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Y Pedro de Alvarado, optando por la cordura entre los opuestos consejos de sus
hombres, dio el segundo paso necesario para que aquello no acabara
violentamente: “Dijo que habían salido las cosas muy diferentes de lo que él
pensó, y puesto que halló poblada aquella tierra y tomada en posesión por
Pizarro en nombre de la corona de Castilla, se ponía debajo de su jurisdicción
porque no quería dar lugar a que Dios nuestro señor y Su Majestad fuesen
deservidos. Respondió Almagro que no esperaba otra cosa de él. Y estando en
estas pláticas, llegaron Belalcázar, Vasco de Guevara, Diego de Agüero,
Pacheco, Girón y otros hombres de Pizarro a besarle las manos a Almagro.
Recibiolos muy bien, y asimismo los que habían venido con el Adelantado se
humillaron ante Almagro”. Incluso las ‘traiciones’ fueron olvidadas: “Antonio
Picado se presentó delante del Adelantado, y lo perdonó sin mostrar mal rostro;
Felipillo volvió adonde Almagro, a quien tampoco riñó ni castigó por lo que
había hecho (hasta que la armó de nuevo)”.
Y Alvarado,
con sensatez, a pesar de la oposición de gran parte de su tropa, decidió
renunciar a sus pretensiones negociando un trato razonable, que parecía
imposible pero se consiguió: “Hubo muchas pláticas sobre lo que convenía hacer. Interviniendo en ello el licenciado Hernando
Caldera y otros varones cuerdos, se determinó que el Adelantado dejase la gente
y navíos en el Perú y se volviese a su gobernación de Guatemala a cambio de que
le pagasen los grandes gastos que había hecho. A muchos les pesó esta
determinación y otros se alegraban pareciéndoles que era bueno quedarse en
tierra tan rica. Fueron y vinieron de un campo al otro hasta que llegó la
conclusión final: que le diesen al Adelantado unos ciento veinte mil
castellanos (más de cuatrocientos kilos
de oro) por lo mucho que gastó en la armada, y el Adelantado había de
entregar los navíos y la gente, sin tener mando ni poder en ello”.
La decisión era irrevocable. Alvarado
trató de presentarles el trato a sus hombres como algo maravilloso (ni siquiera
para él lo era). Algunos estaban eufóricos por la ilusión de conquistar. Pero
otros apenas podían contener la rabia por tener que cumplir algo que les
revolvía el estómago: “Tras oír a don Pedro de Alvarado, algunos lo tomaron a
mal, diciendo que ellos no eran negros vendidos por dinero. Diego de Alvarado (pariente de Pedro) arrojó las armas con
grande saña diciendo: ‘Gran mengua ha sido esta para los Alvarados’. El
Adelantado procuraba amansarlo diciendo que él se vería con Francisco Pizarro y
haría que los tuviese en lo mucho que merecían. Quien le respondió entonces fue
Vítores de Alvarado: ‘Y le iré yo a ver para reconocerlo como señor, pero no
por cumplir el mandato de vuestra señoría”. Desde luego, no se mordió la lengua
Vítores, quizá porque tuviera parentesco cercano con Pedro, cuya familia
resulta un lío: algunos eran cántabros (de allí procedía el apellido), pero
Pedro, más sus cinco hermanos, Gonzalo, Jorge, Gómez, Hernando y Juan, eran de
Badajoz. Cuando Bernal Díaz del Castillo hizo en su crónica referencia al
triste final de Pedro de Alvarado y su esposa, Beatriz de la Cueva, comentó que
también todos sus hermanos acabaron de mala manera. A pesar de las protestas,
se impuso lo acordado entre Alvarado y Almagro.
(Imagen)
Entre los capitanes de importancia que llegaron con Belalcázar cuando Almagro
negociaba con Alvarado, se cita a VASCO DE GUEVARA, en el que se da la
circunstancia de que, habiendo nacido en Toledo, tenía un apellido vasco, y su
nombre, paradójicamente, nada tiene que ver con la norteña región: era común en
Galicia, Extremadura e, incluso, en Portugal (pensemos en Vasco de Gama).
Nuestro Vasco de Guevara tuvo una militancia trepidante. En el portal PARES
tiene un expediente de méritos y servicios que consta de 775 folios. Antes de
llegar a Perú, ya se había zurrado en Nicaragua. Resultó derrotado con Almagro
en la batalla de Las Salinas, pero, a diferencia de su jefe, no fue condenado a
muerte, sino que Pizarro lo acogió en su ejército y le encargó dirigir un
ataque contra el rebelde Manco Inca. El viejo analfabeto quedó tan satisfecho
de su trabajo que lo nombró teniente de gobernador y capitán de aquel
territorio, encargándole que fundara una población. Así surgió HUAMANGA, donde
mucho después, en 1824, se desarrolló la batalla que supuso el fin del dominio
español en Sudamérica. Por esa razón Huamanga pasó a llamarse AYACUCHO (como
otras cuatro poblaciones situadas en Argentina, Bolivia, Ecuador y Venezuela).
La documentación de PARES nos dice que Vasco tuvo un hijo, también capitán,
llamado Jerónimo de Guevara Manrique, y que el mismo año en que murió (1553),
había enviado dinero para el costo del viaje a Perú de un sobrino suyo
toledano, llamado Acacio Ramírez de Sosa.
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