(174) Mientas tanto, Pedro de Alvarado se iba acercando a Almagro: “Encontró a los mensajeros;
recibiolos muy bien, y ellos, para ganarse las voluntades de los que venían con
él, afirmaban que había grandes tesoros que repartir en el Cuzco, y que aquellas
grandes provincias se habían de repartir entre los que poblasen, negocio grande
y que les convenía ponderarlo para gozar de él sin ir a descubrir nieves y
malas venturas. Con estos dichos, turbáronse muchos de los que los oían”. Parece
ser que su intención era que los de Alvarado se uniesen a Pizarro, y que la
táctica hacía mella. Sin embargo el carismático Pedro siguió maniobrando: “El
Adelantado, habiendo tomado consejo de sus capitanes y mandando llamar a los
mensajeros, los envió diciéndoles que
dijesen al Mariscal que, cuando estuviese cerca de Riobamba le mandaría
noticias suyas. Y estando a cinco leguas de Riobamba, envió a Martín de Estete
para que hablase a Almagro pidiéndole que le proveyese de lenguas y le hiciese
el camino seguro para ir a descubrir lo que no tenía en gobernación Pizarro.
Almagro respondía con alegaciones y excusas, pero no dejaba de dar grandes
esperanzas a los que de su parte venían deseando que se pasasen a su bando (de tramposo a tramposo). Y como acá
todos andan con cautelas, los que vinieron se dieron tanta maña que el
intérprete Felipillo amaneció un día huido y se pasó a su campo”.
No
solo eso, sino que el traidor nato le puso al corriente a Alvarado del número
de soldados de Almagro y de la forma de superar sus defensas. Pero hubo otro
tránsfuga (esta vez en sentido contrario) que luego fue tan importante para
Pizarro que lo convirtió en su secretario: Antonio Picado. Lo explica Cieza:
“Venía con el Adelantado uno a quien llamaban Antonio, que después, como iremos
relatando, fue secretario de Pizarro y tuvo mucho trato con él; como había oído
tantas grandezas del Cuzco y confiando en su habilidad y en su valía, lo más
disimuladamente que pudo y aunque venía al servicio de Alvarado como su criado
(era un cargo de mucha confianza), se fue adonde Almagro ofreciéndose a su
servicio. Almagro lo recibió bien y supo por él las intenciones que tenía
Alvarado y lo que le había revelado el traidor Felipillo”.
Alvarado se puso rabioso cuando se dio cuenta de la jugada de Antonio
Picado. Pero antes de saber su reacción, vamos a conocer algo del que lo
abandonó. Y, paradojas de la vida, el hijo de ese Almagro que lo recibió con
los brazos abiertos será más tarde su perdición. Cuando Antonio se encontró con
Francisco Pizarro, se ganó rápidamente su amistad, y tras nombrarlo su
secretario, llegó a ser en poco tiempo uno de los españoles más poderosos de
Perú. Tuvo que tenerle Pizarro una confianza absoluta, en su honradez y en su
valía personal, puesto que en su testamento lo designó albacea y gobernador interino de Perú en caso de
ausencia de sus hermanos y durante la minoría de edad de sus hijos. En 1541,
cuando fue asesinado Pizarro, se refugió en casa del tesorero Riquelme, quien
lo delató (ya le hemos visto en otras dudosas actuaciones). Tres días después,
Diego de Almagro el Mozo, tras procesarlo, ordenó su ejecución y fue agarrotado.
(Imagen) El cronista Agustín de Zárate aporta un dato que incide en las
dudas que algunos historiadores tuvieron sobre si Pizarro era o no analfabeto.
Ya vimos que lo dejaba claro su pariente Pedro Pizarro, afirmando que no solo él, sino que también Almagro lo era y
firmaban con una cruz (lo mismo pasaba con el gran Belalcázar). Sin embargo
desconcertaba el hecho de que en muchos documentos aparece la firma de Pizarro,
aunque resultaba extraño que esa firma variara de forma repetidas veces. Zárate
lo explica con más claridad, precisamente haciendo referencia a su secretario
Antonio Picado: “Ni Pizarro ni
Almagro sabían leer ni firmar, y Pizarro en todos los despachos que hacía, así
de gobernación como de repartimiento de indios, marcaba al pie dos señales, en
medio de las cuales Antonio Picado, su secretario, firmaba el nombre de
Francisco Pizarro». Lógicamente, cada nuevo secretario le ‘regalaba’ una nueva
firma. Al gran conquistador le molestaba esa limitación (Atahualpa se
decepcionó cuando la supo), y hasta le preocupaba que le falsearan sus órdenes;
intentó aprender a leer y escribir, pero la tarea era ingrata y robaba demasiado tiempo
a las grandes hazañas de su vida hiperactiva.
No hay comentarios:
Publicar un comentario