lunes, 8 de enero de 2018

(Día 585) Pedro de Alvarado tiene un arrebato por la traición de Picado. Se prepara para atacar a Almagro si no lo devuelve. Cruce de desafiantes mensajes entre los dos. Van rebajando el tono del enfrentamiento.

     (175) Sigamos con el hilo de la historia. Al darse cuenta de la traición de Antonio Picado, la rabia de Alvarado fue incontenible y ordenó a varios de sus hombres que partieran para atacar a Diego de Almagro si no se lo entregaba: “Airose mucho el Adelantado, amenazando que lo mataría si lo prendiese. Mandó que saliesen cuatrocientos españoles, cuarenta de ellos a caballo junto al pendón real, Diego de Alvarado en la vanguardia, y Gómez de Alvarado junto a su persona. Mateo Lezcano iba por capitán de sesenta arcabuceros y ballesteros. La guardia iba a cargo de Rodrigo de Chaves; Jorge de Benavides fue como capitán del resto de la gente, y afirmaba el Adelantado que, si no le entregaban a Picado, había de desbaratar al Mariscal. Marcharon con gran orden hasta llegar a Riobamba, adonde el Adelantado envió un escudero para que dijese a Diego de Alvarado que hiciese alto sin trabar escaramuza ni pelear con los contrarios”.
     Almagro sospechaba que iba a haber problemas: “No dormía, ni tampoco los que con él estaban. Se habían preparado con entera determinación para lo que sucediese. Le envió Alvarado un mensajero a Almagro a decirle que le entregara a Picado, pues, siendo su criado, lo había servido tan mal. Respondió Almagro que Picado era libre y podía ir adonde quisiera. Envió, además, al alcalde Cristóbal de Ayala y al escribano Domingo de la Presa que fueran a requerirle a Alvarado, de parte de Dios y del emperador, que no diese lugar a escándalos, ni fuese contra la justicia real, ni entrase en la ciudad que ya tenían poblada, sino que se volviese a su gobernación de Guatemala y dejase la que el rey había encomendado a Francisco Pizarro, haciéndole responsable de los daños y muerte que resultasen”.
     Alvarado, en su contestación a los representantes de Almagro,  insistió en que él era gobernador y capitán general de su Majestad y había entrado en Perú con permiso para descubrir lo que estuviese fuera de lo concedido a Pizarro, y hasta se puso faltón al decir que, si ‘ellos’  habían ocupado lo que no les correspondía, aceptaría que le pagaran lo que fuera necesario. “Replicaron  el alcalde y el escribano que, no obstante la respuesta que les daba, le requerían que retrocediera una legua para asentar su campamento, y allí tratarían unos y otros lo que fuese mejor. Alvarado, que no deseaba desobedecer al rey, mandó al licenciado Caldera, su justicia mayor, y a Luis de Moscoso que fuesen a hablar con Almagro de su parte para que trataran lo que a todos convenía con toda cordura y discreción. Los españoles de ambos campos no todos tenían el mismo corazón, porque unos querían guerra y otros paz, y cada uno deseaba lo que veía que le sería más provechoso. Llegados donde estaba Almagro, les dijo a Luis de Moscoso y al licenciado Caldera que todo aquello era gobernación de Pizarro y que Alvarado debía volverse a su gobernación (Guatemala)”. De momento, y para alivio general, quedaron de acuerdo en que Alvarado y sus hombres se asentaran en un lugar próximo a Riobamba, con el fin de tratar allí el asunto más calmadamente.


    (Imagen) Todas eran vidas intensas. Veamos una más sacada casi del anonimato: ¿Quién era ese Domingo de la Presa al que envía Almagro a razonar con Alvarado? Figuró como escribano del rey en el acta de fundación de la ciudad de Lima, de la que fue alcalde. Ejerció también el cargo de contador. En 1537 aparece como testigo en el conflictivo asunto de los documentos sobre los límites de las gobernaciones de Pizarro y Almagro. En 1539 hospedó en su casa al huérfano Diego de Almagro el Mozo. ¿Y qué más? Busco en esa maravilla que es PARES (Portal de Archivos Españoles) y encuentro un expediente de 96 páginas que aportarán valiosa (y prácticamente desconocida) información sobre él, porque recoge su historial en Indias. De momento, resumo la primera página. La escribe en 1559 un sobrino suyo, Pedro de la Presa. Cuenta que Domingo murió en Sevilla, quedando frustrada su intención de casarse y volver a Perú. Al no dejar hijos, Pedro, en representación de todos los herederos, le pide licencia al rey para ir a Perú a recuperar unos 40.000 pesos que eran de su tío; necesita hacerlo porque le confiaron esa misión a Jerónimo de Escribano, un mercader de Bilbao, que sigue viviendo en Perú con su mujer e hijos y no les ha mandado ninguna comunicación. El escrito nos descubre dos cosas más: Domingo de la Presa era del Valle de Salcedo, en las Encartaciones de Vizcaya (que lindan con el burgalés Valle de Mena) y murió hacia el año 1547.


No hay comentarios:

Publicar un comentario