(635) Está claro que los métodos del implacable Francisco de Carvajal
eran de efecto rápido: "Viendo los oidores lo que hizo, y que, si no
preparaban la disposición de inmediato, ahorcaría a los demás que estaban
presentes, y entrarían los soldados saqueando la ciudad, mandaron que las
personas a las que habían consultado sus pareceres, los trajesen, y, sin que
ninguno discrepase, se los dieron de inmediato, y los oidores los formalizaron
para que Gonzalo Pizarro fuese Gobernador de aquellas tierras hasta que Su
Majestad otra cosa mandase, renunciando ellos a la superioridad de la Audiencia".
Como era lógico, las ejecuciones de Francisco de Carvajal habían
aterrorizado a los vecinos del Cuzco. Su sola presencia era una amenaza
permanente, y muchos vecinos, e incluso los soldados del campamento, temieron
que ejecutara a todos los que tenía presos. Hubo unos cuantos notables que
fueron adonde estaba Gonzalo Pizarro para suplicarle "que no permitiera
que tanta gente noble, que le había ayudado a conquistar aquel imperio de Perú,
muriese; Gonzalo Pizarro, que era de ánimo piadoso, les dio una medalla muy
rica que traía, y un anillo muy conocido para que, presentándoselo a Francisco
de Carvajal, no matase a nadie más".
Inca Garcilaso asegura que hubo
testigos de que Carvajal había hecho las tres ejecuciones contra la
voluntad de Gonzalo. No solo los mató, sino que se permitió escenificar uno de
sus macabros sarcasmos: "Yo oí a muchos de los que se hallaron presentes
que Gonzalo Pizarro no tuvo intención de que Carvajal matase a nadie, y que le
dijo: 'Aquietaréis a aquella gente (se refería a los que le habían
abandonado) de manera que se alegren de nuestra ida'. Carvajal, que
entendió bien a quiénes se refería, le respondió: 'Prometo a vuestra señoría que
los aquietaré de manera que salgan a recibiros'. Y, en cumplimiento de esta
promesa, como él llevaba las cosas con el rigor de la guerra, ahorcó a aquellos
hombres ricos y poderosos en el camino por donde había de entrar Gonzalo Pizarro,
como si los pusiera allí para que le recibiesen, y también para atemorizar a
los oidores y a toda la ciudad, con el fin de que no dilatasen el nombramiento
de Gonzalo Pizarro como Gobernador. A Gonzalo Pizarro le pesó mucho la muerte
de aquellos tres caballeros, y mandó que los quitasen del árbol, diciendo que
nunca lo había mandado ni deseado".
Cuesta creer que, estando ya metidos en los comienzos de una nueva
guerra civil caracterizada por su crueldad, y sabiendo que muchos iban muriendo
de esa forma implacable, Gonzalo Pizarro tuviera tantos escrúpulos. Al fin y al
cabo, por ese medio obtuvo de inmediato lo que quería: "La provisión que
le nombraba Gobernador a Gonzalo Pizarro fue muy agradable para todos los de la
ciudad, y para los del ejército, pues les parecía que convenía a la quietud de
aquel imperio. Decían que su Majestad lo confirmaría, porque veían muchas
virtudes en Gonzalo Pizarro, y por los servicios que su hermano, el Marqués,
había prestado al Rey. Y tanto le comenzaba en esta sazón a encumbrar la
fortuna en el ánimo y la voluntad de las gentes, deseosas de libertad, que parecía ser amado
por todos. Y lo que más le ayudaba en esto, era haberles sido tan odioso el
virrey porque amenazaba sus intereses".
(Imagen) La entrada de Gonzalo Pizarro en Lima como Gobernador fue
triunfal. Iba en la tropa, como capitán, PEDRO CERMEÑO. Aunque hay poca
información sobre él, la imagen muestra parte de un documento en el que el Rey
le comunicaba a Francisco Pizarro (poco antes de su asesinato) que le permitía
a Pedro Cermeño dejar en herencia, para su mujer y sus hijos, unas encomiendas
de indios. Del que sí hay datos abundantes es de su cuñado, JERÓNIMO DE SILVA,
hombre de intensa biografía, cuajada de sobresaltos y de éxitos. Nació en
Valladolid hacia 1518. El año 1541 ya andaba por Perú. Fallecida en 1562 su
mujer, Ana Cermeño, se casó con Mariana de Ribera, nieta del excepcional
Nicolás de Ribera (uno de los Trece de la Fama). Tuvo la mala suerte de llegar
a Lima poco antes de que mataran a Francisco Pizarro, porque lo confundieron
con uno de los conspiradores, y salvó la vida huyendo. Se puso luego al
servicio de Vaca de Castro, aunque no participó en la batalla de la derrota y
muerte de Diego de Almagro el Mozo. Después siguió fiel a la Corona, a favor
del virrey y en contra de Gonzalo Pizarro. Cuando los oidores apresaron al
virrey, también lo hicieron con Jerónimo, siendo de gran riesgo para él por la
próxima llegada de Gonzalo Pizarro. Sin embargo, quedó libre fingiendo serle
leal cuando tomó posesión de Lima; sospecharon pronto de su sinceridad, y se
dio a la fuga de nuevo. Pero esta vez con gran riesgo, porque se libró de
que lo matara Francisco de Carvajal, su rabioso
perseguidor, gracias a la intercesión del sensato Antonio de Ribera (al que ya
conocemos). Más tarde no dudó en pelear
contra Gonzalo Pizaro, y también contra
el último rebelde, Francisco Hernández Girón. Fue un hombre tan responsable,
que algunos amigos suyos (uno de ellos Diego Centeno), próximos a morir, le
confiaron la curatela de sus hijos. En sus últimos años, le encargaron los
virreyes importantes misiones, pero, fatalmente, en 1574, dirigiendo una de
ellas, murió al despeñarse con su caballo.
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