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Pedro de la Gasca era muy consciente de estar sumergido en un pozo lleno de
peligros, algunos evidentes, y otros, de carácter incierto, pero angustiosos.
Por eso, le preocupaba el tráfico continuo de personas por aquella concurrida
vía de paso que era el territorio panameño, sobre todo procedentes de España y
de Centroamérica. En su carta a Don Antonio de Mendoza, virrey de México, le
pide que tome medidas al respecto: "Su Majestad ha mandado que, debido a
las alteraciones actuales, ninguno vaya al Perú sin su licencia, a no ser que
sea mercader o casado que taiga su mujer consigo". Deja claro que eran
especialmente inquietantes los marineros. Pide que se les controle,
"porque me han dicho que son la peor gente y los que más alteraciones han
causado; especialmente, los extranjeros y levantiscos, pues, como son enemigos
de nuestra nación, matan en las luchas a los españoles ya vencidos". Luego
le ruega que sea discreto: "Le pido a vuestra señoría que mande cumplir
estas cosas sin dar a entender que lo hace a instancia mía, para que no pierda
yo la posibilidad de ser escuchado sosegadamente en esta actitud de paz y
sosiego que Su Majestad ha mandado que se procure inicialmente".
Siempre preocupado y atento a los
peligros, le ruega que haga un control importante, que afecta a las rutas
marítimas: "Me parece que vuestra señoría debe mandar que no salgan los galeones, ni los navíos de la
armada que me han dicho que tiene en la Mar del Sur (el Pacífico) para
ir a las islas de la Especiería (Las Molucas), hasta ver en qué vienen a
parar las cosas de acá (y termina la frase mostrando su angustia ante la
incertidumbre), porque en breve sabremos si se asentarán bien, o si será
necesario hacerlo con gente de guerra". Hasta, sutilmente, se atreve a
pedirle algo que no se sabe si a Mendoza le gustó o no: "Pienso que sería
acertado que, con todos los gastos a cargo de Su Majestad, el señor Don
Francisco de Mendoza (hijo del virrey) venga a ayudar y a capitanear
estas cosas, pues vendría como quien es, y será el mayor y más señalado
servicio que a Su Majestad se le haya hecho estos días". La carta está
fechada en Panamá el día 18 de setiembre de 1546.
A la hora de contar la salida de Lorenzo
de Aldana hacia Panamá, el cronista Santa Clara deja al descubierto el siniestro
plan que le habían encomendado: "Además de entregarle a Aldana la
soberbiosa y descomedida carta que escribieron los sesenta y tres vecinos de
Lima para Pedro de la Gasca, le dieron una instrucción de ciertas cosas que
habían de tratar él y Pedro Alonso de Hinojosa con La Gasca". Luego indica
todos los planteamientos que le tenían que hacer. Le habían de exigir a La
Gasca que volviera a España y le dijera al Rey que lo más conveniente era
concederle a Gonzalo Pizarro la gobernación de Perú, porque sería la mejor
manera de lograr la pacificación de aquellas tierras. Si aceptaba, debían
prometerle cincuenta mil ducados de oro (un claro soborno), para lo que Gómez
de Solís tenía que llevar veintidós mil, de parte de Hernando Pizarro (que
estaría al tanto desde su prisión en España). El resto se le depositaría en el
lugar de España que él quisiera, con tanto secreto como desease.
(Imagen) Digamos algo más del oidor FRANCISCO
PÉREZ DE ROBLES, mencionado en la imagen anterior. Era un personaje valioso,
pero con pocos escrúpulos. Nació en Baza (Granada). Hombre hiperactivo y
prepotente, tras doctorarse en leyes, ejerció el importante y poderoso cargo de
Regidor, con competencias militares, en Antequera, Carmona, Badajoz, Écija,
Madrigal, Santo Domingo de la Calzada, Úbeda y Baeza. Cuando se creó la Audiencia
de Panamá, el Rey lo nombró su presidente, con poderes de gobernador. El
mandato de Robles estuvo empedrado de continuos incidentes, y fue muy
criticado. Hasta había tenido problemas con el ejemplar obispo Tomás de
Berlanga. Amasó una fortuna con el tráfico de esclavos negros y exigiendo un
esfuerzo excesivo a quienes le conseguían perlas. Fue objeto de muchas
denuncias por corrupción y abusos. Sin consultar a nadie ni tener permiso del
Rey, nombró a su yerno, Hernán Sánchez de Badajoz, gobernador de Costa Rica,
pero el sensato Rodrigo de Contreras (como sabemos, padre de un futuro rebelde
y marido de la trágica viuda de Núñez de Balboa), gobernador de Nicaragua, se
enfrentó a Hernán por su intromisión, lo derrotó y lo envió preso a España,
donde las autoridades criticaron la osadía de Robles y su yerno. Hacia 1550
regresó a España, y poco después hizo su reclamación contra Hinojosa, Meneses y
Palomino. Les echaba la culpa, con razón, de haberle robado y casi destruido
sus propiedades en Panamá por su fidelidad al Rey. Pero añadió la falsedad de
que también por eso mataron a su hermana, María Calderón, y a su pequeño hijo,
pues el motivo, como vimos, fue la pública oposición de ella a Gonzalo Pizarro,
y el autor, Francisco de Carvajal, ocurriendo, además, en el Cuzco, no en
Panamá, que fue donde tuvo el enfrentamiento con los tres acusados, pero su bulo
ha logrado credibilidad histórica. No admite duda lo contado, porque él mismo
dice que María Calderón era mujer del capitán Jerónimo de Villegas, quien
también contó esa misma tragedia al Rey, pero acusando a Carvajal. FRANCISCO
PÉREZ DE ROBLES murió en Baza el año 1563.
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