(658) El trato diplomático de Pedro de
Hinojosa disolvió espectacularmente el recelo que había provocado Hernando
Bachicao entre los vecinos de Panamá con su brutalidad: "Con lo cual, se
le pasaron a Pedro de Hinojosa casi todos los soldados del virrey que Juan de
Guzmán y Juan de Illanes habían reclutado. Lo mismo hicieron los que estaban
desocupados en la ciudad, los cuales se habían unido al bando de Hinojosa para
irse con él al Perú. Los capitanes del virrey, viéndose desamparados por los
suyos, tomaron secretamente un barco, y se fueron con unas quince personas que
les habían quedado. Hinojosa se mantuvo pacífico, sin entrometerse en el
gobierno de la ciudad, ni consentir que los suyos hiciesen agravios. Envió con
gente a Don Pedro de Cabrera y a Hernando Mejía de Guzmán, su yerno, a Nombre
de Dios, para que guardasen aquel puerto y procurasen conocer las noticias que,
llegadas de España y de otras partes, fuesen importantes para su seguridad.
Inca Garcilaso va a censurar ahora ciertas
andanzas de Melchor Verdugo (a quien ya le dediqué una imagen). En realidad, lo
que hizo fue incordiar en Trujillo a los de Gonzalo Pizarro, pero al cronista
le molesta la forma de llevarlo a cabo, o también la antipatía personal, porque
Verdugo era un hombre
excesivamente violento y sin escrúpulos. Habrá que resumir lo que cuenta,
porque se extiende mucho: "En este tiempo sucedió en la ciudad de Trujillo
algo que causó mucho escándalo. Melchor Verdugo, por ser natual de Ávila, como
el virrey, quiso servirle haciendo alguna cosa señalada, y el virrey, antes de
que lo apresaran, le había otorgado permiso para hacer cosas grandes,
encargándole de despoblar la ciudad de Lima (para que los enemigos no la
saqueasen), por lo cual, Gonzalo Pizarro y los suyos le tomaron odio a
Verdugo, quien decidió salir de allí antes de que le tuviesen a las manos, pero
dejando hecha alguna cosa notable contra ellos. Consiguió algunos soldados,
compró armas en secreto, y las llevó a su casa, donde puso algunos grillos y
cadenas, porque su intención era apresar a vecinos de su ciudad. En aquella
coyuntura, entró en el puerto de Trujillo un navío que venía de Lima. Mandó
recado al maestre y al piloto para que fueran a su casa, para que viera cierta
ropa y maíz que quería cargar para llevarlo a Panamá, y, cuando llegaron, los
metió en un calabozo que tenía hecho".
Pero el plan de Verdugo era de mayor alcance. Todo el mundo sabía que le
fallaban las piernas, y lo utilizó como excusa para pedir desde la ventana a
diversas personas que entraran en su casa pofque tenía que comunicarles algo.
Vio que pasaban a los alcaldes (eras dos) de la ciudad, acompañados del escribano, y les rogó que
entraran para hacer unas escrituras: "Cuando los tuvo dentro, los llevó
adonde estaban el maestre y el piloto, les quitó las varas de autoridad, los
puso en cadenas, y dejó seis arcabuceros de guardia. Siguió haciendo lo mismo
con otros vecinos que salían a la plaza, sin que nadie se diese cuenta de lo
que ocurría. Y así, en poco tiempo juntó más de veinte personas de las principales
que habían quedado en la ciudad, pues los demás se habían ido con Gonzalo
Pizarro".
(Imagen) Vamos de carambola en carambola viendo
el destino de los participantes en las guerras civiles. Por más que me empeño
en buscar datos biográficos de HERNÁN MEJÍA DE GUZMÁN, solo encuentro referencias
colaterales. Pero hay una que muestra si fue partidario de Gonzalo Pizarro
(como le vemos ahora), o si, al igual que otros muchos, lo abandonó poco antes
de que fuera derrotado y muerto por la tropa de Pedro de la Gasca, a quien le
escribió una carta el maravilloso cronista GONZALO FERNÁNDEZ DE OVIEDO, en la cual
aclara el enigma: Mejía abandonó a Pizarro. De paso, esto nos da pie para saber
lo que Oviedo le decía a La Gasca, con sabroso estilo y algo de lógico peloteo,
aunque su admiración fuera sincera (lo resumo). La carta la redactó en enero
del año 1550 (aún le quedaban otros siete de vida), "desde la fortaleza (a
cuyo mando estaba) de la ciudad de Santo Domingo, de la Isla
Española". Le felicita por haber vencido a Gonzalo Pizarro, "negocio
tan arduo y que tan prósperamente ha concluido vuestra señoría, por lo que
quedará siempre escrito con perpetua memoria en la mente de los que después de
nosotros vinieren". Como cronista de raza, le pide que le facilite
información de aquellas batallas: "Aunque mi edad ha llegado al tercio postrero
(tenía 72 años), lo que me queda de vida
lo pienso emplear en exponer esa gloriosa victoria y la muerte del
tirano Gonzalo Pizarro. Hallándome en España cuando HERNÁN MEJÍA llegó a
Sevilla, yo no le vi, pero los oficiales que residen en la Casa de la
Contratación de Indias me dieron a conocer el fin de los desleales. Con su mal
final y con mi buen deseo, terminé de escribir la tercera parte de la Historia
General de las Indias, que yo he escrito por mandato de Su Majestad, y, para
colmarla de perpetua fama, llegó la noticia a tiempo de cerrar con ella el
tercer volumen". Ya hablé en su día de GONZALO FERNÁNDEZ DE OVIEDO, pero
solo me queda añadir que, dotado de extraordinarias capacidades, su vida fue una de las más apasionantes de los
personajes de las Indias.
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