miércoles, 25 de marzo de 2020

(Día 1065) Gonzalo Pizarro suspendió su persecución al virrey y decidió descansar en Quito. Allí saboreó sus triunfos, pero siguió tomando precauciones. Les envió a los panameños una carta de disculpas por los abusos que había cometido Bachicao.


     (655) Mientras Francisco de Carvajal continuaba persiguiendo a Diego Centeno, ocurrían otras cosas en Quito: "Aunque su gente iba cansada y sin comida, Gonzalo Pizarro tenía tantas ansias de acabar con el virrey, que no cesaba de seguirle día y noche. Sus enemigos estaban en alerta. Dormían vestidos y tenían siempre los caballos cogidos del cabestro. Era tanta la prisa con la que se retiraba el virrey, que llevaba consigo unos ocho buenos caballos, y, si se le cansaba alguno, lo mataba para que sus contrarios no se aprovecharan de él. En este camino, se juntó Gonzalo Pizarro con el capitán Bachicao, que venía de Panamá con  trescientos cincuenta hombres, veinte navíos y mucha artillería, y había desembarcado en la costa, en el punto más cercano a Quito.De esta manera, pudo tener Gonzalo Pizarro en su campo más de ochocientos hombres, entre los que estaban los más importantes de aquellas tierras. Allí supo Gonzalo Piarro (ya llegado a la ciudad de Quito) que el virrey estaba a cuarenta leguas de distancia, en la ciudad de Pasto, situada en la gobernación de Belalcázar, y determinó irlo a buscar. Salió a gran prisa de la ciudad, hasta llegar a Popayán, pero, habiendo ido a veinte leguas más allá de Pasto, decidió volverse a Quito porque aquella tierra estaba muy despoblada y falta de comida. Además, ya había ido tras el virrey desde la villa de La Plata, recorriendo en total, hasta Pasto, más de mil leguas".
     Ya de vuelta Gonzalo Pizarro en la ciudad de Quito, se dedicó a saborear los triunfos que había tenido y a fantasear otros mayores: "Estaba tan soberbio con tantas victorias que había tenido, que comenzó a decir palabras de desacato contra Su Majestad, diciendo que le había de dar la gobernación el Perú voluntariamente o a la fuerza. Así residió algún tiempo en la ciudad de Quito, haciendo cada día grandes recocijos, fiestas y banquetes, sin tener noticias del virrey". Unos y otros daban opiniones distintas sobre lo que estaría tramando. Se hablaba de que quizá quisiera controlar la zona de Panamá, o de que estuviera esperando en Popayán órdenes del Rey, para lo que podría tener intención de reclutar gente. Todo era muy dudoso, pero decidieron tomar precauciones: "Les pareció a Gonzalo Pizarro y a sus capitanes que convenía apoderarse de la zona de Panamá para tener controlado el paso de cara a lo que pudiese ocurrir. Y así, para impedir al virrey que fuera allá, se ordenó que regresara  la armada que había traído Hernando Bachicao, yendo con el cargo de general de ella Pedro de Hinojosa, que había sido camarero de Gonzalo Pizarro, con hasta doscientos cincuenta hombres, el cual partió enseguida".
     Pero hacía falta pedir disculpas oficiales a los panameños por las barbaridades que Hernando Bachicao había hecho anteriormente en aquellos parajes costeros (ya que vimos que lo contaba en sus cartas): "Gonzalo Pizarro mandó desde Puerto Viejo en un navío al capitán Rodrigo de Carvajal hacia Panamá con unas cartas suyas, en la que rogaba a los vecinos de aquella ciudad que favoreciesen sus cosas, diciéndoles también que enviaba aquella armada para compensarlos por los robos y desafueros que Hernando Bachicao les había hecho, pues habían sido muy en contra de su voluntad".

      (Imagen) Aquellos brutales y casi suicidas españoles que estuvieron enzarzados en las guerras civiles de Perú conservaban mucho del espíritu aventurero y hambriento de gloria de los tiempos medievales. Entre los capitanes de Gonzalo Pizarro estaba Antonio de Quiñones, y, en la imagen que le dediqué, mencioné a su mítico antepasado SUERO DE QUIÑONES. Tengo un amigo llamado PABLO ARRIBAS BRIONES. Los dos formamos parte de la menesa ASOCIACIÓN DE AMIGOS DEL MONASTERIO DE TARANCO, fundado el año 800; en un documento posterior, que da fe del hecho, figura la palabra CASTILLA. Pablo escribió un extraordinario libro titulado 'Pícaros y Picaresca en el Camino de Santiago', y, como su trabajo es exhaustivo, cuenta que, el año 1434, SUERO DE QUIÑONES llevó a cabo el hecho de armas caballeresco más sonado en toda la historia del Camino. Tras pedirle licencia al rey Juan II, y serle concedida, Suero cumplió su compromiso de "estar, por un rescate de amor, con otros nueve caballeros, en el puente de Hospital de Órbigo (León) durante treinta días, hasta romper, sin escudo, trescientas lanzas". La 'machada' tenía más mérito por la osadía de prescindir del escudo. El compromiso de romper trescientas lanzas que hicieron los diez temerarios, luchando con los más selectos caballeros que habían de cruzar el puente en su peregrinación, se lo impuso el enamorado Suero porque estaba preso de amor por una dama desconocida. Se convirtió, además, en un espectáculo, porque Suero organizó una gran fiesta y se celebraron banquetes que prepararon los mejores cocineros del reino, pagándolos él. Hasta el Rey le pestó a su trompetero mayor. Un pregonero avisaba a los peregrinos: "¡Ahí está el paso honroso mantenido por mi señor, Don Suero de Quiñones". Hubo  caballeros, algunos llegados de lejanos países utilizando aquella gran ruta de Europa, que se quejaron ante el Rey porque Suero y los suyos les retaban al desafío. Pero la hazaña se hizo realidad, y ha quedado recordada para siempre como la del PASO HONROSO DEL PUENTE DE ÓRBIGO.





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