(702) Recordemos que, a petición de
Gonzalo Pizarro, sesenta y dos vecinos importantes de la ciudad de Lima le
escribieron una descortés carta a Pedro de la Gasca pidiéndole que no se
presentara en Lima. El cronista Pedro Gutiérrez de Santa Clara copia la contestación
que le envió al respecto al propio Gonzalo (lo resumo): "Ilustre señor. El
pasado día trece me dio Lorenzo de Aldana una carta firmada por sesenta y dos
hombres, en la que me escribían que no pasase a esa tierra porque mi entrada en
ella no sería buena para ellos ni para mí. Me parece que es cosa de maravillar
que se crea que un clérigo tan poca cosa como yo soy, y que solo ha venido con
gran deseo de hacer el bien a todos los de esta tierra, haya hecho pensar que,
si en ella entrase, pudiese ser peligroso para vuestra merced (no le da el
trato de señoría), ni a otro alguno. También se me escribe que me vuelva de
aquí a España, y, como yo deseo tanto verme vuelto allá, no solo no me daría
pena, sino que me había de alegrar, pues lo habría hecho habiendo cumplido lo
que me fue mandado por Su Majestad, aunque hubiesen tratado de impedírmelo vuestra
merced, los que aquí están en la ciudad de Lima y los de Nombre de Dios. Siento
pena de que haya en esta tierra quien no tengan en tanto el bien que a todos los
de ella llevo para sus almas, honras, vidas y haciendas".
Luego le advierte a Gonzalo sobre un
proverbio que también ahora se usa y que, por lo visto, viene de muy lejos:
"Podría ser que vuestra merced diga que cada uno sabe más en su casa que
los otros en las ajenas, pero también conviene considerar que muchas veces se
recibe engaño en las propias, por cegarse la razón con la demasiada afición que
a ellas se tiene". Le comenta que Pedro de Hinojosa y Lorenzo de Aldana le
insistían, como quería Gonzalo Pizarro, en que les diese copias de las
disposiciones que le había entregado el Rey en España: "Pero me pareció
que hacerlo ahora estaba fuera de tiempo, lugar y sazón, porque sería efectuar
con más ligereza y menos autoridad los asuntos de Su Majestad. Tengo deseo de
hacer todo lo que yo pueda para que se haga realidad este buen camino de
clemencia y paz que la divina y la humana majestad han querido que yo siguiese.
Y, para dar contentamiento a vuestra merced y a los vecinos de estos reinos, en
lo cual yo pecaría más en lo largo que en lo corto, he decidido mostrar las
provisiones del Rey, y dar fieles copias de ellas, las cuales se sacaron ante
dos escribanos muy conocidos en esta tierra, como son Pedro López de Cazalla (primo
del cronista Cieza) y Antonio Nieto. Como todo lo que en esta carta podría
decir lo tengo dicho en otra que con Pedro Hernández de Paniagua le envié, no
me queda más que decir, sino suplicarle a vuestra merced que atienda a las dos
como cristiano y caballero hidalgo. Advierta vuestra merced, con la prudencia
que exige cosa que tanto importa, que, errándose en ello, se erraría para con
Dios, el Rey y el mundo, así como para su alma, honra, vida y todo lo demás."
La carta tiene fecha de 28 de noviembre
de 1546. Luego Pedro de la Gasca "ordenó a Juan de Illanes preparar una
fragata, con el fin de que fray Juan de Vargas y Francisco de Barrientos
llevaran urgentemente copias de sus escritos a Gonzalo Pizarro, a Sebastián de
Belalcázar y a todas las ciudades, villas y lugares de los reinos del
Perú". Llevaban, además, otros despachos diferentes "para diversos
hombres que eran muy partidarios del servicio a Su Majestad".
(Imagen) El protagonista de la imagen
anterior, Lucas Martínez Vegaso, tenía un hermano, probablemente mayor, llamado
FRANCISCO MARTÍNEZ VEGASO, también nacido en Trujillo. Su historia nos pilla un
poco a contrapelo, pero es digna de contar. Al llegar a las Indias, se enroló
en las tropas que andaban conquistando en territorio venezolano, bajo
implacables capitanes alemanes, porque era una concesión de Carlos V a los
banqueros de la familia Welser. Buscaban El Dorado y, aunque fracasaron,
encontraron hasta 110 kilos de oro. El capitán Ambrosio Alfinger ordenó a un
grupo llevar el tesoro de vuelta, y poco después murió. Los que regresaban,
hartos de sufrir un calvario de penalidades (antropofagia incluida), enterraron
el oro, siguieron caminando, y murieron todos, menos Francisco Martínez Vegaso,
quien fue salvado, casi cadavérico, por unos indios. Aunque lo tenían como
esclavo, se impuso su carisma, y se emparejó con una hija del cacique, pero,
tres años después, fue sacado de allí por otros españoles. Existe la opinión,
bastante bien fundada, de que Francisco recuperó ese tesoro. Porque ocurrió
que, en 1539, se unió al gran Pedro de Valdivia (al que conocía desde la época
de Venezuela) para ir con él a la inmensa aventura de la conquista de Chile, y,
además, como socio suyo, aportando una importante cantidad de dinero. Había
otro socio, Jerónimo de Alderete, al que se le confunde con Juan Fernández de
Alderete, lo cual no es de extrañar porque eran parientes, anduvieron por
Venezuela, se juntaron en este viaje con Valdivia y estuvieron presentes el año
1541 en la fundación de Santiago de Chile. Dediquemos un recuerdo especial para
JUAN FERNÁNDEZ DE ALDERETE, porque, además, tuvo otra peculiaridad. En 1553, donó
su casa y sus tierras a los recién llegados franciscanos para construir una iglesia
conventual (la de la imagen), y, en 1561, él mismo se hizo franciscano,
muriendo en el convento hacia el año 1572. Un tipo único. Pero, como tuvo más
relieve la carreta militar de Jerónimo de Alderete, será el protagonista de la próxima
imagen.
No hay comentarios:
Publicar un comentario