martes, 2 de enero de 2018

(Día 580) Diego de Alvarado encuentra una ruta para ir a Quito, pero dificilísima: los nevados Andes. Consigue pasar con grandes apuros. Tras él va Pedro de Alvarado, y lo tiene aún peor. Mueren españoles y, sobre todo, indios. Pasan una noche horrible y se dan la vuelta para huir de aquel infierno.

    (170) Mientras los mensajeros de Almagro  marchaban al encuentro de Pedro de Alvarado, el mítico personaje de México y Guatemala y sus hombres pasaban “las de Caín” en su tormentosa y desorientada marcha hacia Quito, donde Almagro y Belalcázar temían su llegada y, además, estaban incubando suspicacias mutuas. Por fin Alvarado dio con el camino que llevaba directo a Quito y hacia allá fueron, pero la senda iba a resultar paradójicamente un infierno helado. Iba por delante Diego de Alvarado, después, Pedro de Alvarado, y más atrás, el licenciado Caldera con la rémora de estar al cargo de los enfermos. Veámoslo con Cieza: “Diego de Alvarado, tras enviar aviso a don Pedro de Alvarado de lo que había descubierto, determinó, con el parecer de los que allí estaban, seguir adelante para descubrir lo que pudiesen. Y después de haber andado algún camino, llegaron a unas grandes sierras tan cubiertas de nieve cuanto otras lo suelen estar de rocas. El viento austro ventaba tan recio que era otro mayor mal por ser el frío desigual. No había manera de pasar por otra parte, aunque con gran rodeo lo quisieron procurar. Temían aquellos alpes (montañas nevadas), pero, forzados de la necesidad que había de conocer lo de delante, se metieron por aquellas nieves sin saber cuándo ni dónde acababan; constancia grande para tener en mucho el ánimo de los españoles, pues se han puesto a tales trabajos en estas Indias que da dolor decirlo”. Lo de Cieza suele ser una de cal y otra de arena, probablemente con justicia. Admira sin medida la heroicidad de los españoles (él fue también un sufrido soldado), y acto seguido, como vamos a ver pronto, denuncia amargamente su culpa en los padecimientos de los indios. Sigue diciendo: “Al cabo de haber andado seis leguas, los que iban con Diego de Alvarado salieron de tanta nieve y llegaron a un pueblo donde había bastimentos. Enviaron aviso al Adelantado Alvarado para darle noticia y decirle de qué manera habían de pasar las nieves, quien venía seguido del licenciado Caldera. No dejaban de morirse españoles; hacíase almoneda de sus bienes (cuyo pago siempre se guardaba oficialmente para entregárselo a los herederos). Llegaron a las nieves, y caía mucha más que cuando pasó Diego de Alvarado. Los indios que llevaban, como son de complexión delicadísima y para poco trabajo, viéndose en tal aprieto, desmayaban porque la nieve les quemaba los ojos, y muchos perdían dedos y pies cuando andaban, y otros se helaban y quedaban hechos visajes (con una mueca). Los españoles, como son de gran complexión y tienen ánimo tan maravilloso, esforzábanse para ir adelante. Llegaba la noche con gran oscuridad, que era otro tormento porque no tenían cobijo ni candela. Muchos gemían; todos batían los dientes; heláronse algunos negros y muchos indios e indias. Don Pedro de Alvarado estuvo fatigado por el gran frío, tanto que tendría por mejor no haber salido de su gobernación (Guatemala), y aun para su alma habría valido, pues se podría excusar de la muerte de tantos indios como murieron por sacarlos de su tierra”. Estaban tan desesperados que dieron la vuelta hasta el poblado que dejaron detrás, adonde ya había llegado el licenciado Caldera “con su desventura y trabajo que traía con los enfermos”.


     (Imagen) Si alguien se merece una reseña es DIEGO DE ALVARADO (nacido en Badaloz), quien iba por delante de Pedro de Alvarado (del que era pariente) y consiguió atravesar la nevada sierra andina. Fue un extraordinario personaje, caracterizado sobre todo por su nobleza de carácter. Lo veremos como gran protagonista en lo que falta de esta apasionante historia. Por mandato de Pedro, fundó la ciudad de San Salvador en 1528. Va a ser el mejor aliado de Diego de Almagro en su conflicto con los Pizarro. Y precisamente esa inclinación por el juego limpio le hará cometer un error grave. Almagro ocupó el Cuzco y apresó a  Hernando y a Gonzalo Pizarro. El terrible Orgóñez le insistió en que los matase. Pero Almagro, por consejo de Diego de Alvarado, no lo hizo. Después Almagro derrotó a un capitán de Pizarro, Alonso de Alvarado, y lo apresó. Esta vez Orgóñez le pidió que degollase a los tres, Alonso, Hernando y Gonzalo, y se salvaron por una nueva intercesión de Diego de Alvarado. Le aconsejó, además, a Almagro que negociara la libertad de Hernando, llevándose a efecto tras jurar el perdonado que mantendría la paz. Pero no lo hizo: luchó contra Almagro, lo venció y lo ejecutó. Estando los dos en España, Diego denunció a Hernando por sus crímenes. El pleito no avanzaba y, con su típica actitud caballeresca, le desafió a un duelo, que no tuvo lugar porque él murió misteriosamente. De alguna manera, triunfó después de muerto, porque su denuncia prosperó y Hernando estuvo preso durante veinte años. Dos hombres muy diferentes.


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