(700) Ya sabemos que el licenciado Diego
Vázquez de Cepeda, a pesar de haber sido presidente de la Audiencia de Lima
(luego suspendida), estuvo fuertemente implicado en las pretensiones de Gonzalo
Pizarro, lo que supondría una grave preocupación para Pedro de la Gasca, por lo
que también le envió una carta de advertencia (la resumo): "Muy magnífico
señor. Puesto que tengo por cierto que vuestra merced verá la carta que he
enviado al señor Gonzalo Pizarro, le hago saber que todo lo que en ella va
escrito se le puede decir a vuestra merced, pues no está menos obligado a hacer
lo que debe como cristiano, hidalgo y hombre prudente. Además de las
circunstancias que en ella expongo, concurren en vuestra merced ser hombre de
letras, de mucha prudencia, y oficial de Su Majestad, por lo que está más
obligado a hacer lo que a Dios, como cristiano, y a Su Majestad, como vasallo,
les debe. Por ello, le suplico su ayuda para que este camino de clemencia que
Dios Nuestro Señor y Su Majestad han querido usar, se siga de manera que se
ponga en paz esta tierra, pues de lo contrario, se producirían muchos males si
se hubiera de obtener por la vía del rigor".
Una
de cal y otra de arena. El diplomático La Gasca sigue con algunos toques
amistosos: "Le suplico a vuestra merced que entienda que le habla una
persona que mucho le ama y desea servirle, pues, aunque ya tenía esa
obligación, de poco acá me tengo por más prendado, porque, según lo que me han
escrito, tengo como hermana (cuñada) una pariente suya muy cercana, con
la cual se ha casado mi hermano, el licenciado Diego Gasca. Así que se podrá
bien creer que, como su servidor, he de desearle bien y prosperidad".
La Gasca no tenía un pelo de tonto. Sin
duda sabía que Cepeda era un caso perdido, aunque no le ejecutó tras derrotarlo
junto a Gonzalo Pizarro en la batalla de Jaquijaguana. La carta que le envió
fue un desesperado intento de volverlo al redil. Recordemos que el licenciado Cepeda murió, al parecer
envenenado, unos nueve años después (la carta es de diciembre de 1546) estando
preso en la cárcel de Valladolid acusado de algunos delitos.
En el último párrafo, La Gasca, dejando
claro, aunque indirectamente, que él era ya el presidente de la Audiencia de
Lima, le hace una petición a Cepeda: "De los dos oidores que venían para
residir con vuestra merced y con el señor licenciado Zárate, ha fallecido uno.
Debe comunicar vuestra merced con el licenciado Zárate para que se provea un
sustituto". Ya vimos que, un año después, murió de manera sospechosa el
honrado y leal oidor Pedro Ortiz de Zárate, y que Pedro de la Gasca pedía a los
del Consejo de Indias que se nombrara a alguien capacitado, indicándoles,
además (entonces ya no tenía dudas), que tampoco se podía contar con Cepeda,
porque su alianza con Gonzalo Pizarro parecía definitiva.
La verdad es que llama la atención el
contraste entre el injusto destino del oidor Pedro Ortiz de Zárate, a quien su
posible envenenador, Francisco de Carvajal, le tenía un odio furibundo (basta
recordar el irónico desprecio con que le hablaba de él en una carta a Gonzalo
Pizarro), y el hecho de que al licenciado Cepeda, lleno de culpas y de
traiciones, no le mandara cortar la cabeza Pedro de la Gasca al finalizar la
batalla de Jaquijaguana, teniendo en cuenta, además, que Cepeda participó en
ella militarmente. Por otra parte, si, como dicen, murió envenenado en la cárcel,
no cabe duda de que tenía muchos y poderosos enemigos.
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