(499) Cieza, como siempre, se apiada de las molestias que sufrían los
indios cuando les ‘caía’ una tropa de españoles en sus tierras, pero reconoce
que era algo prácticamente inevitable: “Perálvarez mandó a sus hombres, bajo
grandes penas, que no hiciesen ningún mal tratamiento a los indios, y que se
gastasen las provisiones con moderación, pero poco aprovechó esta orden. Fue
mucho el ganado y otras cosas que les robaron, aunque, en semejantes tiempos,
no se puede evitar”. Está claro que se refiere a la desastrosa secuela del
desorden general y de las urgentes necesidades de las guerras civiles.
Después Cieza hace un comentario personal que no me parece acertado,
aunque es una original visión de los hechos. Ya sabemos que, en la batalla de
Chupas, va a ser derrotado y ejecutado Diego de Almagro el Mozo. Cieza avisa de
que, cuando hable de ello, nunca le llamará traidor, ni tampoco a sus soldados.
Lo ve así porque Vaca de Castro no había llegado de España autorizado a empezar
una guerra, y considera que fue provocada por el afán de revancha de los
pizarristas. Dice, incluso, que la intención de los almagristas era acatar la
voluntad del Rey, y, en el caso de que quisiera castigarlos por haber matado a
Pizarro (que fue en venganza por la ejecución de Almagro), “huir a lo más
profundo de las provincias”. Reconoce, no obstante, que cometieron un grave
error: destituir a las autoridades que había en Lima y hacer nuevos
nombramientos. Pero resulta sorprendente su visión, ya que Vaca de Castro,
según el poder que llevaba del Rey, se convirtió automáticamente en Gobernador
del Perú por la muerte de Pizarro, con plena autoridad para hacer valer la
fuerza de las armas. Además, los almagristas habían iniciado con el asesinato
de Pizarro un viaje sin retorno hacia las manos de la Justicia. No habría
ningún rincón en Perú en el que pudieran permanecer escondidos. Aquello era
una guerra civil y una rebeldía contra la Corona que estaban destinadas a
acabar desastrosamente.
A pesar de que Alonso de Alvarado mostraba sutilmente que mantendría su
autoridad por encima de la Perálvarez Holguín, se alegraba de las importantes
fuerzas que habían reunido entre los dos para enfrentarse a los almagristas. En
lugar de ir a Quito, donde pensaba que estaría Vaca de Castro, le envió un
mensaje: “Le decía que él partía para Huaylas, y le pedía que, sin esperar más
tiempo, viniese a encontrarse con él allí trayendo la gente que tuviese junta,
pues, loado sea Dios, las cosas iban tan bien, que hallaría unos quinientos
hombres, con él y con Perálvarez, para que le ayudasen a hacer lo que por Su
Majestad le hubiese sido mandado. Luego Alonso de Alvarado salió para ir a Huaylas.
Llegó a un aposento que se llama Yungay, que estaba a una jornada del campamento
de Perálvarez, desde donde se escribieron cartas muy graciosas, y algunos iban
a holgar de un real a otro. Y allí estuvieron aguardando las noticias del
gobernador Vaca de Castro”.
(Imagen) Nadie puede negar que PEDRO ÁLVAREZ HOLGUÍN fue un magnífico
capitán. Nació hacia 1505 en Cáceres, y se daba la circunstancia de que tenía
dos ilustres primos que vivieron también las aventuras de Perú (a los que ya
conocemos): LORENZO DE ALDANA y FRANCISCO DE GODOY, el primero, de una valía
excepcional, y, el segundo, un victorioso capitán que supo retirarse a tiempo y
se acondicionó un lujoso palacio (el de la imagen) en el bello casco antiguo de
Cáceres. A Holguín le vemos ahora con el mando supremo (solo equiparable al de
Alonso de Alvarado) de la tropas pizarristas (ambos bajo la autoridad de Vaca
de Castro). Pero hubo en el carácter de Holguín algo discordante, positivo y
negativo. Su sentido del honor lo
llevaba a un extremo incomprensible. Recordemos que, tras jurarle a Diego de
Almagro el Viejo (cuando, estando preso, le dejó andar libre por el Cuzco) que
no escaparía, no solo lo cumplió al empezar la batalla de las Salinas, sino que
llegó al absurdo de luchar contra Pizarro, yendo más allá de lo que exigía su
promesa. Asesinado Pizarro, Vaca de Castro tuvo dificultades para que Holguín
aceptara un puesto por debajo de la jerarquía de Alonso de Alvarado, y no es
extraño que acabara harto de él, pues solo cedió presionado por su primo
Lorenzo de Aldana. Todo apunta a que Holguín actuaba como un caballero medieval.
Con ese espíritu quijotesco, cometió una imprudencia fatal en la guerra de
Chupas. No pudo saborear la victoria que supuso el final de Diego de Almagro el Mozo porque
murió antes de que terminara la batalla. Pero, eso sí: de manera
grandilocuente. Se puso delante de sus soldados antes de iniciar el ataque, llamativamente
vestido blanco, y gritó a los enemigos: “¡Yo soy Pedro Álvarez Holguín!”. La
única respuesta fueron dos arcabuzazos que lo tumbaron del caballo y le
produjeron la muerte.
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