(171) Pero cambiaron de idea, dispuestos a
todo. “El Adelantado Alvarado, con el licenciado Caldera y los principales que
allí estaban, determinó que convenía, para que no se perdiesen totalmente,
pasar los alpes (montañas nevadas)
comoquiera que pudiesen, pues sabían que donde estaba Diego de Alvarado había
buena tierra”. Hasta renunciaron al oro por no cargarlo. Alvarado dio licencia
para que cogiera cada uno el que quisiese del botín que habían obtenido en la
costa: “Ya no lo estimaban; todo aquel oro se perdió, dejándolo por aquellos
lugares”.
Así que volvieron a intentar vencer a la nieve. Pedro de Alvarado estaba
deprimido recordando cómo se le había muerto la gente: “Encubriendo esta
congoja, procuró animar a los españoles, esforzándolos con palabras. Sabía de
ellos que tenían en menos enfrentarse en batalla con enemigos más numerosos que
pelear contra los elementos. Puestos en camino, solo hablaban de las nieves,
hasta que llegaron cerca de ellas y se alojaron; al otro día, subieron la
sierra sin ver otra cosa que nieve y tuvieron una gran tormenta. Los caballos
sentían el trabajo, los que iban encima, mucho mayor que los que caminaban,
porque estos se calentaban con el ejercicio del camino, y ellos iban helados y
sin vigor. Los desventurados indios e indias iban gritando por morir tan
miserablemente; caían faltos de toda fuerza; boqueando, echaban las ánimas del
cuerpo. Muchos hubo que, de cansados,
se arrimaban a algunas rocas y se quedaban helados y sin almas, de tal manera
que parecían espantajos (¿momias?).
De los negros también se helaron muchos. Y aunque los españoles sean de muy
buena complexión, comenzaron algunos a quedarse muertos sin tener otras
sepulturas que las nieves. Dejaban allá sus armas, sus ropas y todo el haber
que tenían (hasta el oro, como dijo antes);
ni querían ni procuraban otra cosa sino salvar las vidas. El ensayador (de los metales) Pero Gómez y su caballo se helaron. Helose Guesma y su
mujer, con dos hijas doncellas que llevaban, que es mucha lástima contarlo por
los gemidos que dieron. Murieron con estas nieves quince españoles y seis
mujeres españolas y muchos negros y más de tres mil indios e indias”.
Habían
conseguido superar el terrible paso de montaña, pero pagando un precio muy alto
y hasta sufrieron de inmediato un breve ataque indio: “Tuvieron noticia los
naturales de esta desventura, y venían en cuadrillas. Mataron a un español y
quebraron un ojo a otro, que era herrero. Después de haber pasado el trabajo
que se ha contado y mucho más, el Adelantado y los que seguían vivos llegaron
al pueblo de Pasa, donde contaron que se habían muerto desde que salieron de la
costa ochenta y cinco españoles y muchos caballos, y tantos indios que es dolor
decirlo. Con este mal quedaron las capitanías deshechas. Siguieron caminando y
llegaron al grande y real camino de los incas, donde hallaron huella de
caballos y rastro de españoles, lo que les pesó, y determinó el Adelantado que
fuese a observar el campo Diego de Alvarado con algunos de a caballo”. No les
hizo ninguna gracia comprobar la proximidad de los españoles porque sabían que
iban a tener problemas de rivalidad sobre los derechos de conquista.
(Imagen) DETERMINACIÓN. La terrible determinación es lo que destaca de
los españoles en el relato de los cronistas. Como ahora la de Pedro de
Alvarado, que había dado la vuelta atrás porque casi se mueren todos en la
travesía de las nieves de los Andes, pero ha sido solo para coger más impulso e
intentarlo de nuevo pase lo que pase y carcomido de angustia. Lo lograron, pero
a muy alto precio. En el escenario vemos el drama de los españoles, heroicos y
sufridos. Murieron 15 hombres y 6 mujeres. Pero Cieza nos habla también con
estremecimiento y compasión de los silenciosos olvidados, los esclavos negros
(no eran muchos) y el enorme número de indios e indias de servicio, sin los
que, como él mismo dice, no habrían sido posibles las campañas de las Indias.
Pone los pelos de punta lo que revela. Habla de 3.000 indios muertos en la
helada travesía. Las cifras de los cronistas suelen ser muy exageradas, pero el
fondo, no, de manera que, sin duda, la mortandad fue terrible. Un caso extremo y
habitual de exageración fue el de Bartolomé de las Casas, con dos efectos: uno
positivo, al concienciar a la corte española de que era necesario dictar leyes
más humanas para proteger a los indios, pero otro, negativo, porque sus
críticas desmedidas y sus cifras disparatadas sirvieron para reforzar la propaganda de una leyenda negra.
Por otra parte, esas masas de indios no
solían ir totalmente forzadas, sino, según sus tradicionales costumbres,
cedidas por caciques aliados de los españoles.
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