(510) No obstante, hubo un pequeño detalle que le sentó mal a Perálvarez
Holguín y a algunos de sus hombres. Eran tiempos en los que el pundonor se
sentía herido fácilmente, y está claro que más aún en el caso Holguín, con su
acentuada mentalidad caballeresca. Cuando Vaca de Castro recibió el Estandarte
Real de las tropas de Holguín, no se limitó a entregárselo a Rodrigo de Campo,
su Capitán de la Guardia, sino que le dijo en privado que lo guardase porque,
el que iban a utilizar en campaña, sería el Estandarte Real que confeccionaron
en Quito. Los dos tenían el mismo valor como estandartes reales, pero el diseño
era distinto, y, probablemente, el de Holguín luciría algún símbolo especial
relacionado con él y con sus propias tropas.
Así que, se produjo el incidente: “Luego se movieron todos para ir
adonde Vaca de Castro tenía sentado su real, que, como tenía muchas tiendas,
parecía una gran población. Según marchaban, viendo Perálvarez que iba tendido
el estandarte que había traído Vaca de Castro, y el suyo no, mostró gran pesar,
doliéndose de ello. Bien lo notaron algunos amigos suyos, y comenzaron a
alborotarse, pero sin dar a entender nada de su congoja. Perálvarez marchaba
disimulando cuerdamente, e Vaca de Castro junto a él, habiendo sentido
claramente el pesar de Perálvarez”.
Sin más complicaciones, nada más llegar a
su campamento, Vaca de Castro les pidió a los más importantes de la tropa que
se quedaran con él, y luego les dijo unas pomposas palabras destinadas a que acataran
textualmente el documento original de los poderes que le había dado el Rey:
“Sacando después la provisión del Rey, y siendo leída por el Secretario, todos,
a grandes voces, dijeron ‘¡Viva el Rey!’, y que tenían por Gobernador a Vaca de
Castro”. Acto seguido se quedó con los principales capitanes, Alonso de
Alvarado, Perálvarez, Garcilaso de la Vega, Aldana, Diego de Rojas, Peransúrez
y Don Pedro Portocarrero, y les dijo que, “puesto que la gente de guerra ya le
tenía por Capitán General, era también necesario que, en todas las ciudades del
reino, juntasen a los vecinos y regidores del cabildo para que le reconociesen
como Gobernador; y así lo hicieron después”.
Enlaza de nuevo Cieza con las correrías de Diego de Almagro el Mozo con
sus hombres, y se diría que, habitualmente, eran mucho más siniestras que las
de los pizarristas: “Llegó a la ciudad de Huamanga, y todos los vecinos, para
que no los obligase a ir con él, se mostraban muy serviciales. La ciudad se
encontraba casi desierta porque la mayoría de sus vecinos estaban con
Perálvarez Holguín. El Alférez General de Almagro, Gonzalo Pereira, porque no
le daban posada pronto, con muy grande ira y no poca soberbia, fue a la plaza
pública y, mirando el rollo que en ella estaba, arrimó a él el estandarte,
diciendo que aquel era su aposento, pues no le habían dado otro”.
A Cieza, recordando lo que pasó después, le dan escalofríos, y no puede
evitar hacer un comentario: “Juicios son de Dios, y en ellos muestra su gran
poder, pues arrimaron cosa tan preciada como el estandarte al rollo, donde
después todos los capitanes, con otros principales que seguían el partido de
Almagro, fueron muertos por justicia”. Lo dice porque el pizarrista Diego de
Rojas ejecutó más tarde a muchos en Humanga.
(Imagen) Nos vamos dejando
atrás españoles poco conocidos, pero de gran mérito, y no es justo que
consintamos ese olvido. A veces oímos en el recuerdo hasta el peculiar trote de
sus caballos, y nos invita a rememorarlos. Ya sabemos que PEDRO BARROSO estaba
al mando en la ciudad de Huánuco cuando se enteró de la muerte de Pizarro, y
que inmediatamente le mandó un mensajero con la noticia a su jefe, el gran
Alonso de Alvarado. El capitán Barroso, hoy casi ‘anónimo’, no lo fue en las
peripecias del Perú. Tuvo un historial muy particular. Nacido a finales del
siglo XV, participó en la guerra de los comuneros de Castilla (año 1520), y he
podido detectar un error. Se dice que fue comunero, pero en el documento de la
imagen, que habla de sus servicios, él mismo afirma lo contrario: “En el tiempo
en que las comunidades se rebelaron contra Su Majestad en Castilla, yo serví a
Su Majestad contra ellas, y estuve cercado en la fortaleza de Segovia”. Se
apuntó luego a la aventura de las Indias, luchando junto a Pedrarias Dávila,
con el que hizo buenas migas, quizá por ser él también un duro militar. Luego
pasó al Perú, beneficiándose con pocos escrúpulos de la mercancía que llevaba,
armas, caballos y esclavos indios. Estuvo con Almagro en la durísima campaña de
Chile y en la batalla de las Salinas. Después Pizarro lo ganó para su causa, y
Pedro Barroso, por distintas circunstancias, como la de haber sido apresado por
los almagristas, no aparece como protagonista en ninguna de las guerras civiles
posteriores, pero sí se sabe que ocupó cargos de responsabilidad política, como
la que tuvo en el ayuntamiento de Arequipa. Es mala señal que se le pierda allí
la pista hacia el año 1553, porque fue por entonces cuando Francisco Hernández
Girón inició a sangre y fuego la última guerra civil, aunque terminara (cosa
inevitable) con su derrota y su muerte.
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