaquito (derrota y muerte del virrey), donde se empeñó en defender a Francisco Hernández Girón (cosa que le honra), a quien lo iban a ejecutar. Gonzalo Pizarro le envió con Aldana a negociar ante el Rey, pero se unieron los dos a Pedro de Hinojosa para entregarle la armada de Gonzalo a Pedro de la Gasca. Gómez participó en la batalla de Jaquijaguana al mando de un grupo de infantería. Como premio, le dio La Gasca una rica encomienda de indios. Después, residiendo en Arequipa, simpatizó con la revuelta que habían iniciado Don Sebastián de Castilla y Vasco de Godínez (quien luego mataría a Castilla), irritados porque se estaban recortando demasiado los derechos de los encomenderos. No obstante, le quitó la idea de la cabeza Pedro de Hinojosa, nombrado gobernador de Charcas, y se puso bajo su mando. Como Hinojosa quería disolver la nueva rebelión, lo mató en Potosí, el año 1553, Don Sebastián de Castilla, con un grupo en el que iban dos tipos brutales (a los que ya conocemos), Melchor Verdugo y Lope de Aguirre. Recordemos que Hinojosa había expulsado a Verdugo de Nombre de Dios, pero, lo que no sabíamos, es que, en la tropa de este, se encontraba también Lope de Aguirre (vaya par). Solís, tras haber sido apresado, pudo escapar, y se mantuvo fiel a la Corona, hasta el punto de que luchó contra el último rebelde, Francisco Hernández Girón (el mismo al que le salvó la vida). Le quedó después una apacible existencia, quizá dada a reflexiones de ultratumba, pues donó la espléndida encomienda de indios que tenía en Tapacarí (actualmente, territorio boliviano) a la Orden de los Agustinos, para que fundaran allí su convento. En el documento de la imagen, del año 1561, figura Gómez entre los ricos (y aduladores) vecinos que le recibieron con regalos al nuevo virrey, el Marqués de Cañete. Fue tan ostentoso Gómez, que le entregó "un navío con todas sus jarcias y aderezos". Fallecido GÓMEZ DE SOLÍS, su viuda, Luisa Vivar, se casó con alguien de postín, Don Fernando Ortiz de Zárate.



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