jueves, 29 de agosto de 2019

(Día 922) Pedro de Candía fallaba en la construcción de la artillería, lo que daba muestras de una posible falta de lealtad a Almagro. Pensaron por un momento los almagristas que quizá conviniera dialogar con Vaca de Castro, pero luego el Mozo los enardeció con una arenga.


     (512) Como sabían que Vaca de Castro estaba ya cerca, se hicieron pronto otros seis: “Prepararon en breve tiempo seis tiros grandes y bien hechos, a pesar de que Pedro de Candía los hizo cuatro veces, según el parecer de todos faltos de industria, arrepentido de haber dicho que los sabía hacer, y ponía por excusa que se le helaba el metal”. Hablamos hace tiempo de que, un año después, en 1542, Diego de Almagro el Mozo mató a Candía sospechando en la guerra de Chupas que disparaba alta la artillería para no perjudicar a los pizarristas. Cieza está ahora dejando entrever que estaba boicoteando la construcción de los cañoncitos. La excusa de Candía no tenía mucho fundamento, porque siempre se habla de él como un veterano arcabucero y experto en la construcción de artillería, ya desde las guerras europeas. Tampoco es de extrañar que se hubiera arrepentido de estar al servicio de Almagro, puesto que pesarían mucho en él los recuerdos de su larga y gloriosa aventura al lado de Pizarro y sus hermanos.
     Todo esto pasaba en el Cuzco, y los almagristas sabían que Vaca de Castro iba acercándose para enfrentarse con ellos en la ciudad. Por eso se preparaban a conciencia para la lucha, pero, según Cieza, Diego de Almagro tenía la esperanza de que hubiera un arreglo pacífico: “Don Diego y los capitanes que estaban en la ciudad entraron en consulta sobre qué sería más acertado hacer, y convinieron en salir de prisa del Cuzco, e requerir a Vaca de Castro que no les diera batalla, porque esperaban a ver el mandato del Rey, para no salirse un punto de él”.
     Luego Almagro quiso reforzar la moral de sus hombres haciéndoles ver que fue justo matar a Pizarro y que tenían el derecho a la gobernación de Nueva Toledo, la colindante por la parte del sur con la de Nueva Castilla (Perú), que era la concedida a Pizarro. Y, en verdad, le correspondía por herencia de su padre, pero, precisamente por el crimen cometido, quedaban a merced de lo que decidiera Vaca de Castro o, lo que era lo mismo, el Rey.
     Para darles esa confianza a sus hombres, que allí le estaban escuchando quizá deseosos de ser engañados, les leyó la provisión real por la que se le concedió a su padre la gobernación, e incluso el testamento de este, donde le dejaba heredero de la misma, aunque ya todo era papel mojado. Pero su gente estaba entusiasmada. “Les dijo también que el Gobernador Vaca de Castro no traía poder ni autoridad para desposeerle de la gobernación. De tal manera les supo hablar este mozo, que les levantó los corazones, y los provocó a seguirle contra cualquier capitán que contra ellos viniese. Y, ciertamente, los soldados que allí estaban eran en su mayoría de valor e clara sangre, e, como desde el principio se habían mostrado amigos de Don Diego, se animaban a seguirle”. Habían cogido manía a otro personaje muy importante, por considerar que no era imparcial: “Y dicen que, como en tanta manera aborreciesen al cardenal Jerónimo de Loaysa (arzobispo de Lima), y supiesen que Vaca de Castro había sido nombrado por su causa, le hicieron una estatua y la quemaron, diciendo contra ella muchas injurias”. Recordemos que también Hernando Pizarro era sospechoso de haber influido para que le dieran el cargo.

     (Imagen) Es imposible entender lo que fue la aventura de Indias sin contar con la mentalidad religiosa de aquellos hombres y el peso que tuvieron los clérigos. El honrado Cieza confiesa que se muerde la lengua para no hablar del mal ejemplo de algunos de ellos, pero admira sin paliativos a muchos otros. Es el caso del cardenal y arzobispo de Lima JERÓNIMO DE LOAYSA, dominico. Nació el año 1498 en Trujillo, esa cuna de la que salieron tantos héroes de Perú. Estaba emparentado con otros importantes personajes, como García Jofre de Loaysa, quien en 1525 dirigió el segundo viaje hacia las Molucas. Tenía bajo su mando al glorioso Juan Sebastián Elcano, que murió el año 1526 de escorbuto durante el trayecto. Quizá Elcano fuera más  competente que Loaysa, pero es posible que, tanto este como el arzobispo de Lima, vieran promocionada su carrera por otro pariente de ambos, el obispo y presidente del Consejo de Indias García de Loaysa. Es indiscutible la gran talla de Jerónimo de Loaysa como organizador, evangelizador, protector de los indios y promotor de la cultura (sirva de ejemplo su intervención en la fundación de la primera universidad de las Indias, la de Lima). Intentó cuanto pudo, pero sin éxito, apaciguar a pizarristas y almagristas, haciendo de mediador entre ellos muchas veces. Pero, al estar inmerso en el sangriento desbarajuste de las guerras civiles, se encontró enemigos de los dos bandos. Y, además, en un caso concreto, estuvo a punto de cometer, incomprensiblemente, un grave error. Él y fray Tomás San Martín (como ya vimos) se dejaron convencer (quizá amenazados) por el rebelde Gonzalo Pizarro para ir España a pedirle al Rey que lo reconociera como gobernador. Afortunadamente tropezaron por el camino con el gran Pedro de la Gasca, y les quitó la absurda idea de la cabeza. JERÓNIMO DE LOAYSA murió en Lima el año 1575.



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