(493) El primer paso que dio Vaca
de Castro fue escribir a Belalcázar para que conociese la terrible noticia, y
ordenarle que de inmediato, “puesto que siempre se había mostrado servidor de
Su Majestad y era su Gobernador y Capitán
General, procurase reunir el máximo de gente e armas que pudiese y fuera
a la ciudad de Popayán, donde le aguardaba”. Si en algo pensaba Belalcázar era
principalmente en sus propios intereses. La noticia era dramática, pero es muy
probable que lo que más deseara fuese tener vuelo propio y asentarse como
Gobernador en las nuevas tierras que lograra conquistar. Hasta es posible que
viera la muerte de Pizarro como una ventaja para sus proyectos. Pero la
situación era muy delicada y evitó mostrarse como un rebelde: “Dicen que, vista
por Belalcázar la carta de Vaca de Castro, le pesó grandemente, y que, más por
temor que por voluntad, respondió a su llamada, pues siempre estuvo tibio en
las cosas que le pidieron. Tenía otro motivo para no desear ir a Popayán, y era
que se decía que el Capitán Jorge Robledo, fundador de aquellos pueblos y
ciudades (por orden de Belalcázar),
iba alzado con todos los que en aquel tiempo andábamos con él (Cieza, testigo de primera mano), y que
el Adelantado Belalcázar deseaba prenderlo personalmente”. Así que, aunque
forzado, le respondió que estaba contento de ir a Popayán. Pero contaba
entonces con poca gente: “Se aderezó como mejor pudo, y, acompañado de algunos
criados y amigos suyos, y de otros vecinos de la ciudad de Cali, partió, e
llegó a la de Popayán, donde fue recibido por el Presidente Vaca de Castro”.
El segundo paso de Vaca de Castro fue jurídico, y de gran importancia:
“Juntos con él los más principales que allí se hallaban, Vaca de Castro mostró
una Real Cédula en la que Su Majestad mandaba que si, durante su ida a Perú,
muriese el Marqués Pizarro, pudiese él tomar en sí el gobierno de las
provincias e ser su Gobernador en ellas, teniendo poderes tan bastantes como
los que tenía el mismo Marqués. Cuando fue vista la cédula, estuvieron
altercando sobre lo que mejor sería hacer para quitarle el reino a Don Diego de
Almagro, pues lo tenía contra la voluntad de Su Majestad”. Algunos decían que
era necesario que Vaca de Castro volviese a Panamá para preparar un ejército
fuerte con el que ir a derrotar a los almagristas. El sensato Lorenzo de Aldana
lo vio de otra manera: “No era de este parecer, y le dijo a Vaca de Castro que,
con toda brevedad, fuese a Perú, porque, aunque Don Diego se hubiese nombrado
Gobernador, había allí tales caballeros y servidores del Rey, que, sin ninguna
duda, acudirían a su servicio, y que la ida a Panamá acarrearía mucho daño y no
traería ningún provecho”. Vaca de Castro quedó convencido, y se preparó para ir
a Quito. Envió previamente desde Popayán muchas cartas para que en todas partes
se supiera que, según lo dispuesto por el Rey, era, desde la muerte de Pizarro,
el Gobernador de todas aquellas tierras: “Mandó al Adelantado Belalcázar que
fuese con él a Perú, y luego partió para la ciudad de Quito, llevando consigo
al capitán Lorenzo de Aldana, pues tenía gran esperanza de que le ayudaría en
los negocios”.
(Imagen) Acabamos de ver que, uno de los que salieron de la villa de la
Plata con Peransúrez para unirse a los tropas que habían de luchar contra los
almagristas, era PEDRO DE HINOJOSA, del que ya conté algo. Su importancia en
las guerras civiles resultó fundamental, sobre todo al provocar la derrota
definitiva de Gonzalo Pizarro poniéndose con su tropa al servicio de Pedro de
la Gasca. Cuando ejecutaron a Gonzalo, tuvo el detalle de vestirse de luto, sin
preocuparse de las críticas que provocó. Había nacido en Trujillo el año 1513,
y era pariente de los Pizarro. Da la
casualidad de que, cuando seguía fiel a los pizarristas, había tenido duros
enfrentamientos en Panamá con Melchor Verdugo, el poco escrupuloso protagonista
de la imagen anterior. En los años siguientes, Pedro de Hinojosa vivió las
mieles del triunfador, llegando al culmen de su ascenso al ser nombrado
Gobernador de la Plata, ciudad de la que había sido, años atrás, uno de sus
fundadores. Pero allí su vida acabó de mala manera. Unos veteranos soldados,
capitaneados por DON SEBASTIÁN DE CASTILLA, iniciaron una rebelión motivada por
las leyes que recortaban los derechos de las encomiendas de indios. Al oponerse
Pedro de Hinojosa a unirse a ellos y dirigir sus tropas, lo mataron a pesar de
ser la máxima autoridad en La Plata. En aquellas demenciales rebeliones,
siempre condenadas al fracaso, abundaban los soldados menos recomendables.
Sirva de ejemplo que el terrorífico Lope de Aguirre era uno de los conspiradores.
Tras matar a Hinojosa, los propios hombres de Sebastián de Castilla temieron
las consecuencias, y lo asesiaron a él. El cabecilla de esta chapuza, Vasco
Godínez, fue al Cuzco a suplicar perdón, ante las máximas autoridades, por la
rebeldía y el asesinato de Hinojosa, pero fue apresado, juzgado y ahorcado.
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