(652) Alonso de Toro y Francisco de
Carvajal eran dos extraordinarios capitanes con carácter muy difícil, y el
primero no soportaba que el segundo le hubiese arrebatado su puesto:
"Alonso de Toro emulaba a Carvajal porque Gonzalo Pizarro, por cierta
enfermedad que Alonso tuvo, le quitó el cargo de maese de campo, y se lo dio a
Carvajal. Apenas había llegado a Lima Carvajal, cuando se enteró de que Diego
Centeno había salido de las montañas, y de que, persiguiendo a Alonso de Toro,
había apresado a más de cincuenta de sus hombres. Quiso por ello ir tras
Centeno, aunque sin pasar por el Cuzco, pero los de esta ciudad le escribieron
diciéndole que no la despreciara, ya que era la cabeza del imperio. Carvajal
hizo lo que le pidieron, sobre todo
porque así podría tener más gente para su tropa. En el Cuzco se encontraron él
y Alonso de Toro con recelo, temor y sospecha el uno del otro, pero no hubo en
público cosa alguna. Al día siguiente, prendió Carvajal a cuatro vecinos del
Cuzco y, sin dar cuenta de ello a Alonso de Toro, los ahorcó porque eran
partidarios suyos, de lo que su rival quedó aún más quejoso". Se supone
que lo hizo como castigo por desacato a su autoridad, que era, por debajo de
Gonzalo Pizarro, la máxima en su ejército.
El temible Carvajal (que entonces ya tenía
más de setenta años) había conseguido, con la incorporación de gente nueva en
el Cuzco, formar una tropa de cien hombres de a caballo y doscientos de a pie.
Siempre tan rápido en sus acciones, salió del Cuzco y fue al encuentro de Diego
Centeno, quien, viéndolo cerca, le plantó cara con solo ochenta hombres, pensando
que, dada la retorcida catadura de Carvajal, muchos de los suyos estarían
dispuestos a abandonarlo.
Al contar lo que pasó después, Inca
Garcilaso, sorprendentemente, hace una justificación y un elogio del
comportamiento de Carvajal que parecen excesivos, aunque, sin duda, tenía
grandes cualidades: "Pero Diego Centeno se halló burlado de sus
imaginaciones, porque Carvajal puso en buen orden a su gente, que no estaba tan
descontenta como se decía, pues, si lo estuviera, no sería posible que un
hombre solo resistiera, para que no se le fueran, a trescientos que llevaba.
Los autores le dan el nombre de malquerido a Carvajal, diciendo que trataba mal
a su gente, pero los hechos tan grandes que ellos mismos cuentan de él, hablan
de qué manera los trataba, pues le ayudaban a hacer cosas tan extraordinarias.
No se puede negar que fue cruel, pero no contra los de su bando, sino con sus
enemigos, y no con todos, pues lo hacía solamente con los que él llamaba
pasadores y tejedores, porque andaban pasándose de un bando al otro, como
lanzaderas en un telar. Más adelante volveremos a hablar de Francisco de
Carvajal, que fue un bravo hombre de guerra y mostró bien haber sido soldado
del Gran Capitán Gonzalo Fernández de Córdoba, Duque de Sessa (Italia),
y de los demás capitanes de su tiempo. Diego Centeno, viendo que, en contra de
lo que había imaginado, nadie abandonaba a Francisco de Carvajal, se retiró con
el mismo orden que siempre guardó en todos los enfrentamientos que tuvo con
este enemigo suyo, hasta que acabaron con él".
(Imagen) El cronista PEDRO
GUTIERREZ DE SANTA CLARA redactó una gran obra, pero ha dejado poco rastro
biográfico. Fue hijo de un capitán que luchó en México, y quizá naciera en
aquellas tierras. Según cuenta en su crónica, conocida como QUINQUENIOS, ya
estaba en Perú el año 1543, cuando, como ahora vemos, Gonzalo Pizarro se
dirigía a Lima para enfrentarse al virrey. Aunque algunos dudan de su
fiabilidad, no le he pillado en ninguna invención. Y así, por ejemplo, sospeché
que 'patinaba' al creer que daba por vivo al trágico Pedro de Lerma cuando ya
había muerto, pero no se equivocaba: se refería a un hijo suyo con el mismo
nombre. Por otra parte, el gran historiador peruano Raúl Porras Barrenechea
(entre otros) aprecia en gran medida su obra. Y el máximo certificado de
garantía lo tiene porque, quien le encargó escribirla, fue LORENZO DE ALDANA,
caracterizado por su sensatez, y de quien fue su secretario. Quizá, por estar a
su servicio, inclinara sus juicios a su favor, pero los hechos que cuenta son
inapelables. Tiene una virtud que, a veces, le perjudica: su valía como
escritor dio a luz una crónica demasiado extensa. Con frecuencia pone en boca
de los protagonistas discursos por él ampliados literariamente (sin faltar a la
verdad del contenido), pero eso lo hacían todos los cronistas. Seguiremos los
hechos de la manita de Inca Garcilaso de la Vega, pero añadiendo comentarios de
Santa Clara que completan la narración con datos interesantes. Además de
escritor, fue soldado, y tuvo un recorrido sorprendente. Estuvo al servicio del
virrey, pero, cuando fue asesinado, se incorporó a las tropas del rebelde
Gonzalo Pizarro, luchando bajo las órdenes del terrible Francisco de Carvajal.
Quizá fuera entonces cuando Lorenzo de Aldana lo nombró secretario suyo, pero,
siendo los dos igualmente prudentes (o también oportunistas), terminaron por
abandonarle y pasarse al bando del gran Pedro de la Gasca, poco antes de que
Gonzalo fuera derrotado y ejecutado. PEDRO GUTIÉRREZ DE SANTA CLARA regresó
después a México, sin que se sepa cuándo falleció.
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