(175) Sigamos con el hilo de la historia. Al
darse cuenta de la traición de Antonio Picado, la rabia de Alvarado fue
incontenible y ordenó a varios de sus hombres que partieran para atacar a Diego
de Almagro si no se lo entregaba: “Airose mucho el Adelantado, amenazando que
lo mataría si lo prendiese. Mandó que saliesen cuatrocientos españoles,
cuarenta de ellos a caballo junto al pendón real, Diego de Alvarado en la
vanguardia, y Gómez de Alvarado junto a su persona. Mateo Lezcano iba por
capitán de sesenta arcabuceros y ballesteros. La guardia iba a cargo de Rodrigo
de Chaves; Jorge de Benavides fue como capitán del resto de la gente, y
afirmaba el Adelantado que, si no le entregaban a Picado, había de desbaratar
al Mariscal. Marcharon con gran orden hasta llegar a Riobamba, adonde el
Adelantado envió un escudero para que dijese a Diego de Alvarado que hiciese
alto sin trabar escaramuza ni pelear con los contrarios”.
Almagro
sospechaba que iba a haber problemas: “No dormía, ni tampoco los que con él
estaban. Se habían preparado con entera determinación para lo que sucediese. Le
envió Alvarado un mensajero a Almagro a decirle que le entregara a Picado,
pues, siendo su criado, lo había servido tan mal. Respondió Almagro que Picado
era libre y podía ir adonde quisiera. Envió, además, al alcalde Cristóbal de
Ayala y al escribano Domingo de la Presa que fueran a requerirle a Alvarado, de
parte de Dios y del emperador, que no diese lugar a escándalos, ni fuese contra
la justicia real, ni entrase en la ciudad que ya tenían poblada, sino que se
volviese a su gobernación de Guatemala y dejase la que el rey había encomendado
a Francisco Pizarro, haciéndole responsable de los daños y muerte que
resultasen”.
Alvarado,
en su contestación a los representantes de Almagro, insistió en que él era gobernador y capitán
general de su Majestad y había entrado en Perú con permiso para descubrir lo
que estuviese fuera de lo concedido a Pizarro, y hasta se puso faltón al decir
que, si ‘ellos’ habían ocupado lo que no
les correspondía, aceptaría que le pagaran lo que fuera necesario. “Replicaron el alcalde y el escribano que, no obstante la
respuesta que les daba, le requerían que retrocediera una legua para asentar su
campamento, y allí tratarían unos y otros lo que fuese mejor. Alvarado, que no
deseaba desobedecer al rey, mandó al licenciado Caldera, su justicia mayor, y a
Luis de Moscoso que fuesen a hablar con Almagro de su parte para que trataran
lo que a todos convenía con toda cordura y discreción. Los españoles de ambos
campos no todos tenían el mismo corazón, porque unos querían guerra y otros paz,
y cada uno deseaba lo que veía que le sería más provechoso. Llegados donde
estaba Almagro, les dijo a Luis de Moscoso y al licenciado Caldera que todo
aquello era gobernación de Pizarro y que Alvarado debía volverse a su
gobernación (Guatemala)”. De momento,
y para alivio general, quedaron de acuerdo en que Alvarado y sus hombres se
asentaran en un lugar próximo a Riobamba, con el fin de tratar allí el asunto
más calmadamente.
(Imagen) Todas eran vidas intensas. Veamos una más sacada casi del
anonimato: ¿Quién era ese Domingo de la Presa al que envía Almagro a razonar
con Alvarado? Figuró como escribano del rey en el
acta de fundación de la ciudad de Lima, de la que fue alcalde. Ejerció también el
cargo de contador. En 1537 aparece como testigo en el conflictivo asunto de los
documentos sobre los límites de las gobernaciones de Pizarro y Almagro. En 1539
hospedó en su casa al huérfano Diego de Almagro el Mozo.
¿Y qué más? Busco en esa maravilla que es PARES (Portal de Archivos Españoles)
y encuentro un expediente de 96 páginas que aportarán valiosa (y prácticamente
desconocida) información sobre él, porque recoge su historial en Indias. De
momento, resumo la primera página. La escribe en 1559 un sobrino suyo, Pedro de
la Presa. Cuenta que Domingo murió en Sevilla, quedando frustrada su intención
de casarse y volver a Perú. Al no dejar hijos, Pedro, en representación de
todos los herederos, le pide licencia al rey para ir a Perú a recuperar unos
40.000 pesos que eran de su tío; necesita hacerlo porque le confiaron esa
misión a Jerónimo de Escribano, un mercader de Bilbao, que sigue viviendo en
Perú con su mujer e hijos y no les ha mandado ninguna comunicación. El escrito
nos descubre dos cosas más: Domingo de la Presa era del Valle de Salcedo, en
las Encartaciones de Vizcaya (que lindan con el burgalés Valle de Mena) y murió
hacia el año 1547.
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