(509) Quedaron claras dos cosas: que la vistosa ceremonia refrendaba la
autoridad de Vaca de Castro como Gobernador, y que el prestigio de Alonso de
Alvarado, ya muy consolidado, se reforzó a los ojos del Rey por haber sido el
primero que, sin titubeos, le mostró una total fidelidad. Esa actitud suya tan
meritoria tenía aún más valor por el hecho de que no cayó en la tentación de
unirse a los almagristas, quienes le habían ofrecido otorgarle los máximos
honores y grandes beneficios si aceptaba.
También estaba prevista una lujosa estancia para Vaca de Castro, quien,
como nos dijo anteriormente Cieza, había sufrido un calvario por tantos
incidentes y tan largo recorrido desde su salida de España, ya que solo estaba
acostumbrado a vivir tranquilo y ocuparse únicamente de sus labores de letrado:
“Aposentaron a Vaca de Castro en un gran aposento que para él tenían hecho, y
estaba tan alegre y contento de ver que la gente que allí se encontraba
reconocía su autoridad, y de que estuviese de su parte el capitán Alonso de
Alvarado, que no lo podía encubrir”.
Ya que Perálvarez Holguín estaba tan cerca de Alonso de Alvarado, y, por
lo tanto, de Vaca de Castro, se animó a enviarle mensajeros a este, con el fin
de mostrarle que su actitud de obediencia era totalmente sincera. Uno de los
que mandó fue Peransúrez, según indica Cieza “porque le tenía por amigo muy
singular, aunque también había habido algunas puntas (roces) entre ellos,
y Vaca de Castro lo recibió muy bien”. Todo se iba tranquilizando, y se dio un nuevo
paso por consejo de los habituales mediadores: “Lorenzo de Aldana y Diego
Maldonado determinaron ir a decirle a Perálvarez Holguín que fuera a verse con
Vaca de Castro, ya que estaba tan cerca. Respondió que le contentaba y que
pronto partiría. Cuando supo el Gobernador que venía, se holgó mucho, y
salieron a recibirle algunos caballeros. Cuando Vaca de Castro vio a
Perálvarez, le mostró gran amor y voluntad, prometiéndole honrarle por lo mucho
que había servido a Su Majestad. Después de haber estado un día Perálvarez con
Vaca de Castro, se volvió a su campo, pero no muy contento, según algunos
dijeron, porque le pareció que fuera cosa justa que le hubiesen dejado el cargo
de General”.
Sin embargo, cuando, tres días después, partió Vaca de Castro con toda su gente y con Alonso de Alvarado al
mando de su propia tropa para devolverle la visita, el recibimiento que le
hicieron Perálvarez Holguín y sus hombres fue de entusiasta cordialidad: “Le
dijeron que le habían de servir con toda lealtad, y que le tendrían e
obedecerían como Gobernador en nombre del Rey. Y, tomando el capitán Perálvarez
el estandarte Real en sus manos, le dijo a Vaca de Castro que, puesto que era
Gobernador del Rey por muerte del Marqués, recibiese el Estandarte Real y las
banderas que para aquella guerra se habían alzado, debajo de los cuales se
ponían él y todos los caballeros e soldados que allí estaban. Vaca de Castro,
tomando el Estandarte Real en las manos con grandísima alegría, se lo dio a
Rodrigo de Campo, su Capitán de la
Guardia, e le respondió a Perálvarez que él se daba por entregado de las
banderas y de la gente que allí había, y que, siendo él caballero e viniendo de
tan leales predecesores como fueron sus pasados, no se esperaba menos”. Rodrigo
de Campo murió hacia 1544, y no es buena señal porque fue entonces cuando
empezó la rebeldía de Gonzalo Pizarro. Es posible que fuera víctima de los
pizarristas.
(Imagen) Se nos va a colar un veterano conquistador que, mucho después
(en 1561), pleiteará con un hijo del gobernador Cristóbal Vaca de Castro,
cuando este vivía plácidamente sus últimos años en España lleno de intensos
recuerdos, maravillosos y nefastos. Se trata de PEDRO ALONSO CARRASCO. Había
nacido el año 1509 en Zorita (Cáceres), y llegó a las Indias en 1530,
participando valientemente en los momentos culminantes que llevaron al
apresamiento y muerte de Atahualpa. Las concesiones que, por sus méritos, le
hizo Pizarro en el Cuzco, le animaron a establecer su residencia principal en
aquella ciudad. Allí resistió el duro cerco de los incas, y consta que firmó
como testigo el testamento del malogrado (y, aunque muy valioso, casi olvidado)
Juan Pizarro, quien perdió entonces la vida. Pedro luchó al servicio del
gobernador Vaca de Castro en la batalla de Chupas, que acabó con la derrota y
muerte de Diego de Almagro el Mozo. Sin duda, su trayectoria posterior fue
sensata, porque vivió muchos años, muriendo en su querido Cuzco en 1572. Parece
ser que no tuvo más que un hijo con su mujer, pero se sabe que llegó a
legitimar a cuatro mestizos. Tenía ya 52 años cuando inició el pleito que vemos
en la imagen. La historia fue que, por cuestiones personales, Pizarro, antes de
morir, le anuló parte de las encomiendas de indios que le había dado. Estos
terrenos pasaron por varias manos hasta quedar libres en 1561, se dio la
circunstancia de que Antonio Vaca de Castro los solicitó, y la Audiencia de
Lima, probablemente por ser hijo de quien era, se los concedió. Aunque Pedro
los reclamó por sus antiguos derechos, y quizá con más interés al vivir los dos
en el Cuzco, no se sabe cómo terminó el pleito, pero seguro que el veterano
peleón PEDRO ALONSO CARRASCO hizo cuanto pudo para cerrar su vieja herida.
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