(180) Belalcázar tuvo el detalle de ponerle a la ciudad el nombre de San
Francisco de Quito en honor de Francisco Pizarro. Con su constante empatía,
Cieza se queja de que la mala administración de Belalcázar esquilmó a los
indios, y vuelve a hacer referencia a la justicia divina: “Así como todo lo que
tomaban era y es sudor de sangre (de los
indios), así hemos visto en nuestros días (los de las guerras civiles) los notables castigos que el poderoso
Dios ha hecho en la mayoría de los perpetradores”.
No deja de ser curioso que en Ecuador
muchos prefieran considerar a Almagro como el verdadero fundador de Quito. Sin duda
tenía mucho más rango militar que Belalcázar, pero su previa fundación fue algo
casi simbólico y en un lugar próximo a Quito. Belalcázar estableció su
instalación definitiva y además con toda
la parafernalia que exigía el protocolo. Puede ser que a los ecuatorianos les
agrade más el comportamiento histórico de Almagro. También resulta sorprendente
que esos tres gigantes de Indias, Pizarro, Almagro y Belalcázar, fueran
analfabetos. El mal se produjo en su infancia, y aunque hubiesen intentado
después saber leer y escribir (como fue
el caso de Pizarro), su trepidante vida de sufrimientos y peligros no les
dejaría tiempo ni ganas para entregarse con torpeza a un aprendizaje infantil.
Creyendo Almagro que Pizarro estaba en
Juaja, tomó ese rumbo, pero se detuvo antes en la población más antigua, San
Miguel, y allí se mostró ostentosamente
generoso, quizá con la intención de obtener apoyos entre los españoles: “Contar
las liberalidades que Almagro hizo en este viaje sería nunca acabar porque se
mostró tan dadivoso que volaba su fama por todas partes. Hacía mercedes
hinchado de vanagloria, porque en secreto poco o nada quería dar, pero en
público, donde hubiese mucha gente, le gustaba que le pidiesen, sin volver el
rostro ni mostrarse triste. Esto hizo que la mayoría de aquellos caballeros que
habían venido con Alvarado le tomasen amor y se aficionasen a él como se
aficionaron”.
Como en la ruta estaba Pachacama, el lugar
escogido por Pizarro para su nueva fundación, Almagro y Alvarado se encontraron
con él: “Pizarro, al saber que ya llegaban, salió a recibirlos con mucha gente
de caballo. Y al verse, se abrazaron Pizarro, el Adelantado y el Mariscal; y a
todos los caballeros que venían los recibió muy bien el Gobernador. Tras
aposentarse, Pizarro y Almagro tuvieron tales pláticas que se entendió
claramente que todo lo que se había dicho (de
las malas intenciones de Almagro) era mentira”.
También Alvarado le confirmó su buena
voluntad y el trato que había hecho con Almagro. Olvidándose de momento del
dinero que tendría que darle Pizarro, Alvarado solo le pidió una cosa: “Le dijo
que le diese su palabra de tener por suyos a todos los caballeros tan principales
que habían venido en su compañía, para los honrar y aprovechar, pues muchos
habían dejado a sus indios y haciendas, y gastado lo que tenían para venir con
él. Respondió Pizarro con mucha alegría, prometiendo hacer con ellos como con
sus propios hermanos”.
(Imagen) Me voy a poner épico y agorero
porque impresiona contemplar el abrazo que se dieron en Pachacama aquellos tres
gigantes de las Indias con trágico final. DIEGO DE ALMAGRO encontró a PEDRO DE
ALVARADO, y logró milagrosamente
que aceptara el acuerdo que
evitó un enfrentamiento militar. PIZARRO los recibe alegremente, a
Almagro tras largo tiempo sin verlo, y a Alvarado, probablemente, por primera
vez en su vida, aunque, como todo el mundo, conocía su glorioso historial.
Pedro de Alvarado murió poco después en campaña, como consecuencia de ser
aplastado por un caballo. Gajes normales de la profesión de ‘conquistador’. Lo que no tuvo nada de normal en las Indias
fue el desastroso final de Almagro y Pizarro, español contra español. Almagro,
derrotado en batalla, fue juzgado y ejecutado en el Cuzco por Hernando Pizarro.
No estaba allí Francisco Pizarro, pero es impensable que tal crueldad fuera
llevada a cabo sin su permiso, quizá con el frío cálculo de que ‘muerto el
perro, se acabó la rabia’. La tumba de Almagro, situada en la iglesia de la
Merced del Cuzco, fue modesta. La tumba de Pizarro es hoy un solemne mausoleo
en la catedral de Lima. La tumba de Alvarado permanece en la vieja catedral de
Guatemala y está bien acompañado: una lápida dice que allí yacen también su
esposa, Beatriz de la Cueva (la ‘sin ventura’), y un personaje inolvidable,
entrañable y afortunado (murió rondando los 90 años): el gran BERNAL DÍAZ DEL
CASTILLO.
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