martes, 27 de agosto de 2019

(Día 920) Perálvarez entregó su estandarte Real a Vaca de Castro, pero cuando vio luego que solo utilizaba el suyo propio, se sintió muy humillado. Vaca de Castro seguía tratando de que en todas partes se le aceptara como Gobernador. Los almagristas llegaron a Huamanga, donde fueron recibidos con poco entusiasmo.


     (510) No obstante, hubo un pequeño detalle que le sentó mal a Perálvarez Holguín y a algunos de sus hombres. Eran tiempos en los que el pundonor se sentía herido fácilmente, y está claro que más aún en el caso Holguín, con su acentuada mentalidad caballeresca. Cuando Vaca de Castro recibió el Estandarte Real de las tropas de Holguín, no se limitó a entregárselo a Rodrigo de Campo, su Capitán de la Guardia, sino que le dijo en privado que lo guardase porque, el que iban a utilizar en campaña, sería el Estandarte Real que confeccionaron en Quito. Los dos tenían el mismo valor como estandartes reales, pero el diseño era distinto, y, probablemente, el de Holguín luciría algún símbolo especial relacionado con él y con sus propias tropas.
     Así que, se produjo el incidente: “Luego se movieron todos para ir adonde Vaca de Castro tenía sentado su real, que, como tenía muchas tiendas, parecía una gran población. Según marchaban, viendo Perálvarez que iba tendido el estandarte que había traído Vaca de Castro, y el suyo no, mostró gran pesar, doliéndose de ello. Bien lo notaron algunos amigos suyos, y comenzaron a alborotarse, pero sin dar a entender nada de su congoja. Perálvarez marchaba disimulando cuerdamente, e Vaca de Castro junto a él, habiendo sentido claramente el pesar de Perálvarez”.
      Sin más complicaciones, nada más llegar a su campamento, Vaca de Castro les pidió a los más importantes de la tropa que se quedaran con él, y luego les dijo unas pomposas palabras destinadas a que acataran textualmente el documento original de los poderes que le había dado el Rey: “Sacando después la provisión del Rey, y siendo leída por el Secretario, todos, a grandes voces, dijeron ‘¡Viva el Rey!’, y que tenían por Gobernador a Vaca de Castro”. Acto seguido se quedó con los principales capitanes, Alonso de Alvarado, Perálvarez, Garcilaso de la Vega, Aldana, Diego de Rojas, Peransúrez y Don Pedro Portocarrero, y les dijo que, “puesto que la gente de guerra ya le tenía por Capitán General, era también necesario que, en todas las ciudades del reino, juntasen a los vecinos y regidores del cabildo para que le reconociesen como Gobernador; y así lo hicieron después”.
      Enlaza de nuevo Cieza con las correrías de Diego de Almagro el Mozo con sus hombres, y se diría que, habitualmente, eran mucho más siniestras que las de los pizarristas: “Llegó a la ciudad de Huamanga, y todos los vecinos, para que no los obligase a ir con él, se mostraban muy serviciales. La ciudad se encontraba casi desierta porque la mayoría de sus vecinos estaban con Perálvarez Holguín. El Alférez General de Almagro, Gonzalo Pereira, porque no le daban posada pronto, con muy grande ira y no poca soberbia, fue a la plaza pública y, mirando el rollo que en ella estaba, arrimó a él el estandarte, diciendo que aquel era su aposento, pues no le habían dado otro”.
    A Cieza, recordando lo que pasó después, le dan escalofríos, y no puede evitar hacer un comentario: “Juicios son de Dios, y en ellos muestra su gran poder, pues arrimaron cosa tan preciada como el estandarte al rollo, donde después todos los capitanes, con otros principales que seguían el partido de Almagro, fueron muertos por justicia”. Lo dice porque el pizarrista Diego de Rojas ejecutó más tarde a muchos en Humanga.

     (Imagen) Nos vamos dejando atrás españoles poco conocidos, pero de gran mérito, y no es justo que consintamos ese olvido. A veces oímos en el recuerdo hasta el peculiar trote de sus caballos, y nos invita a rememorarlos. Ya sabemos que PEDRO BARROSO estaba al mando en la ciudad de Huánuco cuando se enteró de la muerte de Pizarro, y que inmediatamente le mandó un mensajero con la noticia a su jefe, el gran Alonso de Alvarado. El capitán Barroso, hoy casi ‘anónimo’, no lo fue en las peripecias del Perú. Tuvo un historial muy particular. Nacido a finales del siglo XV, participó en la guerra de los comuneros de Castilla (año 1520), y he podido detectar un error. Se dice que fue comunero, pero en el documento de la imagen, que habla de sus servicios, él mismo afirma lo contrario: “En el tiempo en que las comunidades se rebelaron contra Su Majestad en Castilla, yo serví a Su Majestad contra ellas, y estuve cercado en la fortaleza de Segovia”. Se apuntó luego a la aventura de las Indias, luchando junto a Pedrarias Dávila, con el que hizo buenas migas, quizá por ser él también un duro militar. Luego pasó al Perú, beneficiándose con pocos escrúpulos de la mercancía que llevaba, armas, caballos y esclavos indios. Estuvo con Almagro en la durísima campaña de Chile y en la batalla de las Salinas. Después Pizarro lo ganó para su causa, y Pedro Barroso, por distintas circunstancias, como la de haber sido apresado por los almagristas, no aparece como protagonista en ninguna de las guerras civiles posteriores, pero sí se sabe que ocupó cargos de responsabilidad política, como la que tuvo en el ayuntamiento de Arequipa. Es mala señal que se le pierda allí la pista hacia el año 1553, porque fue por entonces cuando Francisco Hernández Girón inició a sangre y fuego la última guerra civil, aunque terminara (cosa inevitable) con su derrota y su muerte.



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