jueves, 5 de marzo de 2020

(Día 1048) A Sebastián Garcilaso de la Vega lo buscaban para matarlo. Porque muchos se lo pidieron, Gonzalo Pizarro lo perdonó.


    Le molestaba especialmente a Inca Garcilaso que los cronistas pasaran de largo ese detalle: "Gonzalo Pizarro tenía a mi padre como prisionero, y así estuvo hasta la batalla de Jaquijaguana. De manera que, porque iba con Gonzalo Pizarro como prisionero, no hace mención de él ninguno de los autores que escribieron la historia. Pero yo digo, como persona a la que le tocó mucha parte de  los trabajos y necesidades de mi padre, que tres años estuvo desposeído de sus indios, durante los cuales él y los suyos, que, como atrás dije, éramos ocho, vivimos de limosna". Para demostrar la necesidad que padecía su padre, hace referencia a que, en la batalla de Iñaquito, después de haber muerto el virrey, compró un caballo muy bueno a un soldado apellidado Salinas, pero a base de conseguir dinero prestado, aunque, por lo que cuenta, finalmente se lo regaló Gonzalo Pizarro. El caballo se quedó con el nombre de Salinillas, y veremos que protagonizó una anécdota que le trajo consecuencias al padre del cronista.
     Si Cieza hacía de vez en cuando reflexiones morales sobre las malas conductas y los sacrilegios, Inca Garcilaso no se queda corto. Ahora pone ejemplos de cómo Dios castiga a los irreverentes y blasfemos. Hace una lista de casos. Un tal Porras, que, cuando andaban buscando al padre del cronista, había profanado la iglesia del convento en el que se ocultaba, murió ahogado, "certificando todos que había sido castigo del Cielo". Y luego añade: "Los que tenían fama de blasfemos, que yo conocí algunos, todos  morían de heridas que les dieron en las bocas. Así mató de ira Juan, que era muy afable, a un tal Aguirre, soldado de mala condición. En la batalla de las Salinas murieron tres, en la de Chupas otros tantos, en la de Huarina cuatro, uno de los cuales se llamaba Mezquita, y todos, como hemos dicho, de heridas en la boca. Y eso fue causa de que el común jurar se corrigiese, de manera que todos los españoles del Perú son ahora muy recatados en el jurar, y lo tienen  ya por afrenta y menoscabo en el que lo hace. Y esta buena costumbre del Perú se ha extendido también a otras tierras de las Indias".

     (Imagen) Vemos ahora en serios apuros a SEBASTIÁN GRCILASO DE LA VEGA (al que ya dediqué una imagen). Pudo costarle la vida haberle abandonado a Gonzalo Pizarro para ponerse al servicio del virrey. Lo atraparon escondido en un convento, y Gonzalo Pizarro, presionado por amigos del huido, lo perdonó. Muchos cronistas dicen que fue tornadizo en sus lealtades, y apenas hablan de sus andanzas. Por otra parte, su hijo, Inca Garcilaso, siempre se mostró sumamente orgulloso de él. Es normal que defienda a su padre, pero, por ser parte interesada, no resulta fiable. Según él, permaneció tres años al lado de Gonzalo Pizarro, que lo trataba bien, pero lo retenía como preso. Su silencio es clamoroso con respecto a las batallas posteriores, como si su padre estuviera viendo de lejos lo que pasaba. Pero hay pruebas de que fue diferente la historia. Lo único que tiene sentido es que, si Gonzalo le perdonó la vida, fuese porque Garcilaso de la Vega se puso a su servicio. Primeramente, en la batalla de Iñaquito, donde murió el virrey, ya que entonces Gonzalo Pizarro le regaló generosamente el caballo Salinillas. Después, en la de Huarina, Gonzalo Pizarro fue derribado al caer su caballo, y Garcilaso de la Vega (que tenía que estar en medio de la refriega) le cedió el suyo, Salinillas, lo que evitó la muerte de Gonzalo y le llevó a la victoria. Más tarde, en la decisiva batalla de Jaquijaguana, Garcilaso abandonó a Gonzalo y se unió a Pedro de la Gasca. Gonzalo murió, y Garcilaso fue premiado por La Gasca. Pero, sin embargo, la anécdota del caballo Salinillas salvando a Gonzalo Pizarro perjudicó posteriormente, no solo a Garcilaso de la Vega, sino también a su hijo, Inca Garcilaso de la Vega, a quien se le cerraron muchas puertas en la Corte. No obstante, SEBASTIÁN GARCILASO DE LA VEGA, a quien le gustaban las celebraciones, vivió en el Cuzco holgadamente y con gran éxito social hasta el año 1559. Mucho le tuvo que querer su hijo para traer  más tarde a España sus restos y enterrarlos en la sevillana iglesia de San Isidoro.



No hay comentarios:

Publicar un comentario