(514) Al ver esfumados sus sueños, Almagro el Viejo y sus tropas
quedaron totalmente frustrados, y, además, rabiosos por entender, con bastante
razón, que Pizarro les había engañado. Se decidió resolver el pleito a las
bravas. Derrotados después los almagristas, cayeron en la miseria y el
desprecio. Mataron a Pizarro para hacerse con el poder, pero era una victoria
pírrica, condenada al fracaso, especialmente porque resultaba imposible
triunfar contra la Corona. En el fondo de su alma, tenían que saber que, aunque
seguían luchando, su destino era el despeñadero.
En consonancia con lo que acabo de decir, también Cieza pone de relieve que
la indisciplina y la brutalidad eran más intensas en las tropas de los
almagristas, pero él lo atribuye principalmente a un designio de Dios: “Como ya
se acercaba el tiempo en el que el campo de Chupas (la inminente guerra)
con sus laderas había de recoger la noble sangre española, y el bando de los
Almagro había de tener fin, era necesario para su destrucción, y para que las
exequias del Marqués Pizarro fuesen rememoradas, que la emulación y la
malquerencia acabasen de matar a los principales capitanes de los almagristas,
facilitando el triunfo de los pizarristas, pues, habiendo ya muerto Francisco
de Chávez y Juan de Rada, con la ponzoña que dicen que Juan Balsa le dio (en
un comentario que ya vimos, Cieza lo consideraba un simple rumor), no
quedaban ahora más que Cristóbal de Sotelo y García de Alvarado, y, para que
estos también acabasen como los demás, se guió de esta manera”.
Veamos, pues, la tragedia: “García de Alvarado, que era animoso, y venía
muy soberbio de Arequipa y con muchos dineros robados, sintiendo que Sotelo
fuese más importante que él y siempre superior
a todos, tomó amistad, fingida o verdadera, con muchos que habían sido
soldados del capitán Francisco de Chávez, y que estaban mal contra Sotelo
porque decían que por su causa había sido matado. Los atraía a su voluntad para
aprovecharse de ellos cuando se viese en necesidad, y al mismo Don Diego de
Almagro el Mozo lo tenía en poco. Le gustaba tratar de Sotelo afeando sus
cosas, e los cómplices que tenía en este negocio eran Rodrigo Núñez, que había
sido maese de campo del Adelantado Diego de Almagro, hombre de no mucho saber y
poco consejo, Martín Carrillo, Juan Rodríguez Barragán y otros muchos”.
Sotelo se enteró de que algo tramaban, pero disimuló su preocupación.
Además dio la casualidad de que entonces enfermó seriamente: “Se sintió con
mala disposición de unas calenturas, de las que echó por la parte inferior una
culebra o lombriz de más de una braza. Don Diego, los capitanes y los vecinos
de la ciudad le iban a visitar, haciendo lo mismo muchos soldados amigos suyos.
Hablando con algunos de ellos, dijo que
no tenía en nada a cuantos Alvarados había habido o había. No tardó mucho en
saberlo García de Alvarado, tomó intención dañada contra Sotelo y determinó
matarlo”.
Luego se produjo algo extraño. García de Alvarado se dirigía con otros a
visitar a Sotelo. Era una pamema, pero difícil de disimular porque no tenía más
que un fin lógico. Por el camino se encontraron con Juan Balsa y le invitaron a
ir con ellos. Estuvo de acuerdo, pero se diría más bien que Balsa era otro de
los implicados, aunque pareció proteger a Sotelo.
(Imagen) JUAN BALSA llegó muy joven a Perú, y estuvo siempre muy ligado
a Diego de Almagro, primero como criado suyo, y luego luchando con él en la
terrible aventura de Perú y en el enfrentamiento contra Pizarro. Se ganó la
total confianza de Almagro, figurando como albacea de su testamento, en el que
estableció como curadores de su hijo, Almagro el Mozo, a él y a Juan de Rada.
Fue almagrista inquebrantable hasta su muerte, a manos de los indios, el año
1542, cuando huía de la derrota sufrida en la batalla de Chupas, tras la que
fue ejecutado Almagro el Mozo. Convendrá añadir algunos datos a lo que ya vimos
anteriormente sobre él, porque pronto será protagonista de hechos dramáticos,
en los que se mostrará como una persona
manipuladora y astuta, absolutamente fiel a Almagro el Mozo, pero capaz de hacer
un doble juego con algunos compañeros de armas, a veces, justificado. Hay una
situación anterior que quizá pudiera haber evitado la muerte de Pizarro y las
guerras que trajo como consecuencia. Dos años antes de su asesinato, Pizarro
impidió que Diego de Almagro el Mozo, Juan de Rada y Juan Balsa vinieran a
España. Sabía que tenían la intención de darle al Rey su propia versión del
asesinato de Almagro. No se imaginaba Pizarro que iba a ser mucho peor el
remedio que la enfermedad. Para anular la prohibición de Pizarro, solicitaron directamente
el permiso al Rey, y lo obtuvieron, pero en abril de 1541, cuando ya estaba en
marcha, de forma imparable, la conspiración que acabó con el asesinato de
Pizarro dos meses después. Así estaba encabezado el permiso: “Real Cédula de
Don Carlos a Francisco Pizarro, por la que le manda que dé licencia de dos
años, para venir a España, a Diego de Almagro, Juan de Rada y Juan Balsa, hijo
y curadores del Adelantado Diego de Almagro”. Demasiado tarde. Cieza diría que
“Dios lo quiso”.
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