(697) Estaba prevista la posibilidad de
fracasar, por muy atractivo que fuera el soborno. Incluso, si no estuvieran en
las nubes, tendrían que dar por seguro el fracaso. Pero prepararon un plan
siniestro por si eso ocurría: "Les dijeron que, si no podían conseguir
esto, procurasen que algún criado de Pedro de la Gasca, o alguna otra persona
que tuviese entrada en su casa, le echase en la comida algún bocado del que
luego muriese, y que le prometiesen darle a quien lo hubiera de hacer diez mil
ducados de buen oro bermejo. Y este fue el parecer común que hubo entre estos
ciegos malaventurados". También le aconsejaron algunos a Gonzalo Pizarro que,
si llegaba a conseguirse la muerte de La Gasca, se despoblase toda la zona de
Nombre de Dios y Panamá, de manera que, nadie que viniese de España, pudiera
hacerse con provisiones, siendo previamente traslados a otros lugares los
ancianos, las mujeres y los niños. Otra medida sería la de enviar una tropa a México
con el fin de apoderarse de aquellas tierras: "De manera que Lorenzo de
Aldana fue enviado con la carta de los sesenta y tres hombres, y con estas
instrucciones tan perversas que le dieron".
Santa Clara, quien suele mostrarse tan
religioso como Inca Garcilaso y Cieza, comenta otra anécdota extraña, que,
aunque resulta absurda, no dejó de producir un supersticioso temor en aquellos
curtidos y pecadores soldados. Veámosla, aunque solo sea como reflejo de la
mentalidad de aquellos tiempos: "En aquellos días tan aciagos, aconteció
algo maravilloso. Estando Gonzalo en Lima comiendo en una sala muy grande con
sus capitanes y soldados, cayeron en el suelo las lanzas y las picas que
estaban puestas en los hastiales, sin que los hastiales se desclavasen de la
pared. Cayeron también de improviso todos los platos, jarros y vasijas que
estaban puestos en el aparador, y, aun los que tenían las conciencias dañadas y
andaban contra las cosas de Su Majestad, se turbaron en gran manera. Algunos lo
interpretaron como que Gonzalo Pizarro había de acabar mal si no se enmendaba,
y que su caída sería en breve. Otros, como cristianos, no pensaron en portentos
ni en agüeros, aunque se maravillaron de ello, porque todas aquellas cosas
cayeron sin haber temblado la tierra. Y así, se hablaron estas cosas durante muchos
días entre capitanes, soldados, vecinos y mercaderes".
Los dos cronistas, Inca Garcilaso y Santa Clara
suelen ir a la par en la narración de los hechos, aunque, como ya dije, Santa
Clara es más detallista. Tomamos ahora el hilo con Inca Garcilaso en el momento
en el que llegó Pedro Hernández Paniagua a Lima con las cartas que le había
dado Pedro de la Gasca para Gonzalo Pizarro, una del Rey y otra del propio La
Gasca. Le recibió bien, pero le tomó los documentos, le dijo que saliera
"y que no tratase con nadie cosas del presidente La Gasca, porque le
traería malas consecuencias".
Acto seguido, llamó al licenciado Cepeda y
a Francisco de Carvajal, y los tres juntos leyeron las cartas. Primeramente, se
ocuparon de la carta del Rey. Lo primero que llama la atención es que la
comenzara con un frío "Gonzalo Pizarro", algo casi insultante para
quien estaba deseando ser tratado como el Gobernador del Perú.
(Imagen) El conquistador y licenciado
RODRIGO NIÑO DE GUZMÁN fue un extraño personaje, valioso, pero nada fiable.
Nació en Toledo el año 1510, y da la casualidad de que su mujer, María
Valverde, estuvo casada con el excepcional (y trágico) Rodrigo Orgóñez, y era
hermana del legendario obispo Vicente de Valverde. Rodrigo Niño llegó en 1541 a
Perú, y se mantuvo pizarrista durante bastante tiempo. Luego aparece al
servicio del virrey, pero pronto lo abandonó. Por eso, cuando Gonzalo Pizarro,
ya muerto el virrey, convenció a sesenta y tres vecinos importantes de Lima
para que le enviaran una dura carta a Pedro de la Gasca, presionándole para que
volviera a España, uno de los firmantes era el letrado Rodrigo Niño. Poco
antes, el bueno de Diego de Maldonado el Rico enfadó a Gonzalo Pizarro por
aconsejarle que dejara de perseguir al virrey. En plan cizañero, Rodrigo Niño
dejó un escrito junto a la cama de Gonzalo, insistiendo con más fuerza en lo dicho
por Maldonado, por lo que este resultó sospechoso, y corrió peligro de que lo
mataran. Quedó claro que el autor era Niño, y a punto estuvo Gonzalo de
desterrarlo. Se pasó luego al bando de Pedro de la Gasca, aunque, solo unos
meses antes, le escribió una pedigüeña carta a Gonzalo Pizarro para que ayudara
a Antonio de Ulloa y a otros capitanes, pero con la siguiente postdata:
"Me mataron en una batalla un caballo bueno que yo tenía. Suplico a
vuestra señoría que me envíe dos de ellos, pues son para serviros". Le
enviaron a España para entregar 83 pizarristas condenados a galeras, se le
escaparon todos menos uno, y a este lo mató. Lo juzgaron por ello, fue
condenado a luchar dos años en Orán, y le prohibieron volver a las Indias. Pero
apeló la sentencia, y quedó absuelto el año 1550 de parte de la condena (ver
imagen), por haber sido enviado con los galeotes sin apoyo de soldados. Volvió
a Perú, y, hasta su muerte, en 1559, se normalizó su comportamiento, ganando
muchos méritos en la lucha contra el último rebelde, Francisco Hernández Girón,
logrando incluso que Juan de Piedrahita, uno de sus principales capitanes, se
pasara al bando de la Corona.
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