(642) Se dio la circunstancia de que se juntaron en el viaje a España pasajeros
que iban para defender ante el Rey tres causas distintas, pero sin que se
produjeran roces personales. Vaca de Castro, para proteger su propio prestigio,
Jerónimo de Zurbano y Diego Álvarez Cueto representando al virrey, y, los dos
que menciona Inca Garcilaso a continuación, en nombre de Gonzalo Pizarro:
"También se embarcaron con ellos el doctor Tejada (con la intención,
asimismo, de justificar la conducta de los oidores) y Francisco de
Maldonado, y, todos juntos, aunque hombres de tres parcialidades diferentes,
vinieron hacia España en buena sintonía. El doctor Tejada murió en el camino,
en el canal de Las Bahamas. Francisco de Maldonado y Diego Álvarez Cueto,
después de llegar a España, se fueron a Alemania a dar cuenta a Su Majestad cada
uno de su encargo. El licenciado Vaca de Castro fue a la Corte pasando por
Lisboa, diciendo que no se había atrevido a entrar en Sevilla porque en
aquellas tierras eran muy poderosos los hermanos y parientes de Juan Tello de
Guzmán, a quien había hecho degollar cuando fue derrotado Diego de Almagro el
Mozo. Llegado a la Corte, fue detenido
en su casa por mandato de los señores del Consejo de Indias. Le pusieron una
acusación, y lo tuvieron preso, mientras se trató la causa, por espacio de más
de cinco años en la fortaleza de Arévalo (en la que se crio Isabel la
Católica). Después pasó a la cárcel de la villa de Pinto, hasta que se
sentenció el negocio".
Luego, Inca Garcilaso explica el buen final que tuvo el proceso, pero,
aunque, básicamente, dice la verdad, elogia demasiado a Vaca de Castro: "Le
pusieron muchas calumnias, se dilató mucho su causa, y él se alegraba, porque
sabía que había de salir libre de todo, como salió, siendo dado por buen
gobernador de aquel imperio, y restituido en el Consejo Real de Castilla (había
ejercido en él anteriormente). Cuando se sentó en su silla, era el más
antiguo oidor de todo el Consejo, y yo le hallé en Madrid a finales del año mil
quinientos sesenta y uno". Habla también de que premiaron con importantes
rentas del Perú a él y a su hijo, Don Antonio Vaca de Castro, siendo los dos
Caballeros de Santiago. Añade que conoció en mil quinientos sesenta al hijo en
Nombre de Dios (Panamá), quien iba
acompañando al nuevo virrey del Perú, el
Conde de Nieva (Diego López de Zúñiga y Velasco), y asegura que, 'como dicen
los historiadores', Vaca de Castro fue el mejor gobernador que tuvo el Perú.
Algo muy difícil de creer teniendo en cuenta la prodigiosa labor del gran Pedro
de la Gasca en aquellas tierras.
Sigamos con las andanzas del virrey Blasco Núñez Vela. Había huido hacia
Quito por el peligro de la inminente
llegada de Hernando Bachicao a Túmbez.
Se libró de la amenaza gracias a que el temible capitán de Gonzalo Pizarro
siguió por mar hasta Panamá, donde impuso su brutalidad. El virrey fue bien
recibido en Quito, y pudo aumentar su tropa de ciento cincuenta hombres con una
nueva leva de doscientos. Pero se ve que no tenía ninguna gana de atacar a sus
enemigos: "Por ser muy fértil y abundante de comida aquella tierra,
determinó aguardar a lo que Su Majestad proveyera después de conocer por su cuñado, Diego Álvarez de Cueto, lo que
pasaba en Perú, y tenía siempre buenos espías en los caminos, para saber lo que
Gonzalo Pizarro hacía, si bien desde Quito a Lima hay más de trescientas
leguas".
(Imagen). En el amplio archivo de correspondencia que acumuló el gran
Pedro de la Gasca, hay varias cartas enviadas por HERNANDO BACHICAO a Gonzalo
Pizarro. No es fácil resumirlas, pero nos servirán para entender el proceso de
su navegación hacia Panamá, y ver su estilo irónico y desalmado (como el de
Carvajal). Respetuosamente, pero con firmeza y casi de tú a tú, se dirige al
(ilegítimo) gobernador. La primera carta está firmada en el puerto de Manta
(Ecuador), hoy en día con 200.000 habitantes. Tiene fecha del 6 de enero de
1545. Dice: "Por aquí he azotado y desterrado a no sé cuántos (partidarios
del virrey): He dejado como amigos a varios vecinos de Puerto Viejo, aunque debería haberlos quemado a todos.
Marmolejo (era su teniente) no quiso quedarse entre ellos ni aunque le
diera todo su pueblo". Luego le explica que el virrey iba huyendo hacia
Quito "con tanta prisa que le di, que no pudo llevar nada, y llorando y
mesándose las barbas". Hace un comentario curioso: "La gente que
llevaré de Panamá será de un tal Orellana (el gran Francisco de Orellana),
tuerto como yo desventurado, que hizo
burla de vuestra señoría (abandonando a Gonzalo en el Amazonas)".
Le promete recuperar el barco que había tomado Vaca de Castro. Luego va de
farol sobrado: "El virrey ha pedido mil arcabuceros. Todo eso lo puedo yo
atajar con cien arcabuceros, aunque vengan diez mil hombres, cercándoles en el
puerto de Nombre de Dios, y haré que se mueran todos de hambre. Suplico a su
señoría que me mande dineros, pues, aunque mucho me dé, será para servir a
vuestra señoría y hacerle príncipe, aunque el Rey, el Papa y el Turco no lo
quieran, y quedará memoria de este vuestro criado (no hay la menor duda de
que aquello era un golpe contra la Corona)". Después le da consejos
sobre los capitanes que debe nombrar, todos bajo el mando del maestre de campo
Fancisco de Carvajal, quien, paradójicamente, como sabemos, será el que le
quite la vida por haber tratado de huir, asustado ante una derrota que parecía
segura (pero no lo fue), en la batalla de Huarina.
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