(637) Estaba eufórico Gonzalo Pizarro con su entrada triunfal en Lima,
pero no le faltaron disgustos: "El capitán Diego Gumiel, que hasta
entonces había sido muy apasionado a favor de Gonzalo Pizarro, le negó, y le
dio por hablar mal de él, porque le había pedido un repartimiento de indios
para un amigo suyo y no se lo concedió. También hablaba mal de los oidores,
diciendo que le habían quitado al hijo del Marqués Don Francisco Pizarro la
gobernación, al cual le correspondía por herencia de su padre y por cédula de
Su Majestad, dándosela a quien no le pertenecía. Gonzalo le mandó al maese de
campo que lo pusiese en silencio. Se lo dijo, no con intención de que lo
matase, pero como Francisco de Carvajal no tenía necesidad de espuelas para
semejantes cosas, después de hacer sus averiguaciones, viendo su atrevimiento y
desvergüenza, fue a la posada del capitán Gumiel, y le dio garrote, y,
sacándolo fuera para ponerlo en la plaza, salió diciendo. 'Hagan sitio,
señores, al capitán Diego Gumiel, que ha jurado no hacerlo otra vez'. Y así
acabó el pobre Gumiel por mucho hablar, que siempre suele ser dañoso".
A pesar de lo cual, se impuso en la ciudad de Lima un ambiente de
alegría y festejos. Hasta se acostumbraba a hacer en esas ocasiones debates de
frases ingeniosas con réplicas punzantes, sin duda con asistencia de un
numeroso público. Sería digno de ver a aquellos soldados, tan acostumbrados a
las tragedias y los sufrimientos, dando rienda suelta a sus ganas de disfrutar
libremente en ocasiones especiales. Momentos en los que olvidarían, o
reprimirían, los negros pensamientos que formaban parte de su vida diaria,
siempre amenazada por la muerte. Esa alegría colectiva despertó la generosidad
(y sensatez) de Gonzalo Pizarro: "Con el regocijo común que todos tenían,
mandó soltar a los vecinos del Cuzco que se le habían huido cuando él salió de
aquella ciudad, y que los había apresado Carvajal. Dio un perdón general para
todos los que no le habían seguido, menos para el licenciado Carvajal y
Garcilaso de la Vega. También mandó Gonzalo Pizarro que nadie saliese de la
ciudad sin licencia suya. Rodrigo Núñez de Prado y Pedro de Prado murieron por
ello, ya que se hicieron sospechosos de que la pedían para huir. De manera que ni hubo en aquellos días
regocijos sin muertes, ni muertes sin regocijo de unos y pesar de otros, porque
en las guerras civiles todo cabe".
Al licenciado Carvajal no le concedió el perdón Gonzalo Pizarro porque,
siendo muy amigo suyo, le había dado la espalda. En el tema de Garcilaso de la
Vega, como el cronista Inca Garcilaso era hijo suyo, se siente obligado a
rectificar lo que, según él, fue mal contado por otros cronistas: "Aclarando
lo que pasó entonces en la Ciudad de los Reyes, digo que Francisco de Carvajal
prendió a la mayoría de los vecinos que se huyeron de Gonzalo Pizarro,
pero no prendió a Grcilaso de la Vega
como lo cuentan los historiadores, porque aquella noche, cuando Carvajal llamó
a su puerta para prenderle, salió a abrirle un soldado llamado Hernando Pérez
Tablero, natural de la villa del Almendral, hermano de leche de Don Alonso de
Vargas, mi tío, hermano de mi padre".
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