miércoles, 4 de marzo de 2020

(Día 1047) Carvajal, con una ironía atroz, mató al imprudente capitán Diego Gumiel. Gonzalo Pizarro concedió un perdón general, y se hicieron festejos. Sebastián Garcilaso de la Vega se escondió para que no lo apresasen.


     (637) Estaba eufórico Gonzalo Pizarro con su entrada triunfal en Lima, pero no le faltaron disgustos: "El capitán Diego Gumiel, que hasta entonces había sido muy apasionado a favor de Gonzalo Pizarro, le negó, y le dio por hablar mal de él, porque le había pedido un repartimiento de indios para un amigo suyo y no se lo concedió. También hablaba mal de los oidores, diciendo que le habían quitado al hijo del Marqués Don Francisco Pizarro la gobernación, al cual le correspondía por herencia de su padre y por cédula de Su Majestad, dándosela a quien no le pertenecía. Gonzalo le mandó al maese de campo que lo pusiese en silencio. Se lo dijo, no con intención de que lo matase, pero como Francisco de Carvajal no tenía necesidad de espuelas para semejantes cosas, después de hacer sus averiguaciones, viendo su atrevimiento y desvergüenza, fue a la posada del capitán Gumiel, y le dio garrote, y, sacándolo fuera para ponerlo en la plaza, salió diciendo. 'Hagan sitio, señores, al capitán Diego Gumiel, que ha jurado no hacerlo otra vez'. Y así acabó el pobre Gumiel por mucho hablar, que siempre suele ser dañoso".
     A pesar de lo cual, se impuso en la ciudad de Lima un ambiente de alegría y festejos. Hasta se acostumbraba a hacer en esas ocasiones debates de frases ingeniosas con réplicas punzantes, sin duda con asistencia de un numeroso público. Sería digno de ver a aquellos soldados, tan acostumbrados a las tragedias y los sufrimientos, dando rienda suelta a sus ganas de disfrutar libremente en ocasiones especiales. Momentos en los que olvidarían, o reprimirían, los negros pensamientos que formaban parte de su vida diaria, siempre amenazada por la muerte. Esa alegría colectiva despertó la generosidad (y sensatez) de Gonzalo Pizarro: "Con el regocijo común que todos tenían, mandó soltar a los vecinos del Cuzco que se le habían huido cuando él salió de aquella ciudad, y que los había apresado Carvajal. Dio un perdón general para todos los que no le habían seguido, menos para el licenciado Carvajal y Garcilaso de la Vega. También mandó Gonzalo Pizarro que nadie saliese de la ciudad sin licencia suya. Rodrigo Núñez de Prado y Pedro de Prado murieron por ello, ya que se hicieron sospechosos de que la pedían para  huir. De manera que ni hubo en aquellos días regocijos sin muertes, ni muertes sin regocijo de unos y pesar de otros, porque en las guerras civiles todo cabe".
     Al licenciado Carvajal no le concedió el perdón Gonzalo Pizarro porque, siendo muy amigo suyo, le había dado la espalda. En el tema de Garcilaso de la Vega, como el cronista Inca Garcilaso era hijo suyo, se siente obligado a rectificar lo que, según él, fue mal contado por otros cronistas: "Aclarando lo que pasó entonces en la Ciudad de los Reyes, digo que Francisco de Carvajal prendió a la mayoría de los vecinos que se huyeron de Gonzalo Pizarro, pero  no prendió a Grcilaso de la Vega como lo cuentan los historiadores, porque aquella noche, cuando Carvajal llamó a su puerta para prenderle, salió a abrirle un soldado llamado Hernando Pérez Tablero, natural de la villa del Almendral, hermano de leche de Don Alonso de Vargas, mi tío, hermano de mi padre".

     (Imagen) Vuelvo a hablar de ALONSO DE CAMARGO ya que acabamos de ver cómo y por qué murió. Le dediqué recientemente una imagen, pero no estará de más añadir algunos detalles que dejé al margen. Nació hacia el año 1500 en Trujillo, aunque de ascendencia cántabra. Como ya sabemos, el obispo de Plasencia Gutierre de Vargas Carvajal financió un arriesgado viaje hacia la zona de Chile a través del Estrecho de Magallanes. Alonso se encargó en Sevilla de preparar las naves. Iba a bordo Francisco de Camargo, pariente suyo y hermano del obispo, y, como jefe de la expedición, Francisco de Ribera. El viento huracanado convirtió el paso del estrecho en un infierno. Una nave se tuvo que volver y otras dos naufragaron; muchos se ahogaron, entre ellos Ribera, y se extendió el rumor de que algunos alcanzaron las costas de Patagonia, lo que dio origen al mito de que se habían establecido en una zona tan rica, que evitaron las visitas. Durante siglos fue buscada sin éxito. Uno de los que quiso ir, pero no pudo, fue, como vimos, Hernán Mejía de Miraval. Logró Alonso de Camargo pasar el estrecho (convirtiéndose en el segundo que lo hizo), y descubrió el archipiélago Chiloé. Los chilenos (sin problemas para reconocer los méritos de los españoles) le han dedicado a Alonso de Camargo una calle en Santiago de Chile. Después consiguió llegar al puerto de Arequipa y abandonó para siempre la vida marinera, quizá por el horror vivido. Pero se iba a meter, como soldado, en otra aventura igualmente terrorífica: las guerras civiles de Perú. Participó, y venció, en la guerra de Chupas contra lo almagristas. Pero luego cometió el error de unirse al rebelde Gonzalo Pizarro, probablemente porque eran los dos de Trujillo y de edad parecida. Lo peor fue que tuvo como jefe militar a Francisco de Carvajal, tan intratable y déspota, que Alonso y otros compañeros planearon matarlo. Poco después, Francisco de Carvajal le contaba a Gonzalo Pizarro (nunca se sabrá cómo se lo tomó), en una de sus sádicas cartas, que había apresado, ahorcado y hecho cuartos a ALONSO DE CAMARGO. Era el año 1546.



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