(638) Hay que imaginarse la situación de
Sebastián Garcilaso de la Vega, quien se había decantado por el bando del Rey,
oyendo desde su casa en Lima la alegría desbordante de Gonzalo Pizarro y sus
hombres porque ostentaba ya el título (ilegítimo) de Gobernador, con gran
entusiasmo de muchos de los vecinos de la ciudad. Estaba seguro de que, en
cualquier momento, irían a apresarle, para matarlo después. Y acababan de
llamar a la puerta: "El soldado Hernando Pérez Tablero, como conoció en el
habla a Francisco de Carvajal, volvió corriendo adonde mi madre y le dijo lo
que pasaba. Mi padre salió como pudo por
los corrales, y se fue al convento de Santo Domingo, donde le recibieron los
religiosos y le escondieron en una bóveda". Fueron varias las veces que
estuvieron a punto de descubrirlo, pero, finalmente, le salvó el hecho de que
sus muchos amigos le insistieran a Gonzalo Pizarro para que lo perdonara. Y lo
hizo, pero teniéndole siempre bajo vigilancia, con buen trato, aunque en
calidad de preso.
Le molestaba
especialmente a Inca Garcilaso que los cronistas pasaran de largo ese detalle:
"Gonzalo Pizarro tenía a mi padre como prisionero, y así estuvo hasta la
batalla de Jaquijaguana. De manera que, porque iba con Gonzalo Pizarro como
prisionero, no hace mención de él ninguno de los autores que escribieron la
historia. Pero yo digo, como persona a la que le tocó mucha parte de los trabajos y necesidades de mi padre, que
tres años estuvo desposeído de sus indios, durante los cuales él y los suyos,
que, como atrás dije, éramos ocho, vivimos de limosna". Para demostrar la
necesidad que padecía su padre, hace referencia a que, en la batalla de
Iñaquito, después de haber muerto el virrey, compró un caballo muy bueno a un
soldado apellidado Salinas, pero a base de conseguir dinero prestado, aunque,
por lo que cuenta, finalmente se lo regaló Gonzalo Pizarro. El caballo se quedó
con el nombre de Salinillas, y veremos que protagonizó una anécdota que le trajo
consecuencias al padre del cronista.
Si Cieza hacía de
vez en cuando reflexiones morales sobre las malas conductas y los sacrilegios,
Inca Garcilaso no se queda corto. Ahora pone ejemplos de cómo Dios castiga a
los irreverentes y blasfemos. Hace una lista de casos. Un tal Porras, que,
cuando andaban buscando al padre del cronista, había profanado la iglesia del
convento en el que se ocultaba, murió ahogado, "certificando todos que
había sido castigo del Cielo". Y luego añade: "Los que tenían fama de
blasfemos, que yo conocí algunos, todos morían
de heridas que les dieron en las bocas. Así mató de ira Juan, que era muy
afable, a un tal Aguirre, soldado de mala condición. En la batalla de las
Salinas murieron tres, en la de Chupas otros tantos, en la de Huarina cuatro,
uno de los cuales se llamaba Mezquita, y todos, como hemos dicho, de heridas en
la boca. Y eso fue causa de que el común jurar se corrigiese, de manera que
todos los españoles del Perú son ahora muy recatados en el jurar, y lo tienen ya por afrenta y menoscabo en el que lo hace. Y
esta buena costumbre del Perú se ha extendido también a otras tierras de las
Indias".
(Imagen) Vemos ahora en serios apuros a SEBASTIÁN
GRCILASO DE LA VEGA (al que ya dediqué una imagen). Pudo costarle la vida
haberle abandonado a Gonzalo Pizarro para ponerse al servicio del virrey. Lo
atraparon escondido en un convento, y Gonzalo Pizarro, presionado por amigos
del huido, lo perdonó. Muchos cronistas dicen que fue tornadizo en sus
lealtades, y apenas hablan de sus andanzas. Por otra parte, su hijo, Inca
Garcilaso, siempre se mostró sumamente orgulloso de él. Es normal que defienda
a su padre, pero, por ser parte interesada, no resulta fiable. Según él, permaneció
tres años al lado de Gonzalo Pizarro, que lo trataba bien, pero lo retenía como
preso. Su silencio es clamoroso con respecto a las batallas posteriores, como
si su padre estuviera viendo de lejos lo que pasaba. Pero hay pruebas de que
fue diferente la historia. Lo único que tiene sentido es que, si Gonzalo le
perdonó la vida, fuese porque Garcilaso de la Vega se puso a su servicio. Primeramente,
en la batalla de Iñaquito, donde murió el virrey, ya que entonces Gonzalo
Pizarro le regaló generosamente el caballo Salinillas. Después, en la de
Huarina, Gonzalo Pizarro fue derribado al caer su caballo, y Garcilaso de la
Vega (que tenía que estar en medio de la refriega) le cedió el suyo,
Salinillas, lo que evitó la muerte de Gonzalo y le llevó a la victoria. Más
tarde, en la decisiva batalla de Jaquijaguana, Garcilaso abandonó a Gonzalo y
se unió a Pedro de la Gasca. Gonzalo murió, y Garcilaso fue premiado por La
Gasca. Pero, sin embargo, la anécdota del caballo Salinillas salvando a Gonzalo
Pizarro perjudicó posteriormente, no solo a Garcilaso de la Vega, sino también
a su hijo, Inca Garcilaso de la Vega, a quien se le cerraron muchas puertas en
la Corte. No obstante, SEBASTIÁN GARCILASO DE LA VEGA, a quien le gustaban las
celebraciones, vivió en el Cuzco holgadamente y con gran éxito social hasta el
año 1559. Mucho le tuvo que querer su hijo para traer más tarde a España sus restos y enterrarlos en
la sevillana iglesia de San Isidoro.
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