(501) A gran distancia, en Quito, el Gobernador Cristóbal Vaca de Castro
había recibido las cartas de Alonso de Alvarado. Se alegró mucho de las noticias, y la misiva fue un éxito porque le
animó a ponerse en marcha y organizarse para la guerra contra los almagristas.
Él, por su parte, envió mensajes a indios amigos y a españoles con el fin de
que “se juntasen con él para castigar a Don Diego por la muerte que le había
dado al Marqués y por haber ocupado el reino”. Vaca de Castro contaba, en
principio, solamente con unos ciento veinte hombres, suyos y de Belalcázar, y
se les iba a unir el capitán Pedro de Vergara con algunos más. A Vaca de Castro
le parecieron suficientes para emprender el camino: “Salió de Quito, dejando
por su Teniente de Gobernador a Hernando Sarmiento. Mandó primero al Adelantado
Belalcázar que fuera por delante con veinte de a caballo a correr el campo, y
que, como era tan conocido de los naturales de aquella región, por haberlos
conquistado, les mandase proveer de bastimentos los aposentos por donde él
había de caminar. Belalcázar dijo que lo haría como se lo mandaba, y anduvo
hasta que llegó a Tomebamba, donde encontró al capitán Diego de Mora, a un tal
Barrientos y a otros que, con deseo de servir al Rey, acudían a juntarse con
Vaca de Castro”.
Y aquí conviene analizar un detalle interesante, porque nos va a aportar
datos sorprendentes sobre alguien de quien hablamos hace poco: “Entre estos
venía el capitán Francisco Núñez de Pedroso, al que desterraron de la Ciudad de
los Reyes cuando mataron a Francisco de Chávez (su gran amigo), el cual (Pedroso),
por evitar que lo castigasen por tener que ver con la muerte del Marqués,
fingió que venía a buscar a Vaca de Castro, y, al saber que el Adelantado
Belalcázar estaba allí, le pidió que le favoreciese de manera que Vaca de
Castro no le hiciese ningún mal tratamiento. Aunque a Belalcázar le avisaron de
que había sido uno de los más culpables de la muerte del Marqués, y de que Vaca
de Castro tenía gran deseo de apresar a los autores de aquella fechoría, para
castigarlos conforme al delito tan grande que habían cometido, no solamente se
alegró de que se salvase, sino que, para que pudiese ir sin que Vaca de Castro
le viese, le dio un caballo, diciéndole que anduviese hasta entrar en su
gobernación (la de Belalcázar), pues
en ella no tendría nada que temer”.
Vaca de Castro se alegró mucho al saber que Diego de Mora se le iba a unir
con varios soldados, pero, como era de esperar por la insensatez y la osadía de
Belalcázar, se le amargó el dulce: “Cuando supo que Belalcázar, sin su
consentimiento, había facilitado la huida de Francisco Núñez de Pedroso, lo
sintió grandemente, y enseguida, llamando a Belalcázar, se lo reprendió con
alguna aspereza, y, de allí adelante, no se fio tanto de su persona como antes.
Luego escribió al Teniente Sarmiento a Quito, amonestándole que procurase con
diligencia saber por qué camino iba el capitán Francisco Núñez de Pedroso, y lo
prendiese para castigarlo. Pero, aunque Sarmiento lo procuró, no pudo
prenderlo, porque, con el guía que le dio Belalcázar, supo muy bien
escabullirse y meterse en la gobernación, donde se juntó con el capitán Juan
Cabrera, e fue con él a Antioquia”.
(Imagen) Tendría que ser un buen capitán HERNANDO SARMIENTO para que Vaca de Castro lo dejara al mando de
la ciudad de Quito, pero es poco lo que se sabe de él. Sin embargo, un documento en el que aparece nombra también al
MARISCAL DIEGO CABALLERO, y su figura nos va a servir para sacar al escenario
otro aspecto de lo que fue la vida de algunos españoles en las Indias: la de quienes
nada tuvieron que ver con las luchas heroicas y evitaron todo riesgo o sufrimientos
excesivos. En el referido documento, el Rey le concede permiso a Caballero para
que “destos reinos, o del reino de Portugal e Islas de Cabo Verde e Guinea,
pueda pasar a las Indias diez esclavos negros, el tercio de ellos hembras”. Al
pie del escrito, se le autorizaba exactamente lo mismo a Hernando
Sarmiento. Precisamente, lo que caracterizó
la biografía de Caballero fue una dedicación exclusiva e insaciable a los
cargos políticos y a los negocios altamente lucrativos, gracias a lo cual llegó
a ser inmensamente rico. Esclavizó y explotó cuanto pudo a los nativos de las
Indias, aunque tuvo que reducir sus abusos cuando se dictaron leyes
restrictivas y de protección a los indígenas. Con el tiempo, amortiguó sus posibles remordimientos
haciendo obras de caridad y donaciones a la Iglesia. La ostentosa capilla que
construyó en la catedral de Sevilla (conocida como la Capilla del Mariscal)
tuvo, sin duda, dos intenciones (la condición humana puede ser bastante
contradictoria): resaltar su importancia social y conseguir indulgencias. El
cuadro de la imagen lo muestra a él (a la derecha, delatado por su cara) con su
hermano y su hijo, y es parte del magnífico retablo que allí mandó poner.
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