(647) Pero
el temible perseguidor del virrey era incansable: "Francisco de Carvajal,
que no dormía, llegó a las cuatro de la madrugada adonde estaban, e hizo tocar
su trompeta. El virrey se levantó como mejor pudo, y, poniéndola en orden,
volvió al camino que llevaba. Carvajal, que iba en pos de él, prendió a algunos
de los que se quedaban por falta de caballos". Al conocer lo que pasó,
algunos capitanes que no simpatizaban con Carvajal le dijeron a Gonzalo Pizarro
que fue un gran error que alertara al virrey tocando la trompeta. Sin embargo,
Inca Garcilaso, con toda la razón, va a subrayar la enorme valía que, como
militar, ostentaba: "Le hablaron mal de Carvajal, por la pasión que contra
él tenían, asegurando que, al estar los enemigos tan descuidados, habría podido
degollarlos si no los hubiera alertado. Y también los cronistas lo culpan de
eso. Pero yo, que le conocí, oí a muchos que sabían de milicia decir que, desde
Julio César para acá, no había habido otros soldados como Francisco de Carvajal,
que no quería aventurar su empresa. Los mismos cronistas cuentan que el virrey
llevaba ciento cincuenta hombres, y, él, no más de cincuenta. Por eso dijo que,
a los enemigos que huyen, hay que hacerles puente de plata. Gonzalo Pizarro le
envió después socorro de doscientos hombres, con los cuales fue apretando al
virrey hasta Ayahuaca, ganándole siempre parte de la gente. Para entonces, el
virrey apenas tenía ochenta hombres".
La huida
del virrey con su gente hacia Quito fue un calvario, por ir sumamente cansados
y faltos de alimentos. Se comían los caballos que desfallecían: "Lo mismo
les acaeció a Gonzalo Pizarro y a los suyos, que padecieron tanta o más hambre
que los del virrey, pues Blasco Núñez, por dondequiera que iba, ponía mucha
diligencia en no dejar cosa de la que Gonzalo Pizarro pudiese aprovecharse.
Carvajal mató a algunos de los principales que prendió en esta persecución, que
fueron Montoya, Briceño, Rafael Vela y un tal Balcázar. Gonzalo Pizarro (No
hay que olvidar que también iba tras el virrey, pero más lentamente) envió
más socorro a los suyos con el capitán Juan de Acosta, que llevó sesenta
hombres con los mejores caballos que tenían. Como hombre que iba de refresco,
acosaba mucho al virrey, el cual caminaba de día y de noche con la poca gente
que le había quedado".
Su gente
estaba desesperada, maldiciendo el día en que habían llegado a aquella tierra.
Hicieron un alto para poder dormir, y de nuevo se despertaron sobresaltados.
Casi todos pudieron huir, pero el virrey empezó a perder la serenidad: "Juan
de Acosta, al amanecer, arremetió contra ellos, tomando parte de la gente. El
virrey escapó con unos setenta hombres. Llegando a Calva, y, porque sus
capitanes Jerónimo de la Serna y Gaspar Gil se adelantaron, sospechó que iban a
quebrar un paso por el que habían de pasar. Y, como ya había tenido otras
sospechas de que se querían reconciliar con Gonzalo Pizarro, determinó
quitarles la vida, y luego lo puso por obra, haciéndoles dar garrote y
degollarlos".
(Imagen) Nos
despediremos de HERNANDO BACHICAO con la última carta (la quinta) que le envió
a Gonzalo Pizarro. Está fechada en Luisa, como la anterior, y solamente un día
después, el 25 de junio de 1545. Por lo que cuenta, se ve que coincide en el
tiempo con la persecución que le están haciendo los gonzalistas al virrey, en
su huida hacia Quito. Faltan todavía casi seis meses hasta el fatídico 18 de
junio de 1546, día en el que acabaron con la vida del virrey Blasco Núñez Vela.
En esta carta, como en las demás, muestra Bachicao su tono fanfarrón y exagerado,
con una mezcla de autosuficiencia y descarado peloteo a Gonzalo. Se atreve a
decirle que ha acertado en todo, menos en una cosa: "Sé que no fue culpa
de vuestra señoría, pues me aprecia como a su hermano Hernando Pizarro, sino de
la bellaca envidia de algunos de vuestros consejeros, pues, si vuestra señoría
me hubiera dejado ir por La Culata cuando se lo volví a pedir, yo ya le habría
atravesado con las picas al virrey Blasco Núñez y a sus seguidores. Crea
vuestra señoría que, desde que el mundo es mundo, no se han juntado quinientos
hombres de infantería tan buenos como los que yo traigo. Cuando llegué a Luisa,
hacía tres días que el virrey había pasado con unos ochenta de a caballo (en
su huida hacia Quito). Algunos de sus hombres, a los que apresé, me dijeron
que había matado a Ocampo, a Serna y a Gaspar Gil (por dudosas sospechas de
traición; lo veremos enseguida). Iré a Quito con seiscientos hombres, y no
le dejaré reposar al virrey, aunque se vaya a Buenaventura, a los montes o a
Cartagena. Para que quede memoria que a otros sirva de escarmiento, pienso
ahorcar a treinta vecinos, porque es de Quito desde nos han hecho la guerra. Yo
haré la guerra como se debe hacer. Deje vuestra señoría a los filósofos, e tome
consejo de su maestre de campo (Carvajal), para que nos demos tal maña,
que gocemos de lo que hemos trabajado". Ironías de aquella vida: Carvajal,
con la conformidad de Gonzalo, ejecutará luego a alguien que se parecía mucho a
él, HERNANDO BACHICAO.
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