miércoles, 14 de agosto de 2019

(Día 909) Aunque permanecía latente su rivalidad con Perálvarez Holguín, Alonso de Alvarado estaba muy contento con los soldados que habían reunido los dos, y le escribió a Vaca de Castro diciéndole que le esperaban en Huaylas.


     (499) Cieza, como siempre, se apiada de las molestias que sufrían los indios cuando les ‘caía’ una tropa de españoles en sus tierras, pero reconoce que era algo prácticamente inevitable: “Perálvarez mandó a sus hombres, bajo grandes penas, que no hiciesen ningún mal tratamiento a los indios, y que se gastasen las provisiones con moderación, pero poco aprovechó esta orden. Fue mucho el ganado y otras cosas que les robaron, aunque, en semejantes tiempos, no se puede evitar”. Está claro que se refiere a la desastrosa secuela del desorden general y de las urgentes necesidades de las guerras civiles.
     Después Cieza hace un comentario personal que no me parece acertado, aunque es una original visión de los hechos. Ya sabemos que, en la batalla de Chupas, va a ser derrotado y ejecutado Diego de Almagro el Mozo. Cieza avisa de que, cuando hable de ello, nunca le llamará traidor, ni tampoco a sus soldados. Lo ve así porque Vaca de Castro no había llegado de España autorizado a empezar una guerra, y considera que fue provocada por el afán de revancha de los pizarristas. Dice, incluso, que la intención de los almagristas era acatar la voluntad del Rey, y, en el caso de que quisiera castigarlos por haber matado a Pizarro (que fue en venganza por la ejecución de Almagro), “huir a lo más profundo de las provincias”. Reconoce, no obstante, que cometieron un grave error: destituir a las autoridades que había en Lima y hacer nuevos nombramientos. Pero resulta sorprendente su visión, ya que Vaca de Castro, según el poder que llevaba del Rey, se convirtió automáticamente en Gobernador del Perú por la muerte de Pizarro, con plena autoridad para hacer valer la fuerza de las armas. Además, los almagristas habían iniciado con el asesinato de Pizarro un viaje sin retorno hacia las manos de la Justicia. No habría ningún rincón en Perú en el que pudieran permanecer escondidos. Aquello era una guerra civil y una rebeldía contra la Corona que estaban destinadas a acabar desastrosamente.
     A pesar de que Alonso de Alvarado mostraba sutilmente que mantendría su autoridad por encima de la Perálvarez Holguín, se alegraba de las importantes fuerzas que habían reunido entre los dos para enfrentarse a los almagristas. En lugar de ir a Quito, donde pensaba que estaría Vaca de Castro, le envió un mensaje: “Le decía que él partía para Huaylas, y le pedía que, sin esperar más tiempo, viniese a encontrarse con él allí trayendo la gente que tuviese junta, pues, loado sea Dios, las cosas iban tan bien, que hallaría unos quinientos hombres, con él y con Perálvarez, para que le ayudasen a hacer lo que por Su Majestad le hubiese sido mandado. Luego Alonso de Alvarado salió para ir a Huaylas. Llegó a un aposento que se llama Yungay, que estaba a una jornada del campamento de Perálvarez, desde donde se escribieron cartas muy graciosas, y algunos iban a holgar de un real a otro. Y allí estuvieron aguardando las noticias del gobernador Vaca de Castro”.

     (Imagen) Nadie puede negar que PEDRO ÁLVAREZ HOLGUÍN fue un magnífico capitán. Nació hacia 1505 en Cáceres, y se daba la circunstancia de que tenía dos ilustres primos que vivieron también las aventuras de Perú (a los que ya conocemos): LORENZO DE ALDANA y FRANCISCO DE GODOY, el primero, de una valía excepcional, y, el segundo, un victorioso capitán que supo retirarse a tiempo y se acondicionó un lujoso palacio (el de la imagen) en el bello casco antiguo de Cáceres. A Holguín le vemos ahora con el mando supremo (solo equiparable al de Alonso de Alvarado) de la tropas pizarristas (ambos bajo la autoridad de Vaca de Castro). Pero hubo en el carácter de Holguín algo discordante, positivo y negativo. Su sentido del  honor lo llevaba a un extremo incomprensible. Recordemos que, tras jurarle a Diego de Almagro el Viejo (cuando, estando preso, le dejó andar libre por el Cuzco) que no escaparía, no solo lo cumplió al empezar la batalla de las Salinas, sino que llegó al absurdo de luchar contra Pizarro, yendo más allá de lo que exigía su promesa. Asesinado Pizarro, Vaca de Castro tuvo dificultades para que Holguín aceptara un puesto por debajo de la jerarquía de Alonso de Alvarado, y no es extraño que acabara harto de él, pues solo cedió presionado por su primo Lorenzo de Aldana. Todo apunta a que Holguín actuaba como un caballero medieval. Con ese espíritu quijotesco, cometió una imprudencia fatal en la guerra de Chupas. No pudo saborear la victoria que supuso el  final de Diego de Almagro el Mozo porque murió antes de que terminara la batalla. Pero, eso sí: de manera grandilocuente. Se puso delante de sus soldados antes de iniciar el ataque, llamativamente vestido blanco, y gritó a los enemigos: “¡Yo soy Pedro Álvarez Holguín!”. La única respuesta fueron dos arcabuzazos que lo tumbaron del caballo y le produjeron la muerte.



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