(495) Con la llegada de Peransúrez, la tropa ya ascendía a trescientos hombres.
Decidieron entonces ir en busca de Vaca de Castro, dejando en el Cuzco la gente
que estimaron necesaria, y estando dispuestos a dar la batalla a los hombres de
Diego de Almagro si los encontraban por el camino.
El deterioro social que trajeron consigo las guerras civiles perjudicó
mucho a los nativos, aumentando los abusos a los que con bastante frecuencia
estaban sometidos. Cieza, hablando de las salidas de las tropas, se lamenta de
esta situación, y es justo que nos hagamos eco de sus palabras: “Querer hablar
de los grandes males, daños, insultos, robos y vejaciones que se les hacía a
los naturales en estos desplazamientos, es nunca acabar, porque no se tenía en
más matar indios que si fueran bestias inútiles, y como si Cristo, Nuestro
Dios, no se pusiera en la cruz por ellos como por nosotros. Si los capitanes
querían poner algún remedio, no lo conseguían, porque, como en las guerras
civiles que ha habido los soldados han tendido siempre al robo e a vivir
libremente, queriéndolos corregir, se amotinaban, pasándose de un campo a otro,
o se quedaban por los pueblos si no les dejaban seguir su propósito. Es verdad
que también se puede, en alguna manera, relevarlos de culpa, por ser la tierra
tan áspera y falta de animales, e muchos iban a pie por no tener caballo.
También hay algunos despoblados en los que conviene, por el mucho frío que en
ellos hace, llevar tiendas y provisiones, y, si se hiciese con moderación, yo
no culparía llevar indios de servicio. Pero, si uno tenía necesidad de un puerco,
mataba veinte, y si de cuatro indios, llevaba doce. Hablando más claro, diré
que muchos llevaban a sus mancebas públicas en hamacas, a cuestas de los pobres
indios”.
Tanto en un bando como en otro, había ciertas rivalidades por la
categoría militar. Entre los que iban con Perálvarez Holguín, el irascible
Alonso de Toro tuvo un fuerte enfrentamiento con Don Pedro Portocarrero, que no
se convirtió en tragedia porque mediaron sus compañeros. También en el campo de
Diego de Almagro surgió un problema de celos profesionales. Estando en Lima, se
enteraron de que Perálvarez se había adueñado del Cuzco y del empuje con que el
temible Alonso de Alvarado se organizaba para atacarlos: “Recibieron por ello
gran turbación, y los más principales entraron en consulta para determinar lo
que harían. Gómez de Alvarado y Juan de Saavedra estaban dolidos de que Juan de
Rada fuese el General y tuviese poder sobre ellos, habiendo sido hombre común y
simple soldado, y se sentían muy poco valorados por Don Diego de Almagro, y,
aunque paticipaban en algunas consultas, no era gustosamente”.
Aquello era un sinvivir de preocupaciones y dudas: “A unos les parecía
que debían ir a desbaratar al capitán Alonso de Alvarado, y, a otros, que
fuesen a prender o matar a Vaca de Castro, y engrosar así su ejército, e
después aguardar lo que Su Majestad proveería sobre aquellas cosas. Pero,
finalmente, a todos les pareció bien el consejo del sensato Cristóbal de Sotelo,
que era que fuesen a encontrarse con Perálvarez y le desbaratasen, pues no
podía traer más de trescientos hombres, y después anduviesen hasta meterse en
la gran ciudad del Cuzco”.
(Imagen) La ilustre sangre de JUAN DE SAAVEDRA sería sevillana (como
dice Inca Garcilaso), pero él no. Lo que sí resulta incuestionable es que fue
un hombre sensato y humano. Por ser uno de sus capitanes de confianza, Almagro,
durante la campaña de Chile, le confió la misión de avanzar explorando hacia el
sur en aquel barco que, como ya vimos, había traído con refuerzos Noguerol de
Ulloa. Llegaron los dos hasta una bahía a la que Saavedra le puso el nombre de
VALPARAÍSO. Sería muy hermosa, pero ha quedado así llamada porque Saavedra
nació en VALPARAÍSO DE ARRIBA, un pueblín de Cuenca. Dicen que la patria de un
hombre es la infancia, y, en medio de las batallas constantes, los horrores, el
sufrimiento y la enorme lejanía del lugar en el que vino al mundo, Juan de
Saavedra mostró su agradecimiento por lo que más amaba. Cuando, como vimos,
Almagro apresó a Hernando Pizarro, Saavedra fue uno de los que se opusieron a
que fuera ejecutado. En las guerras civiles (las aborrecía), solo fue fiel a
los almagristas hasta que se rebelaron contra la Corona. Siempre escogió lo que
le parecía más correcto. Tuvo que abandonar las tropas de Almagro el Mozo y
pasarse a las de Gonzalo Pizarro, para ser fiel al Rey. Y, lo que son las
cosas, muerto ya El Mozo, decidió luchar junto al virrey contra Gonzalo por su
clara rebeldía. Consta que en 1551 vivía en el Cuzco, pero pronto partió para
España, muriendo el año 1554 en el conquense pueblo de sus amores, Valparaíso
de Arriba. La chilena VALPARAÍSO (hoy con un millón de habitantes) la fundó
PEDRO DE VALDIVIA el año 1544, pero respetó el nombre que Saavedra le puso a su
bahía. Bien hecho.
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