(170) Mientras los mensajeros de Almagro
marchaban al encuentro de Pedro de Alvarado, el mítico personaje de
México y Guatemala y sus hombres pasaban “las de Caín” en su tormentosa y
desorientada marcha hacia Quito, donde Almagro y Belalcázar temían su llegada
y, además, estaban incubando suspicacias mutuas. Por fin Alvarado dio con el
camino que llevaba directo a Quito y hacia allá fueron, pero la senda iba a
resultar paradójicamente un infierno helado. Iba por delante Diego de Alvarado,
después, Pedro de Alvarado, y más atrás, el licenciado Caldera con la rémora de
estar al cargo de los enfermos. Veámoslo con Cieza: “Diego de Alvarado, tras
enviar aviso a don Pedro de Alvarado de lo que había descubierto, determinó,
con el parecer de los que allí estaban, seguir adelante para descubrir lo que
pudiesen. Y después de haber andado algún camino, llegaron a unas grandes
sierras tan cubiertas de nieve cuanto otras lo suelen estar de rocas. El viento
austro ventaba tan recio que era otro mayor mal por ser el frío desigual. No
había manera de pasar por otra parte, aunque con gran rodeo lo quisieron
procurar. Temían aquellos alpes (montañas
nevadas), pero, forzados de la necesidad que había de conocer lo de
delante, se metieron por aquellas nieves sin saber cuándo ni dónde acababan;
constancia grande para tener en mucho el ánimo de los españoles, pues se han
puesto a tales trabajos en estas Indias que da dolor decirlo”. Lo de Cieza
suele ser una de cal y otra de arena, probablemente con justicia. Admira sin
medida la heroicidad de los españoles (él fue también un sufrido soldado), y
acto seguido, como vamos a ver pronto, denuncia amargamente su culpa en los
padecimientos de los indios. Sigue diciendo: “Al cabo de haber andado seis
leguas, los que iban con Diego de Alvarado salieron de tanta nieve y llegaron a
un pueblo donde había bastimentos. Enviaron aviso al Adelantado Alvarado para
darle noticia y decirle de qué manera habían de pasar las nieves, quien venía
seguido del licenciado Caldera. No dejaban de morirse españoles; hacíase
almoneda de sus bienes (cuyo pago siempre
se guardaba oficialmente para entregárselo a los herederos). Llegaron a las
nieves, y caía mucha más que cuando pasó Diego de Alvarado. Los indios que
llevaban, como son de complexión delicadísima y para poco trabajo, viéndose en
tal aprieto, desmayaban porque la nieve les quemaba los ojos, y muchos perdían
dedos y pies cuando andaban, y otros se helaban y quedaban hechos visajes (con una mueca). Los españoles, como son
de gran complexión y tienen ánimo tan maravilloso, esforzábanse para ir
adelante. Llegaba la noche con gran oscuridad, que era otro tormento porque no
tenían cobijo ni candela. Muchos gemían; todos batían los dientes; heláronse
algunos negros y muchos indios e indias. Don Pedro de Alvarado estuvo fatigado
por el gran frío, tanto que tendría por mejor no haber salido de su gobernación
(Guatemala), y aun para su alma
habría valido, pues se podría excusar de la muerte de tantos indios como
murieron por sacarlos de su tierra”. Estaban tan desesperados que dieron la
vuelta hasta el poblado que dejaron detrás, adonde ya había llegado el
licenciado Caldera “con su desventura y trabajo que traía con los enfermos”.
(Imagen) Si alguien se merece una reseña es DIEGO DE ALVARADO (nacido en
Badaloz), quien iba por delante de Pedro de Alvarado (del que era pariente) y
consiguió atravesar la nevada sierra andina. Fue un extraordinario personaje,
caracterizado sobre todo por su nobleza de carácter. Lo veremos como gran
protagonista en lo que falta de esta apasionante historia. Por mandato de
Pedro, fundó la ciudad de San Salvador en 1528. Va a ser el mejor aliado de
Diego de Almagro en su conflicto con los Pizarro. Y precisamente esa
inclinación por el juego limpio le hará cometer un error grave. Almagro ocupó
el Cuzco y apresó a Hernando y a Gonzalo
Pizarro. El terrible Orgóñez le insistió en que los matase. Pero Almagro, por
consejo de Diego de Alvarado, no lo hizo. Después Almagro derrotó a un capitán
de Pizarro, Alonso de Alvarado, y lo apresó. Esta vez Orgóñez le pidió que
degollase a los tres, Alonso, Hernando y Gonzalo, y se salvaron por una nueva
intercesión de Diego de Alvarado. Le aconsejó, además, a Almagro que negociara
la libertad de Hernando, llevándose a efecto tras jurar el perdonado que mantendría
la paz. Pero no lo hizo: luchó contra Almagro, lo venció y lo ejecutó. Estando
los dos en España, Diego denunció a Hernando por sus crímenes. El pleito no
avanzaba y, con su típica actitud caballeresca, le desafió a un duelo, que no
tuvo lugar porque él murió misteriosamente. De alguna manera, triunfó después
de muerto, porque su denuncia prosperó y Hernando estuvo preso durante veinte
años. Dos hombres muy diferentes.
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