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De manera que ninguno de los dos quería que explotara un conflicto armado, y el
cauteloso Almagro consiguió que Alvarado y su tropa no entraran en Riobamba,
pero ya habían dado un paso peligroso y previsible: encender la yesca para
acercarla a la mecha. Y no se fiaban unos de otros: “Almagro decía a los que
con él estaban que estuviesen siempre preparados y con buen ánimo por si
intentase algo Alvarado, certificándoles que, si a tal término llegasen las
cosas, él tenía palabra de muchos de los suyos de que se habían de pasar a su bando;
todos sus hombres mostraron voluntad entera para morir por lo que les mandase”.
Cieza nos cuenta que Pedro de Alvarado, el bravo héroe de mil batallas, sufría
por no poder atacar: “Parecíale por una parte que era pequeñez suya, teniendo
tanta gente y tan principal, darle tanta importancia a Almagro, y que debería
seguir adelante y hacer lo que le conviniese; pero por otra, consideraba que
estaba en gobernación ajena y que el emperador se tendría por deservido de cualquier
cosa que sucediese”. Se encontraba en un callejón sin salida, porque la opción
de retirarse traería consecuencias desastrosas: “Parecíale que había gastado
muchos pesos de oro en los navíos y en los gastos de la armada, y que lo mismo
habían hecho los que venían con él; además, si volvían a la costa para
embarcarse y descubrir por ella, sería casi imposible porque los navíos habían
partido para Nicaragua; si retrocedían por las nieves todos morirían, y también
le parecía otro mayor trabajo el largo caminar de la sierra hasta salir de los
límites de Pizarro”.
Los de Alvarado se enredaron en agrias discusiones: “Los que eran
mancebos y tenían la sangre hirviente pedían que amaneciesen sobre Almagro y le
prendiesen a él y toda su gente, que poblase aquella tierra y que fuese por el oro de Quito; otros le animaban a que
caminara hasta salir de la gobernación de Pizarro para poder poblar y
conquistar; los hombres cuerdos, que entre ellos venían muchos, afeaban estos
dichos, diciéndole que no diese lugar a ningún escándalo ni a que Su Majestad
fuese deservido”. Luego Cieza nos dice
poéticamente que no pegaron ojo: “Pasaron aquella noche con gran recogimiento,
sin que el embelesamiento del sueño les impidiese estar en vela recelándose los
unos de los otros. Mas, cuando vino el día, el Adelantado, acompañado de
algunos caballeros, fue a la ciudad de Riobamba a verse con el Mariscal,
estando todos armados con armas secretas. Abrazáronse cuando se vieron, y el
Adelantado hizo un discurso largo diciendo que eran públicos en todos los
reinos de las Indias los servicios que había hecho al emperador y con cuánta
lealtad (se quedaba corto) y que,
puesto que Su Majestad se los había pagado con los repartimientos que le había
dado y la merced de que gobernase Guatemala, no le parecía honesto estar ocioso,
ni que cumplía con su pundonor si no emprendiese nuevos trabajos para que la
fama tuviese más que contar”. Fue sincero después contándole a Almagro que el
emperador le había dado licencia para descubrir por las islas del Pacífico,
pero que a él le pareció mejor dirigirse a alguna zona de Perú que no estuviera
dentro de la gobernación de Pizarro.
(Imagen) PEDRO DE ALVARADO tenía licencia para ir descubriendo hacia Las
Molucas. Organizó una gran armada y cambió de idea al oír las maravillas de Perú,
pero se metió donde ya había dos gallos, Pizarro y Almagro, que no le dejaron
entrar y hasta terminaron luchando a muerte entre ellos mismos. Así que se
preparó para navegar por el Pacífico: tampoco le fue posible porque murió
pronto. Su historial de conquistador salió ganando con estas desgracias, dado
que, lo que había conseguido hasta entonces en México y Guatemala era
legendario. De haber ido hacia Asia, con toda probabilidad habría acabado
también muriendo, o totalmente fracasado. El propósito del viaje era demencial:
descubrir la mítica isla de Tarsis, llena de tesoros según los relatos bíblicos.
Algo así como lo que intentó Álvaro de Mendaña años después, esta vez en busca
de las minas del rey Salomón. Creyó que había acertado con el objetivo cuando
encontró un gran archipiélago; pero, de oro y plata, nada, y se consoló
denominándolo Islas Salomón. En aquel tiempo, ni siquiera conocían el camino de
vuelta, impedido por corrientes marítimas contrarias. Así siguieron las cosas
hasta que el gran ANDRÉS DE URDANETA dio con él en 1565. Fue el llamado
TORNAVIAJE, que permitió establecer la ruta fija conocida como la del GALEÓN DE
MANILA, utilizada hasta el año 1815.
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