(708) Retomamos a Inca Garcilaso, tras su
indicación de que Pedro Fernández Paniagua inició su viaje de vuelta,
llevándole a Pedro de la Gasca la carta de Gonzalo Pizarro cuyo texto ya
conocemos: "Viendo Gonzalo Pizarro que Lorenzo de Aldana no le enviaba
ningún aviso de su viaje ni de la armada que estaba en Panamá, y sospechando
mal de ello, escribió al capitán Pedro de Puelles, al capitán Mercadillo, al
capitán Porcel y al capitán Diego de Mora, que estaban, respectivamente, en
Quito, en San Miguel, en tierra de indios bracamoros y en Trujillo, para que
estuviesen preparados, pues los llamaría pronto". Pero lo que ocurrió fue
que, cuando las cartas llegaron, los capitanes ya conocían todas las promesas de
perdones y suavización de las Leyes Nuevas que el hábil Pedro de la Gasca había
anunciado, con sus circulares, por todas partes: "Por esta causa, estaban
ya determinados a abandonar a Gonzalo Pizarro, como lo hicieron poco después (a
excepción de Pedro de Puelles)".
Luego cuenta Inca Garcilaso algo de lo que
hemos hablado un par de veces: la muerte del capitán Alonso de Toro, el cual
estaba al mando en el Cuzco representando a Gonzalo Pizarro. Ya sabemos cómo
murió, pero, en su versión, el cronista, que conoció a los implicados, añade
algunos detalles de carácter humano que son interesantes. Recordemos que Alonso
era un avinagrado de mal carácter, aunque muy valioso capitán, y maltrataba a
su mujer, por lo que su suegro lo mató. Inca Garcilaso lo consideró una
fatalidad: "Gonzalo Pizarro envió también al capitán Antonio de Robles al
Cuzco, para que recogiese la gente que allá hubiera, por si fuera luego
necesaria. Se lo encargó a este capitán porque supo que Diego González de
Vargas (a quien yo alcancé a conocer) había matado a Alonso de Toro. Fue una
muerte no pensada por el matador ni por el matado". Define a Alonso de
Toro como soberbio, colérico y vocinglero. Estaba maltratando a su mujer, su
suegro entró en ese momento y, al verlo, salió de la sala. Temiendo que
volviera armado, Alonso salió tras él.
"Arremetió contra el viejo, que tenía más de sesenta y cinco años,
el cual, más por defenderse que por atacarle, echó mano de un puñal que traía
en una cinta, que yo también le vi tenerlo (entonces Inca tenía unos ocho
años), por lo que Alonso arremetió con más furia". Llegó a herir al
anciano, pero reaccionó y le dio a él varias cuchilladas de las que pronto
murió. "Así acabó el pobre Alonso de Toro, a quien lo mató su bravura y su
áspera y terrible condición, pues forzó a su suegro a matarlo de puro
miedo".
Después hace Inca Garcilaso un último
comentario al respecto: "Diego González de Vargas se libró por perdón de
la Corona, y yo le conocí años después. Un hijo suyo, llamado Diego de Vargas,
fue mi condiscípulo de escuela de leer y escribir, y, después, en la latinidad
que me enseñaron. Y esto pasó en una casa que estaba en medio de la de mi
padre, donde yo estaba cuando sucedió". Recordemos que Santa Clara, como
siempre, amplió datos, como los de que Alonso de Toro tenía en la misma casa
una amante, y que el sufrido anciano se retiró a un convento. De la mujer de
Alonso de Toro, indica Inca Garcilaso que "era virtuosísima".
(Imagen) Ya hablamos de Juan de Alcobasa, cuya
presencia en la casa de Inca Garcilaso evitó que los partidarios de Gonzalo Pizarro,
por odio a su padre, Sebastián Garcilaso (entonces ausente), le mataran a él, a
su madre y a sus criados. En ese lugar, el canónigo JUAN DE CUÉLLAR (natural de
Medina del Campo), escogido por Juan de Alcobasa (preceptor de Inca Garcilaso),
daba clases a niños mestizos, hijos de españoles bien situados, especialmente
militares. Uno de ellos, como acaba de decir el cronista, era DIEGO DE VARGAS,
hijo de Diego González de Vargas (el que tuvo que matar a Alonso de Toro),
quien quizá fuera un hombre de cierto relieve en el Cuzco. Era cosa habitual en
todas las Indias este interés por la formación escolar de los hijos mestizos de
gente importante. Da la casualidad de que también el cronista Pedro Gutiérrez
de Santa Clara (que ahora alternamos con Inca Garcilaso) se encontró en esa
situación, pero en México, donde vivían sus padres. En la casa de Inca
Garcilaso (imagen) había unos doce alumnos. Debían de ser muy espabilados y
estudiosos, pues, según cuenta, "el canónigo Lucas de Cuéllar solía
decirnos, con tiernas lágrimas: 'Hijos míos, cómo me gustaría ver una docena de
vosotros en la Universidad de Salamanca". Entre aquellos niños, estaban
también los hijos de Hernando y Gonzalo Pizarro, Carlos Paullu (indio puro, ya
que era hijo del príncipe Paullu Inca) y un hijo de Diego Centeno. Pasados los
años, Inca Garcilaso rememora la amistad que había entre aquellos escolares:
"Al salir de la escuela, hablábamos de las hazañas de nuestros padres,
aunque, cuando se trataba de narrar episodios poco honrosos, yo silenciaba sus
nombres por respeto de sus descendientes, que eran mis condiscípulos en la
gramática". Como vimos en una imagen anterior, Inca Garcilaso llegó a
tener una amistad de por vida con otro estudiante, Diego de Alcobasa (hijo de
Juan de Alcobasa), aquel niño que luego fue sacerdote y escribió un texto de
doctrina evangélica trilingüe, en quechua, aymara y español.
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