(183) Como Cieza es un escritor minucioso
y, de ser necesario para aclarar las cosas, da marcha atrás siguiendo el hilo
de los acontecimientos y de sus influencias mutuas, nos sitúa ahora
(retrocediendo dos años) en el momento en que Hernando Pizarro partió para
España, como lucido y triunfal
embajador, para llevarle al emperador Carlos el quinto del botín obtenido y
pedirle nombramientos y títulos. Lo hace así porque Hernando volvió justamente
cuando Pizarro fundó la Ciudad de los Reyes, que es lo que acabamos de ver.
Pues que nos diga qué pasó: “Hernando Pizarro y los que le acompañaban salieron
desde Nombre de Dios con tanta plata y oro, que llevarían las naves lastradas
de este metal. Entró en Sevilla con todo el tesoro. Desasosegó a toda España
esta noticia porque se decía que la Casa de la Contratación estaba llena de
tinajas y cántaros de oro y plata. No se hablaba sino del Perú, moviéndose
muchos para ir allá”. Hernando se encontró con el rey en Toledo, y la impresión
del monarca fue enorme, abrasándole a preguntas sobre todo lo de Perú y queriendo
saber también “si imprimieron en los indios la fe”.
“Dicen que estando en la Corte, Hernando
Pizarro procuraba, por las vías que podía, aniquilar la persona de Almagro
oscureciendo sus servicios, mas que, llegando Cristóbal de Mena (uno de los cronistas), informó lo
contrario de aquello. Y como el emperador es tan cristianísimo príncipe y en
aquellos tiempos se creía que estaban las Indias bien gobernadas, fue servido de
que Almagro gobernase doscientas leguas de costa más allá de lo que Pizarro
gobernaba”. Hay que recordar que Almagro le prometió dinero a Hernando Pizarro
para que le consiguiera ese nombramiento real, pero, como no se fiaba, tuvo la
precaución de encargarles, por si acaso, también la gestión a Cristóbal de Mena
y a Juan de Sosa. Parece ser que, como Hernando vio que su intento de anular a
Almagro fracasaba, se hizo finalmente su valedor ante el rey para quedarse con
el dinero prometido. En cualquier caso, sobraba que Almagro recurriera a
Hernando después de haber sido burlado por los Pizarro. Esas doscientas leguas
concedidas a Almagro tenían que desplazarse setenta leguas que le eran
ampliadas al territorio de Pizarro. Su gobernación se llamó Nueva Toledo (la de
Pizarro era Nueva Castilla). Cieza da los nombres de los funcionarios que
destinó el rey a aquella demarcación (la organización administrativa era cosa
muy seria): “Se nombraron de la Real Hacienda: por veedor Turuégano, por
tesorero Manuel de Espinar y por contador Juan Guzmán”. Siempre que puede,
Cieza hace una llamada a la sensatez. Él sabía bien lo peligroso que era ir al
Nuevo Mundo: “Como se habían dicho tantas cosas del Perú, muchos, para partir,
vendían las haciendas con las que podrían vivir como sus padres, y la mayoría
murieron miserablemente; vinieron muchos y volvieron pocos. Los oficiales
dejaban sus oficios y muchos a sus mujeres, con deseo de tener aquel oro y
aquella plata. Como muchos dejaban a sus mujeres mozas y hermosas, acuérdome
que, estando yo en Córdoba, harto muchacho, oía un cantar que decía, ‘los que
fuéredes al Perú, guardaos del cucurucú”. El dicho sería claro en su tiempo, y
el sentido de lo que dice Cieza no admite dudas: los españoles no eran un
modelo de castidad en Indias, pero dejaban aquí a sus mujeres a merced de
cualquier ‘gallo’.
(Imagen) Almagro, que no se fiaba un pelo
de Hernando Pizarro, consiguió, a través su amigo el cronista Cristóbal de Mena,
que el Emperador le concediera una gobernación y nombrara los tres preceptivos funcionarios
para aquel territorio. Fueron, en la medida de lo posible, fieles colaboradores
de Almagro durante las guerras civiles. El nombrado Veedor, Turuégano, natural
de Valladolid, murió en el Cuzco hacia 1556. Había llegado a Perú en 1536, al
mismo tiempo (pero en distinto barco) que el que recibió el cargo de Tesorero,
Manuel de Espinar, de cuya salida de España da fe el documento-registro de la
imagen (año 1536); en su inicio se lee: “Juan de Partearroyo (apellido del Valle de Mena –Burgos-),
clérigo y señor Vicario de la diócesis de Sevilla, pasó a Tierra Firme (Las Indias) en compañía del Tesorero
Manuel del Espinar, en la nao de Francisco Martínez y Fernando Alfaro…”.
Siempre fiel a Almagro y a su hijo,
terminó ejecutado por Gonzalo Pizarro. El tercero en cuestión, fue el Contador
Juan de Guzmán, nacido en Villadiego (Burgos), que ya estaba en Perú cuando le
asignaron el cargo y era un incondicional de Almagro, hasta el punto de que en 1541 estuvo en el grupo de hombres conjurados para acabar con
la vida de Pizarro. Aquellas guerras civiles fueron un río de sangre y quizá la
página más triste y bochornosa de la historia de las indias.
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