(654) Vimos que Francisco de Carvajal,
contra lo que suponía Diego Centeno, tenía asegurada la adhesión de todos sus
soldados, y le hizo huir nerviosamente. Nos dice Inca Garcilaso: "Carvajal
caminó a toda furia tras él, recorriendo hasta quince leguas por día, diciendo
a sus hombres que, con las picas arboladas, iban a destruir a su enemigo (como
así lo hicieron)". El acoso de Carvajal en la persecución era tan intenso
y a tan corta distancia, que Centeno se veía obligado a enfrentarse a él con
algunos de los suyos en sitios
estrechos, para que el resto de su tropa, que avanzaba más lenta, pudiera
alejarse de los hombres de Carvajal. Y así, una y otra vez: "A muchos de
los de Diego Centeno les oí decir que, tras descansar apenas cinco horas, ya
veían asomar las picas arboladas, y parecía que no las traían hombres, sino
demonios".
Cuenta luego Inca Garcilaso lo que le
ocurrió a un arcabucero de Centeno cuyo nombre no recuerda: "No
considerando bien el peligro que corría, se apeó de su yegua. Se puso tras un
peñasco, y acertó a matar un buen caballo que corría delante de Carvajal.
Cuando iba a escapar el pobre arcabucero, se le huyó la yegua por el trueno del
disparo, de manera que el buen soldado quedó desamparado. Se lo llevaron preso
a Carvajal, el cual, enfadado por la resistencia tan valerosa que sus
contrarios le hacían y por el atrevimiento de aquel soldado, mandó que (para
darle mayor tormento que una muerte leve), desnudo en cueros, como nació, lo
dejasen en un lapachar (terreno muy húmedo) que allí había, al gran frío
de aquella tierra. De esta forma tan rigurosa y cruel pasó el pobre soldado la
noche, pidiendo a gritos misericordia.
Cuando llegó el día, se pensó que Carvajal tendría por suficiente
castigo lo pasado, pero mandó darle garrote. Y ciertamente, tengo para mí que
fue la mayor de sus crueldades". Esta vez, a Inca Garcilaso no le queda más remedio que ver en su
comportamiento pura maldad, porque era un sadismo gratuito. Aquello ni siquiera
sirvió como escarmiento para los enemigos, porque no fueron testigos de su
salvajada. Fue un miserable desahogo por verse en dificultades para deshacer la
tropa de Centeno.
Seguro que el psicopático Carvajal se puso
en marcha sin el menor remordimiento, para continuar su persecución: "Los
de Diego Centeno no podían sufrir el trabajo que de día y de noche pasaban.
Enflaquecieron mucho, así como sus caballos. Carvajal apresaba a todos los que
podía alcanzar, y, a los que eran más notorios, los mataba sin perdonar a ninguno. A los que no lo eran
tanto, los perdonaba por ruego de los suyos".
Luego dice el cornista que hubo un soldado
que se burló de Carvajal, lo que no deja de tener mérito ante tamaño dictador.
El caso es que, al margen de que tenía sentido del humor (aunque casi siempre
siniestro), a veces también era complaciente con sus soldados, sobre todo con
los que se le unían careciendo casi de todo, pues procuraba equiparlos. Hubo
uno al que le dio una yegua, pero era lenta, y el soldado iba siempre rezagado,
protestando de la cabalgadura. Le dio tanto la lata a Carvajal, que, ya harto,
se la cambió por una magnífica mula. Fue tan buena, que el tramposo soldado
huyó como una exhalación con ella en sentido contrario, para unirse a grupos
enemigos de Gonzalo Pizarro. Si la anécdota ha pervivido, será porque a todo el
mundo le agradó que le tomaran el pelo al despótico Carvajal.
*(Imagen) Aunque me desvíe un momento de lo que nos cuentan ahora los cronistas,
merece la pena que hable del peruano MANUEL DE MENDIBURU BONET. Ha sido una
gran sorpresa tropezar con este personaje, de alguna manera parecido a Marcos
Jiménez de la Espada, otro apasionado de la historia de los conquistadores
españoles y de la vida aventurera (a quien le dediqué anteriormente una
imagen). Mendiburu nació en Lima el año 1805, y, dadas sus cualidades, podría
haber sido uno más de los grandes capitanes de aquellas guerras civiles
peruanas del siglo dieciséis que ahora estamos conociendo, pues ya lo fue
intensamente en las del siglo diecinueve. Con solo dieciséis años, Mendiburu
participó en las batallas de independencia contra España, alcanzando el grado
de capitán. Lo cual no le impidió escribir con objetividad y admiración sus
reseñas de los cientos de españoles que aparecen en los ocho tomos de su
maravilloso DICCIONARIO HISTÓRICO-BIOGRÁFICO DEL PERÚ. Por haber fallecido el
año 1885, no pudo consultar estudios históricos posteriores, pero la
información que aporta es de una gran riqueza. Lograda la victoria contra
España, siguió luchando en las guerras que luego enfrentaron a los países
independizados, y, más tarde, en conflictos internos peruanos, siempre al
servicio de la legalidad. También como político demostró un nivel de
competencia muy alto en todos sus cargos. En Perú, fue Presidente del Consejo
de Ministros, Ministro de Guerra y Marina, y Ministro de Hacienda y Comercio
sucesivamente. Sus ochenta años de vida fueron sumamente fructíferos, y uno se
pregunta cómo le dio tiempo para, aprovechando 'los ratos libres', publicar tan
extensas y brillantes obras. Aunque en su asombroso Diccionario Histórico
Biográfico del Perú habla también, lógicamente, de personajes posteriores a la
independencia y a la desaparición de los virreinatos, la mayor parte del
'inacabable' texto está dedicada (sin olvidarse tampoco de los emperadores
incas) a las aventuras y desventuras de los españoles. Tenemos, pues, con él,
una deuda de agradecimiento.
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