(512) Como sabían que Vaca de Castro estaba ya cerca, se hicieron pronto
otros seis: “Prepararon en breve tiempo seis tiros grandes y bien hechos, a
pesar de que Pedro de Candía los hizo cuatro veces, según el parecer de todos
faltos de industria, arrepentido de haber dicho que los sabía hacer, y ponía
por excusa que se le helaba el metal”. Hablamos hace tiempo de que, un año
después, en 1542, Diego de Almagro el Mozo mató a Candía sospechando en la
guerra de Chupas que disparaba alta la artillería para no perjudicar a los
pizarristas. Cieza está ahora dejando entrever que estaba boicoteando la
construcción de los cañoncitos. La excusa de Candía no tenía mucho fundamento,
porque siempre se habla de él como un veterano arcabucero y experto en la
construcción de artillería, ya desde las guerras europeas. Tampoco es de
extrañar que se hubiera arrepentido de estar al servicio de Almagro, puesto que
pesarían mucho en él los recuerdos de su larga y gloriosa aventura al lado de
Pizarro y sus hermanos.
Todo esto pasaba en el Cuzco, y los almagristas sabían que Vaca de
Castro iba acercándose para enfrentarse con ellos en la ciudad. Por eso se
preparaban a conciencia para la lucha, pero, según Cieza, Diego de Almagro
tenía la esperanza de que hubiera un arreglo pacífico: “Don Diego y los
capitanes que estaban en la ciudad entraron en consulta sobre qué sería más
acertado hacer, y convinieron en salir de prisa del Cuzco, e requerir a Vaca de
Castro que no les diera batalla, porque esperaban a ver el mandato del Rey,
para no salirse un punto de él”.
Luego Almagro quiso reforzar la moral de sus hombres haciéndoles ver que
fue justo matar a Pizarro y que tenían el derecho a la gobernación de Nueva
Toledo, la colindante por la parte del sur con la de Nueva Castilla (Perú), que
era la concedida a Pizarro. Y, en verdad, le correspondía por herencia de su
padre, pero, precisamente por el crimen cometido, quedaban a merced de lo que
decidiera Vaca de Castro o, lo que era lo mismo, el Rey.
Para darles esa confianza a sus hombres, que allí le estaban escuchando
quizá deseosos de ser engañados, les leyó la provisión real por la que se le
concedió a su padre la gobernación, e incluso el testamento de este, donde le
dejaba heredero de la misma, aunque ya todo era papel mojado. Pero su gente
estaba entusiasmada. “Les dijo también que el Gobernador Vaca de Castro no
traía poder ni autoridad para desposeerle de la gobernación. De tal manera les
supo hablar este mozo, que les levantó los corazones, y los provocó a seguirle
contra cualquier capitán que contra ellos viniese. Y, ciertamente, los soldados
que allí estaban eran en su mayoría de valor e clara sangre, e, como desde el
principio se habían mostrado amigos de Don Diego, se animaban a seguirle”.
Habían cogido manía a otro personaje muy importante, por considerar que no era
imparcial: “Y dicen que, como en tanta manera aborreciesen al cardenal Jerónimo
de Loaysa (arzobispo de Lima), y supiesen que Vaca de Castro había sido
nombrado por su causa, le hicieron una estatua y la quemaron, diciendo contra
ella muchas injurias”. Recordemos que también Hernando Pizarro era sospechoso
de haber influido para que le dieran el cargo.
(Imagen) Es imposible entender lo que fue la aventura de Indias sin
contar con la mentalidad religiosa de aquellos hombres y el peso que tuvieron
los clérigos. El honrado Cieza confiesa que se muerde la lengua para no hablar
del mal ejemplo de algunos de ellos, pero admira sin paliativos a muchos otros.
Es el caso del cardenal y arzobispo de Lima JERÓNIMO DE LOAYSA, dominico. Nació
el año 1498 en Trujillo, esa cuna de la que salieron tantos héroes de Perú.
Estaba emparentado con otros importantes personajes, como García Jofre de
Loaysa, quien en 1525 dirigió el segundo viaje hacia las Molucas. Tenía bajo su
mando al glorioso Juan Sebastián Elcano, que murió el año 1526 de escorbuto
durante el trayecto. Quizá Elcano fuera más
competente que Loaysa, pero es posible que, tanto este como el arzobispo
de Lima, vieran promocionada su carrera por otro pariente de ambos, el obispo y
presidente del Consejo de Indias García de Loaysa. Es indiscutible la gran
talla de Jerónimo de Loaysa como organizador, evangelizador, protector de los
indios y promotor de la cultura (sirva de ejemplo su intervención en la
fundación de la primera universidad de las Indias, la de Lima). Intentó cuanto
pudo, pero sin éxito, apaciguar a pizarristas y almagristas, haciendo de
mediador entre ellos muchas veces. Pero, al estar inmerso en el sangriento
desbarajuste de las guerras civiles, se encontró enemigos de los dos bandos. Y,
además, en un caso concreto, estuvo a punto de cometer, incomprensiblemente, un
grave error. Él y fray Tomás San Martín (como ya vimos) se dejaron convencer
(quizá amenazados) por el rebelde Gonzalo Pizarro para ir España a pedirle al
Rey que lo reconociera como gobernador. Afortunadamente tropezaron por el
camino con el gran Pedro de la Gasca, y les quitó la absurda idea de la cabeza.
JERÓNIMO DE LOAYSA murió en Lima el año 1575.
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