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Cieza los deja tal cual y nos sitúa en las andanzas de Almagro y Belalcácar,
los temidos rivales de Pedro de Alvarado, quienes, si bien estaban los dos bajo la autoridad de Pizarro, no se
fiaban el uno del otro: “Sebastián de Belalcázar, como supo que Almagro estaba
en Quito y le llamaba, dio la vuelta con los que con él estaban. Reprendiolo
Almagro cuando lo vio por haber salido de San Miguel sin tener orden del
Gobernador. Se hizo con toda su gente, teniendo a Belalcázar y a algunos de sus
amigos como presos, el cual justificaba lo hecho afirmando que le movió el
deseo de servir y no lo que le habían informado”. La cosa de momento no llegó a
más.
Almagro
contó maravillas del Cuzco: “Engrandecía mucho don Diego las riquezas del
Cuzco, las grandes provincias de sus comarcas y las muchas ciudades que se
habían de fundar donde todos tendrían ricos repartimientos. Ganó gracia con
estos dichos en todos ellos. Determinó salir de aquella tierra para regresar al
lugar de su partida y saber por qué
parte andaba don Pedro de Alvarado. Salieron con Almagro de Quito Belalcázar y
todos los españoles, que serían poco más de ciento ochenta, entre jinetes y
peones. Los indios habían matado a tres cristianos que venían en seguimiento de
Almagro, y con grande orgullo vinieron hasta llegar a un río grande desde donde
les daban gritos. Ahogáronse más de ochenta cañaris amigos de los cristianos.
Los de a caballo se echaron al río; los que eran torpes, volvieron a la orilla,
pero llegaron a la otra parte unos doce que bastaron para matar a muchos
indios, huyendo los demás; haciendo un puente, pasaron todos los que iban con
Almagro. Cautivaron muchos indios y caciques en aquel lance”.
Uno
de los caciques les dio la primera pista sobre las andanzas de Pedro de
Alvarado (lo que le sirve a Cieza para recuperarlo): “Afirmó el indio que habían pasado por los montes nevados muchos
cristianos que estaban cerca, y comprendieron que eran los que venían con el
Adelantado. Pareciole a Almagro que sería bueno enviar corredores a conocer
cómo venían y por dónde llegaban. Mandó a Diego Pacheco, Lope de Idiáquez,
Cristóbal de Ayala, Lope Ortiz Aguilera y Román Morales que fueran a lo hacer y
le avisasen con toda presteza”.
En
ese mismo tiempo, Pedro de Alvarado se enteró de que el inca que había sido
gobernador de Quito, Zopezopagua, estaba refugiado por miedo a los españoles y
fue a prenderle por ser un personaje de mucha importancia. Sobre la marcha,
consideró que iba a necesitar más gente para este empeño y mandó recado a su
campamento para que la enviaran. Quien se puso en marcha con la ayuda fue Diego
de Alvarado y dio la casualidad de que se encontró por el camino de sopetón con
los cinco jinetes de Almagro. Los apresó de inmediato porque era muy consciente
de que ambos bandos estaban metidos en una situación de alto riesgo. Eso va a
dar motivo al comienzo de un sainete de listo a listo entre Pedro de Alvarado y
Diego de Almagro, que será el preámbulo de las complicadas negociaciones para
no llegar a las manos por cuestiones de derechos territoriales.
(Imagen) Hoy va de vascos. De aquellos que luchaban por la gloria, la
riqueza, la conversión de los indios y el aumento de las tierras del imperio
español. Eran pocos en la campaña de Perú. Contemos algo de LOPE DE IDIÁQUEZ
YURRAMENDI, uno de los jinetes enviados por Almagro para informarse sobre la
preocupante llegada de Pedro de Alvarado a la zona de Quito. Nacido en una
linajuda familia de Tolosa (Guipúzcoa), tuvo que dejarse de refinamientos y
espabilar en las Indias, donde fue mercader y soldado a caballo. En el desmadre
de las guerras civiles, estuvo primero del lado de Almagro, y al ser
derrotados, no fue ajusticiado y se alió con Pizarro, por lo que no tuvo nada
que ver con su posterior muerte. Incluso después fue mediador (sin éxito) para
tratar de convencer al hijo de Almagro de que hiciera las paces con Gonzalo
Pizarro. Su fortuna creció y consta que hacia 1541 era titular de una espléndida encomienda de
indios. Tenía un socio también vasco, Miguel de Vergara. Se separaron
amistosamente y su destino cambió de manera radical: Miguel murió en 1547
luchando contra Gonzalo Pizarro, mientras Lope, vuelto a Tolosa, construyó una
torre y pasó el resto de su vida saboreando lo mucho que había conseguido, casi
con tanto relumbrón como su hermano, ALONSO DE IDIÁQUEZ YURRAMENDI, que era ni
más ni menos que el secretario del emperador Carlos V. Qué vascos aquellos…
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