(511) Comenta Cieza también que Diego de Almagro el Mozo “recibió grande
enojo cuando lo supo”. No queda claro a
qué se refiere, pero, por su actitud posterior, parece ser que estuvo de
acuerdo con lo que hizo el alférez Pereira, y muy molesto por la actitud de los
vecinos de Huamanga: “Habíale quedado el cargo de Maese de Campo en Huamanga (por
nombramiento del Mozo) a Martín Carrillo, el cual prendió a Baltanás por
cosas de no mucha importancia, e, llevándole preso, algunos amigos suyos
salieron a defenderle. Cuando lo supo Don Diego, empuñando su espada, dijo que
no perturbasen a su maese de campo para que dejase de hacer justicia, y Martín
Carrillo lo metió en su tienda. El
capitán Juan Balsa e otros fueron para impedir que lo matasen, y, al
verlos venir Martín Carrillo, le mandó a un negro que le diese de estocadas. Y
así fue muerto Baltanás, que era gran amigo de Cristóbal de Sotelo”.
Sabía perfectamente Martín Carrillo que haber matado de esa manera a un
amigo del importante capitán Cristóbal de Sotelo le podía costar muy caro. Todo
apunta a que fue una acción despreciable, y su manera de reaccionar después
para salvar el pellejo, también, demostrando asimismo que odiaba a Sotelo: “Aunque
Don Diego aprobó su muerte, Martín Carrillo temía a Sotelo, y comenzó a
mostrarse muy amigo de García de Alvarado, e le decía que Sotelo quería superar
a todos, e otras cosas que, como García de Alvarado fuese tan orgulloso, poco
era menester para atraerlo e que tuviese odio a Sotelo”. Por entonces, así
quedaron las cosas porque Almagro envió a García de Alvarado a Arequipa, pero
ya sabemos que llegará el día en que el turbulento García, por el odio
acumulado y unos supuestos agravios, matará a Sotelo.
Siguió su camino Diego de Almagro el Mozo y llegó al Cuzco. Entró allí
como gran señor: “Le hicieron muy gran recibimiento, e, al cabo de pocos días,
vino al Cuzco Diego Méndez (tendrá mucho protagonismo) de la villa de la
Plata, donde, con engaño, había apresado a Antón Álvarez, y recogido todo el
oro y la plata que había en las minas de Porco. Salió a recibirlo Don Diego de
Almagro, muy alegre porque traía tan buen recaudo de dinero para pagar a los
soldados. Y de esta manera juntó toda la gente que pudo, teniendo en todo
Cristóbal de Sotelo gran orden”.
El recuerdo de que se les había escabullido Perálvarez había desanimado
a algunos de los hombres de Almagro, pero no a todos: “Otros deseaban
reforzarse de tal manera que no triunfasen sus enemigos, y así determinaron
prepararse y hacer armas”. Y, de pasada, Cieza nos deja ver que el veteranísimo
Candía (uno de los Trece de la Fama) estaba enrolado en el bando de los
almagristas, probablemente despechado por el viejo desprecio que le había hecho
Hernando Pizarro al quitarle el mando que tuvo en la fracasada campaña de
Chile: “Se juntó infinito cobre, e Pedro de Candía se ofreció a preparar muchos
tiros gruesos de artillería (especie de arcabuces grandes), y este dio a
entender tener voluntad de hacerlo y servir en aquella guerra a Don Diego,
aunque después pareció lo contrario. Los primeros moldes que hizo parecieron
muy grandes, y se mandó hacerlos menores”.
(Imagen) Ahora que vemos a Diego de Almagro el Mozo y a Diego Méndez
saludarse eufóricos por los éxitos que van consiguiendo, es buen momento para
recordar el triste final de ambos, y confirmar definitivamente datos que ya di
sobre este Diego Méndez, zanjando así la confusión que existe con otro (más
joven) del mismo nombre. El primero se pasó al bando almagrista poco antes de
la batalla de las Salinas. Y no era de extrañar, porque Rodrigo Orgóñez,
el gran capitán del viejo Almagro, era
hermano suyo, los dos nacidos en Oropesa (cuajada de historia). Participó en el
asesinato de Pizarro, e influyó para que algunas encomiendas de indios del
trágico héroe se las quedase el Mozo. También le ayudó a matar al irascible
García de Alvarado. Los dos resultaron pronto derrotados en la batalla de
Chupas y trataron de huir juntos, pero fueron apresados porque Méndez se
entretuvo con su amante, apasionadamente ajeno al paso del tiempo. Vaca de
Castro les reprochó la locura de su rebeldía, y el Mozo le contestó (con algo
de razón) que no se había rebelado contra el Rey, pues intentaba únicamente
recuperar lo que le correspondía. Prepararon una nueva fuga, que solo consiguió
llevar a cabo Méndez, quien buscó el amparo de Manco Inca, el príncipe rebelde,
pero fue asesinado (él y los que le acompañaban) por los indios. Mientras,
Diego de Almagro el Mozo era juzgado y ejecutado. Curiosamente, también el otro
Diego Méndez fue un rebelde nato. Era capitán de las tropas de Don Sebastián de
Castilla, quien inició la última guerra civil. Cuando su jefe común, Francisco
Hernández Girón, huyó al ser derrotado (y, más tarde, ejecutado), Diego Méndez
tuvo la habilidad de pasarse al bando del Rey y conseguir que los jueces lo
perdonaran.
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