(503) Cieza comenta que hubo un incidente entre Perálvarez Holguín y
Gómez de Tordoya (casualmente, morirán juntos en la batalla de Chupas),
que terminó bien, pero no sabemos si más
adelante tendrá repercusiones. Se encontraban los dos en la zona de Guaraz, y
les llegaron allí algunos comentarios: “Se habló de que Vaca de Castro y todos
los que venían con él decían que la gloria de lo que se había hecho en el Cuzco
y en las Charcas se debía dar a Gómez de Tordoya y a nadie más. Aunque Tordoya
oía esto, como era cuerdo e desease servir al Rey, no se fijaba en ello.
Perálvarez era de otra condición, e mostró pesarle oír semejantes pláticas. Y,
para encenderle en más ira, sus amigos le pedían que le echase del campamento.
Luego, sin consideración, Perálvarez le mandó al capitán Castro que prendiese a
Tordoya. Y Castro fue una mañana a su aposento, acompañado de soldados, e hizo
lo que le fue mandado. Recibió gran pena Tordoya, y, sin darlo a entender,
armado de sus armas e con sus caballos, salió de Guaraz para ir a juntarse con
Vaca de Castro, quien, al parecer, ya estaba en Trujillo”.
No tardó Perálvarez en darse cuenta de que había cometido un injusto
error. Nos aclara Cieza que le mandó al capitán Sebastián Garcilaso de la Vega
(padre del cronista Inca Garcilaso, y muy querido por los soldados) que
acompañara a Tordoya. Incluso después se disculpó ante la tropa por lo que
había hecho, y le escribió una carta a Tordoya “rogándole muy ahincadamente que
volviese, porque lo que hizo se debió a dichos de hombres apasionados, de lo
cual ya estaba arrepentido. Tordoya le respondió que le seguiría siendo buen
amigo, pero iría a encontrarse con Vaca de Castro”.
Cuenta Cieza que Vaca de Castro estaba eufórico porque constantemente le
llegaban noticias de cómo iban aumentando los refuerzos para luchar contra los
almagristas. Sabía ya que era muy importante la cantidad de “españoles muy
lucidos, y, entre ellos, muchos caballeros hjosdalgo”, que se habían puesto,
para tal fin, bajo el mando de grandes capitanes, como Alonso de Alvarado
Perálvarez Holguín, Gómez de Tordoya, Garcilaso de la Vega, Peransúrez y otros.
Tan contento estaba, que decidió quitarse de encima a alguien del que no se
fiaba, y hasta se diría que le estaba cogiendo manía: “Como no estaba
satisfecho de llevar en su compañía al Adelantado Belálcázar, habló con Lorenzo
de Aldana (el que todo lo arreglaba) para que le dijese que convenía al
servicio de Su Majestad que volviese a su gobernación para poner orden en ella,
pues estaban casi todas sus provincias en rebeldía y pendientes de conquistar”.
Belalcázar era duro de pelar, y puso pegas: “Belalcázar le respondió a Vaca de
Castro que no le mandase volverse, pues él iba a servir a Su Majestad, y sería
muy grande mengua para él retirarse de aquella manera, porque dirían que había
sido por otra razón”.
(Imagen) Estamos viendo cómo Belalcázar le inquietaba a Vaca de Castro
por su duro carácter y su carisma de jefe militar. Tuvo la osadía de dejar
escapar a Francisco Núñez de Pedroso, participante en el asesinato de Pizarro.
Esto nos trae el recuerdo de que Pedroso era gran amigo de FRANCISCO DE CHAVEZ,
el almagrista, del que ya dijimos algo. Pero convendrá añadir más detalles. Su
historial en Perú fue bastante parecido al del otro Francisco de Chávez, el pizarrista (eran parientes y los dos de
Trujillo), aunque terminaron peleando en bandos contrarios. Casi coincidieron
en la fecha de su muerte. Vimos de qué triste manera fue asesinado este último
junto a su paisano Francisco Pizarro. El almagrista, como ya sabemos, fue
estrangulado poco después por Juan de Rada en un barco y echado al mar. ¿Cómo
se explica que los almagristas prescindieran de un capitán de gran prestigio y
que tanta importancia tuvo en sus victorias? Sin duda, le perdió su carácter soberbio,
terco, cruel y también, cosa rara en aquellos tiempos, de ningún respeto a lo
religioso. Cieza le reprochó en su crónica que expulsara de la plaza de Lima,
casi a empujones, a los frailes que salían con el Santísimo para evitar que se
matara a Pizarro y a sus acompañantes (uno de los cuales era el Chávez
pizarrista). Pero la gota que rebosó el vaso fue su actitud cuando Rada le
exigió que fuera devuelta una india que había concedido a un soldado. Reaccionó
histéricamente, entregándole a Diego de Almagro el Mozo sus armas, y con
amenazas de que le pagaría la afrenta, porque nunca más lucharía a su lado. Y
le costó la vida. A la hora de morir en el barco, renunció con desprecio a
confesarse.
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