(194) Cieza no puede evitar hacernos una
dura advertencia sobre tan melodramático documento: “Esto que habéis visto fue
el juramento que se hizo en el Cuzco. Consideradlo bien y notad lo que
pidieron, porque lo hallaréis en el discurso de esta obra (crónica) cumplido tan a la letra que es cosa de espanto, y para que
temáis hacer tales juramentos, pues con ellos se tienta a Dios todopoderoso, el
cual no haya permitido condenarles las almas, como también pidieron”. Hay que
ponerse en la mentalidad de la época para comprender el horror que siente
Cieza, cuya sensibilidad religiosa ha dejado patente a lo largo de su crónica.
Es chocante que Pizarro y Almagro se atrevieran a hacer públicamente un
juramento tan escandaloso por lo desproporcionado y que los testigos, incluido
el capellán Francisco Pineda, participaran en el acto con normalidad, a lo que
se añade que lo leyeron y firmaron solemnemente mientras asistían a la misa que
celebraba el padre Bartolomé de Segovia en la casa de Almagro. Cieza es el
único que razona de forma consecuente con la religiosidad de su tiempo.
Sigue después contando que los indios,
desanimados por sus continuos fracasos, decidieron mostrase pacíficos, “pero,
con deseo de ver divididos a los españoles para vengarse de tantos daños como
habían recibido, y conociendo su gran codicia, dijeron grandes cosas de
Chiriguana (era zona chilena),
afirmando haber tanto oro y plata que lo del Cuzco no era nada comparado con
aquello. Los españoles creíanlo y pensaban henchir las manos en aquella tierra.
Pretendían ir por generales de ese descubrimiento los capitanes Rodrigo Orgóñez
y Hernando de Soto; cada uno aseguraba que Almagro le tenía prometida la
jornada, porque él no pensó hacerla personalmente, sino aguardar a recibir las reales
provisiones que traía Hernando Pizarro. Pero Almagro, viendo los roces entre
aquellos capitanes, determinó ir él mismo a ella, y así lo publicó, de lo que
Soto se sintió algo; pero no lo dio a entender, ni quiso ir con él, y Almagro
dio palabra a Orgóñez de lo hacer su general”. El gran Hernando de Soto, ya
desplazado por los Pizarro, sufre ahora el desaire de Almagro, y esto va a ser
el motivo de que enseguida salga para España en compañía de Luis Moscoso, donde
pronto los dos se embarcarán en la heroica y fracasada expedición a la Florida,
aunque se evitaron el desastre de Chile y las terrible guerras civiles.
(Imagen) Da gusto leer un documento
(año1538) de Hernando de Soto y comprobar que, después de marcharse de Perú
harto de ser infravalorado por Pizarro y Almagro, aparece con cargos de tanto
relumbrón. Transcribo lo esencial. El escribano certifica lo siguiente: “En la
ciudad de Santiago, puerto de esta Isla Fernandina (Cuba) del Mar Océano (el
Atlántico), en catorce días del mes de setiembre, año del nacimiento de
nuestro Salvador Jesucristo de mil e quinientos e treinta e ocho años, el
Ilustre y Muy Magnífico Señor don Hernando de Soto, Adelantado, Gobernador e
Capitán de la provincia de Florida, Gobernador de esta dicha isla por Su Majestad,
mandó a Cristóbal de Torres, escribano de Su Majestad e público e del cabildo
de esta dicha ciudad, que leyese e notificase a los señores oficiales de su
Majestad, en esta isla residentes, un escrito e una cédula de la Emperatriz
Reina Nuestra Señora, su tenor de lo cual es este que se sigue”. El escrito es
de Soto: “…digo y requiero a Hernando de Castro e Gonzalo Hernández de Medina,
oficiales de su Majestad en esta dicha isla, que vean esta orden de la
Emperatriz y la cumplan como en ella se contiene, e cumpliéndola me provean, de
la Hacienda de Su Majestad, de todo lo que sea necesario para la labor de la
fortaleza que Su Majestad manda hacer en la villa de La Habana”. Debajo aparece
la cédula de la Emperatriz ordenándolo.
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