(504) La tensión iba en aumento. Y veremos un ejemplo práctico de
cómo, manteniendo apuntaladas las apariencias de normalidad, se puede resolver
un conflicto, aunque sea tragando sapos. Vaca de Castro no va a ceder, y se
saldrá con la suya, puesto que jugaba con la ventaja de ser el Gobernador de
Perú, la máxima autoridad. Pero pasó miedo porque el clima de las guerras
civiles facilitaba la anarquía. Le requirió a Belalcázar lo mismo, esta vez
enviándole a Sebastián Sánchez de Merlo, su secretario, con una orden escrita,
y dejándole claro que, si no la cumplía, incurriría en falta grave contra Su
Majestad. Pues, aunque parezca increíble, una vez más Belalcázar intentó
doblegar a Vaca de Castro, que llegó a asustarse, pero no tiró la toalla: “Cuando
Belalcázar vio el mandato de Vaca de Castro, se turbó en gran manera, y mandó a
la gente de su gobernación que se preparase para ir con él adonde el
Gobernador. Al saberlo Vaca de Castro por medio de Merlo, mandó a los
caballeros que con él estaban que estuviesen sobre aviso para ver si Belalcázar
quisiese intentar alguna cosa, y se lo impidiesen, y mandó a las arcabuceros
que estuviesen preparados. Cuando llegó, ordenó que le dejasen pasar, y
Belalcázar, con rostro triste, le dijo que estaba asombrado de que le ordenase
volver a su gobernación, pues sabía que había salido de ella para servir a Su
Majestad, y no volver a ella hasta que Diego de Almagro el Mozo fuese castigado”.
Vaca de Castro, con gesto serio, pero justificando sus razones, le soltó
lo que llevaba dentro: “Le dijo que no dudaba de que siempre se había mostrado
servidor muy leal de Su Majestad, y que no creería otra cosa si no fuera porque
él y los suyos favorecieron a Francisco Núñez de Pedroso para que pudiera huir
sin ningún castigo, proveyéndole de caballos y de guías por tal camino que no
se encontrasen con él (Vaca de Castro). Y que, además, él (Belalcázar)
había dado a entender con palabras, en Quito y en otras partes, que Don Diego
de Almagro el Mozo había hecho cosa muy acertada con la muerte que le dio al
Marqués Pizarro”.
Así que Vaca de Castro se mantuvo firme, y al temible Belalcázar no le
quedó más remedio que dar la vuelta hacia su gobernación. Pero pidió un
documento en el constara que no había sido por cobardía: “Vaca de Castro, por
contentarle, envió desde allí cartas al Rey diciéndole que el Adelantado
Belalcázar se volvía para servirle en la gobernación que le tenía encomendada
porque, en la del Perú, no se tenía mucha necesidad de su persona, ya que se
hacían cargo de ella Perálvarez Holguín y Alonso de Alvarado”.
Partido a regañadientes Belalcázar, que ya había
cumplido sesenta y un años trepidantes, Vaca de Castro continuó su viaje para
unirse con los pizarristas. Iba eufórico por el éxito del alistamiento de
soldados para su causa, y por la solvencia de los capitantes que estaban al
mando. Le llegaban cartas y noticias de lo que iba ocurriendo. Por donde él
pasaba, “en todos los sitios le recibían como Gobernador, salvo en la parte que
tenían Don Diego de Almagro o sus capitanes”.
(Imagen) Vemos que Vaca de Castro llevaba como secretario a SEBASTIÁN
SÁNCHEZ DE MERLO. Lo había escogido como tal a su paso por Panamá cuando iba hacia
Perú. Apenas hay datos de este escribano público, pero se cruzaron en su vida
otros personajes de relieve. El documento de la imagen (del año 1539) está
protagonizado en parte por él, ya que fue su redactor y el que dio fe de su
autenticidad. En el texto aparece alguien que estuvo a punto de complicarle la
vida a Hernando Pizarro (como ya vimos) cuando iba hacia Panamá para embarcarse
hasta España. Tanto, que desvió su ruta dirigiéndose a México. Se trata del
oidor FRANCISCO DE ROBLES, quien le había amenazado a Hernando con apresarlo de
inmediato por su implicación en la muerte de Diego de Almagro. En este escrito,
el que se defiende es Robles, por otro asunto del que le había acusado el
obispo de Panamá, FRAY TOMÁS DE BERLANGA, de quien procede recordar varias
cosas. Era un gran cartógrafo. El Rey le confió resolver el conflicto que había
entre Pizarro y Almagro sobre los límites de sus gobernaciones. Un temporal
desvió su barco y llegaron hasta las desconocidas Islas Galápagos, donde el
obispo, tras señalar su situación cartográfica, tomó valiosas notas de flora y
fauna. Llegado a su destino, la torpeza de Pizarro y de Almagro, obcecados en
sus ambiciones, le hartaron al obispo y tuvo que volverse sin resolver nada.
Bonita manera de iniciar unas terroríficas guerras civiles. En cuanto a este
documento, es de suponer que la razón la tenía fray Tomás de Berlanga. De hecho,
el prepotente oidor fue destituido.
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