sábado, 6 de enero de 2018

(Día 584) En medio de los cuidadosos tanteos, Felipillo se escapa adonde Alvarado y el valioso Antonio Picado se pasa al bando de Almagro.

     (174) Mientas tanto, Pedro de Alvarado se iba acercando  a Almagro: “Encontró a los mensajeros; recibiolos muy bien, y ellos, para ganarse las voluntades de los que venían con él, afirmaban que había grandes tesoros que repartir en el Cuzco, y que aquellas grandes provincias se habían de repartir entre los que poblasen, negocio grande y que les convenía ponderarlo para gozar de él sin ir a descubrir nieves y malas venturas. Con estos dichos, turbáronse muchos de los que los oían”. Parece ser que su intención era que los de Alvarado se uniesen a Pizarro, y que la táctica hacía mella. Sin embargo el carismático Pedro siguió maniobrando: “El Adelantado, habiendo tomado consejo de sus capitanes y mandando llamar a los mensajeros, los envió diciéndoles que  dijesen al Mariscal que, cuando estuviese cerca de Riobamba le mandaría noticias suyas. Y estando a cinco leguas de Riobamba, envió a Martín de Estete para que hablase a Almagro pidiéndole que le proveyese de lenguas y le hiciese el camino seguro para ir a descubrir lo que no tenía en gobernación Pizarro. Almagro respondía con alegaciones y excusas, pero no dejaba de dar grandes esperanzas a los que de su parte venían deseando que se pasasen a su bando (de tramposo a tramposo). Y como acá todos andan con cautelas, los que vinieron se dieron tanta maña que el intérprete Felipillo amaneció un día huido y se pasó a su campo”.    
     No solo eso, sino que el traidor nato le puso al corriente a Alvarado del número de soldados de Almagro y de la forma de superar sus defensas. Pero hubo otro tránsfuga (esta vez en sentido contrario) que luego fue tan importante para Pizarro que lo convirtió en su secretario: Antonio Picado. Lo explica Cieza: “Venía con el Adelantado uno a quien llamaban Antonio, que después, como iremos relatando, fue secretario de Pizarro y tuvo mucho trato con él; como había oído tantas grandezas del Cuzco y confiando en su habilidad y en su valía, lo más disimuladamente que pudo y aunque venía al servicio de Alvarado como su criado (era un cargo de mucha confianza), se fue adonde Almagro ofreciéndose a su servicio. Almagro lo recibió bien y supo por él las intenciones que tenía Alvarado y lo que le había revelado el traidor Felipillo”.
    Alvarado se puso rabioso cuando se dio cuenta de la jugada de Antonio Picado. Pero antes de saber su reacción, vamos a conocer algo del que lo abandonó. Y, paradojas de la vida, el hijo de ese Almagro que lo recibió con los brazos abiertos será más tarde su perdición. Cuando Antonio se encontró con Francisco Pizarro, se ganó rápidamente su amistad, y tras nombrarlo su secretario, llegó a ser en poco tiempo uno de los españoles más poderosos de Perú. Tuvo que tenerle Pizarro una confianza absoluta, en su honradez y en su valía personal, puesto que en su testamento lo designó albacea  y gobernador interino de Perú en caso de ausencia de sus hermanos y durante la minoría de edad de sus hijos. En 1541, cuando fue asesinado Pizarro, se refugió en casa del tesorero Riquelme, quien lo delató (ya le hemos visto en otras dudosas actuaciones). Tres días después, Diego de Almagro el Mozo, tras procesarlo, ordenó su ejecución y fue agarrotado.
    

     (Imagen) El cronista Agustín de Zárate aporta un dato que incide en las dudas que algunos historiadores tuvieron sobre si Pizarro era o no analfabeto. Ya vimos que lo dejaba claro su pariente Pedro Pizarro, afirmando que  no solo él, sino que también Almagro lo era y firmaban con una cruz (lo mismo pasaba con el gran Belalcázar). Sin embargo desconcertaba el hecho de que en muchos documentos aparece la firma de Pizarro, aunque resultaba extraño que esa firma variara de forma repetidas veces. Zárate lo explica con más claridad, precisamente haciendo referencia a su secretario Antonio Picado: “Ni Pizarro ni Almagro sabían leer ni firmar, y Pizarro en todos los despachos que hacía, así de gobernación como de repartimiento de indios, marcaba al pie dos señales, en medio de las cuales Antonio Picado, su secretario, firmaba el nombre de Francisco Pizarro». Lógicamente, cada nuevo secretario le ‘regalaba’ una nueva firma. Al gran conquistador le molestaba esa limitación (Atahualpa se decepcionó cuando la supo), y hasta le preocupaba que le falsearan sus órdenes; intentó aprender a leer y escribir, pero  la tarea era ingrata y robaba demasiado tiempo a las grandes hazañas de su vida hiperactiva.


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